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El vulgo y el engaño del sistema político

Evolución

Fue Marco Tulio Cicerón quien dijo: “Nada es más impredecible que el vulgo, nada más oscuro que la opinión pública, nada más engañoso que todo el sistema político.” Cuánta razón tenía. El vulgo, ese que es ignorante en todo el sentido cívico y político. El que vota por personajes, de televisión y ahora hasta de “comics”, en lugar de estadistas y tecnócratas. Que tampoco existen o se ofrecen. O que existen en exigüidad, pero no se animan por miedo al desprestigio y porque saben que el vulgo no les valora. El vulgo que vota por embusteros vendedores de ilusiones, fabricantes de miseria. De la miseria que vuelven perpetua para así revalidar su propia necesidad para el vulgo. El vulgo que les vota desde la profundidad de su miseria. Clamando desde la profundidad de su condición de pobreza miserable por cualquier dádiva que les sobrevenga para prolongar su agonía. Pobreza que el destino les asignó sin haberles heredado esperanza. Claman por dádivas cuyos precios pagan con su voto y cuyos costos pagan con su inveterada miseria; cuyos costos pagan también aquellos a quienes la fortuna les ha tenido un poco más de piedad, empujándolos en la misma dirección. Y también entre aquellos se encuentra el vulgo, en los ignorantes, en los resentidos, en los que no se creen capaces de su prosperidad y tampoco quieren la del prójimo. Claman desde la profundidad, de su miseria, de su ignorancia, sin la misma fe de quien clama el salmo, sin la misma esperanza, pero claman. Claman sin fe, pero con veneración, no con la veneración suprema que profesan guardarle al Señor, pero sí con la veneración que le rinden a su deidad terrenal, al Estado, al omnipotente encarnado en el político déspota benévolo por quien claman, a quien claman.

Y ay de aquel que haga apostasía del estatismo. El vulgo será inmisericorde, pues en su sistema de creencias el único camino y la única verdad es el Estado. Creencias que ni la realidad con la que a diario se estrellan logra falsear. En la opinión pública, el problema es el de turno, el cual siempre resulta peor que el anterior y así regresivamente. Es así como el vulgo reafirma sus creencias. Así, será de purgar lo insufrible durante cuatro años para que el vulgo tenga una nueva oportunidad de equivocarse en su escogencia del nuevo todopoderoso déspota. Ello, en cuanto no conduzca con su ignorancia a la sociedad hacia una posición in extremis irreversible, con la que quizá llegue a conocer una verdad fatal.

No obstante, esa desilusión cíclica y sistemática que se lleva el vulgo cada período electoral no es realmente el principal engaño del sistema político. La decepción más trascendental está en la dicotomía a la que se aferra el vulgo entre su desilusión y la realidad. La experiencia le ha dotado al vulgo la evidencia suficiente para el menos entender que el político que tanto veneró es indigno de confianza. Pero, a pesar de entender esa realidad, continúa en su búsqueda inútil e infructífera de aquel político con cualidades angelicales que no abusará, para su propio beneficio, del poder innecesario que el vulgo le ha conferido. Entiende que la generalidad del actuar del político es ser corrupto, pero se rehúsa a aceptar que la corrupción es intrínseca a la actividad estatal. En cada centavo expoliado a la población, en cada programa, en cada agencia burocrática, en cada expansión estatista yace la corrupción, en su sentido estricto pero también de la moral, de la sociedad. Y solo cuando se reconoce esta realidad se es capaz de librarse del engaño del sistema político y se entiende la responsabilidad y la oportunidad que tiene el ser humano en su libertad. Si realmente le preocupa sustancialmente el futuro del país, mi sugerencia para el próximo período político: más allá de preocuparse por quién gana la elección, compórtese como hombre selecto, aún con la exigencia que ello conlleva.

TEXTO PARA COLUMNISTA

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Alejandro Baldizón

Abogado y Notario, catedrático universitario y analista en las áreas de economía, política y derecho.

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