Columnas

Pensando en voz alta (III)

Mi Esquina Socrática

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar… El dilema existencial para todo pensante de cualquier época como nos lo recordó tan bellamente Antonio Machado.

Y también para José Rubén Zamora, quien el pasado viernes 3 de mayo profirió un desgarrador grito con base a los múltiples sobresaltos de su vida pública y aun de su vida privada.

Pero no creo que a estas alturas nos deberíamos dejar sorprender por semejante calvario, ni él ni el resto de nosotros todos.

Las certezas del ayer parecen haber sido recluidas en el pasado, y no en el presente. Es lo que otros más refinados han dado en calificar como “vacío existencial” de la humanidad contemporánea. Pues consecuentemente tanta angustia resultó la tónica dominante a lo largo del siglo XX entre los humanos pensantes.

Sin embargo, cada día se nos reitera esa angustia existencial, a veces en lo muy personal (Zamora) y a veces en lo colectivo (todos nosotros). Y esto último parece ser el sello del momento en nuestra querida Guatemala, léase a los ojos de Lucía Escobar, Raúl de la Horra e Italo Antoniotti.

Encima estamos teóricamente en un año electoral. ¿Para elegir qué, a quiénes o para qué?…

Todavía no lo podemos responder a ciencia cierta, por obra y gracia de nuestras confundidas y a pesar de ello engreídas autoridades electorales: el Registro de Ciudadanos, el Tribunal Supremo Electoral y la Corte de Constitucionalidad, quienes arbitrariamente no nos permiten saberlo todavía con absoluta certeza, a penas a poco más de un mes para la fecha de las elecciones.

Por tanto, avanzamos en algo y retrocedemos en lo demás. La confusión del momento incluso fuera de Guatemala.

Eso es todo, atribuible en buena parte a la irresponsabilidad de magistrados y autoridades electorales.

En último análisis, un crimen contra el civismo a esperar de toda sociedad civilizada.

Por eso, José Rubén, creo que tu grito no es solo tuyo ni siquiera el más oportuno. Hay muchos más todavía ahogados en los pechos de muchos hombres y mujeres de buena voluntad. Y me incluyo entre estos últimos.

Pero hemos de hacer camino entre todos, aunque la ignorancia de unos y la cobardía de otros nos lo hagan más incierto. Al fin y al cabo, así ha discurrido el tiempo de las civilizaciones, obras enteramente humanas, pero que hemos hecho al andar…

Aquí querría introducir el tema que más me interesa de este momento: el de la responsabilidad cívica que nos compete a todos y cada uno de hacernos ese camino, muy en particular el que corresponde a nuestras autoridades supuestamente constitucionales.

Ese sentido de la obligación moral parece estar ausente entre muchos de nosotros. Y así, por ello, la ley rara vez la respetamos.

El egoísmo del individuo ha acabado por imponerse las más de las veces a los imperativos colectivos, por mucho que alardeemos y vociferemos de nuestro sentido social.

Lo que en la práctica ha significado que no nos hemos hecho camino…

Sin embargo, es nuestro deber ineludible si queremos reclamar el derecho a que se nos trate como personas.

Además creo, que con todo ello nos hemos mostrado, salvo escasas excepciones, una y otra vez como flojos de carácter y, por la misma razón, ineficientes e insensibles a la hora de acudir al dolor ajeno. Por lo tanto, José Rubén, antes que pelar a otros pasemos por la peluquería que nos corresponde, sobre todo si lo hemos de hacer anónimamente.

Por ejemplo, en las cárceles han agonizado por meses, por años, y por esa nuestra desidia colectiva, hombres y mujeres que nunca han sido llevados a juicio ante juez competente ni vencidos en los mismos.

Y por eso también creo que tres de nuestros cinco magistrados titulares de la Corte de Constitucionalidad una y otra se han mostrado más culpables que a los que ellos han acusado.

Ahora, al menos, hay más presencia a puestos de elección pública que hace cuatro años. Pero todavía a estas horas en vísperas de las elecciones no sabemos si se les permitirá hacerse presente en el proceso.

Monumental burla al electorado.

Y así de nuevo, otros cinco magistrados, esta vez los del Tribunal Supremo Electoral, arbitrariamente, y de acuerdo a sus cortos alcances intelectuales, también han diseminado impunes el caos de la incertidumbre entre todos los votantes.

En verdad, todos ellos criminales togados del todo incapaces de hacer conciencia y de poder abrirnos camino…

También recuerdo desalentadoramente que el pretexto que una vez se adujo para justificar la intervención extranjera en nuestros asuntos soberanos de los guatemaltecos vía la CICIG, fue el raquitismo ya entonces muy evidente del sector “justicia”. Y tras aquella ocurrencia, ahora nos hallamos aún más maniatados para elegir a nuestras autoridades legales. El fruto colectivo de la CICIG.

¿Cuál Guatemala heredaremos a nuestros hijos y nietos?

La primera pregunta que me salta a la mente por tanto desaguisado electoral es la obvia que haría cualquier observador: ¿en qué Universidad o institución académica supuestamente se formaron todas esas autoridades electorales? ¿Y encomendados a la dirección erudita de cuáles catedráticos? ¿Y de acuerdo a cuáles doctrinas jurisprudenciales fueron profesionalmente educados? ¿Según el derecho consuetudinario? ¿O según el derecho natural? ¿O según la raquítica herencia del positivismo jurídico de otros tiempos, alimentada por las miopes inteligencias y de las corruptas prácticas de algunos legisladores de un pasado concreto?

Ese es el camino por el que hemos de empezar. Porque, no lo olvidemos, no hay camino, y por lo tanto, habremos de hacerlo al andar juntos con todos y por el bien de todos.

He ahí la raíz de nuestro vació existencial del momento presente. Pretendemos avanzar por un camino que no existe y que muy pocos saben que un día habremos de tomarnos la molestia de abrírnoslo al andar…

TEXTO PARA COLUMNISTA

Lea más del autor: https://elsiglo.com.gt/2019/05/03/pensando-en-voz-alta-ii/

Armando De La Torre

Nacido en Nueva York, de padres cubanos, el 9 de julio de 1926. Unidos en matrimonio en la misma ciudad con Marta Buonafina Aguilar, el 11 de marzo de 1967, con la cual tuvo dos hijos, Virginia e Ignacio. Hizo su escuela primaria y secundaria en La Habana, en el Colegio de los Hermanos De La Salle. Estudió tres años en la Escuela de Periodismo, simultáneamente con los estudios de Derecho en la Universidad de La Habana. Ingresó en la Compañía de Jesús e hizo los estudios de Lenguas Clásicas, Filosofía y Teología propios de esa Institución, en diversos centros y universidades europeas (Comillas, España; Frankfurt, Alemania; Saint Martin d´Ablois, Francia).

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