CulturaEditado para la historia

Nefertiti, Reina de Egipto

Editado Para La Historia

A nadie le importa que tenga más de 3,300 años y que le falte el ojo derecho. Se hacen colas para contemplarla unos segundos y hasta se puede comprar su réplica exacta por la nada módica suma de 7800 €. Si quiere verla en persona tendrá que ir al Neues Museum en Berlín donde se le guarda con el mayor de los celos en una habitación reservada solo para ella y nadie obtiene el permiso de fotografiarla. Hablamos de la espléndida Reina Nefertiti de la que tantas imágenes se han creado y que tanto ha dado que hablar en todo el mundo.

El nombre Nefertiti significa “la bella ha llegado” y, a pesar de que los cánones de belleza de una época a otra varían, desde el año 1912 en que fue descubierta en lo que se supone fue el taller del escultor Tutmosis en la ciudad de Tell-el-Amarna, a quien se le atribuye la obra, es reconocida como de una belleza sin igual. Es necesario decir que su esfinge está hecha de piedra caliza revestida en yeso y pintada con hermosos colores que la representan con sus joyas y toga.

No hay nada claro de la vida de Nefertiti. Tampoco nadie puede afirmar si era una princesa egipcia o extranjera. Si bien se cree que fue hija de algún dignatario de la corte, nadie sabe quiénes fueron sus padres ni su fecha de nacimiento ni cómo terminaron sus días. Ni siquiera se sabe dónde fue enterrada su momia.

Lo que sí se sabe con certeza es que Nefertiti fue la principal esposa de Akenatón, uno de los últimos faraones de la dinastía XVIII de las 30 que tuvo Egipto y que pasó a la historia por el faraón que rompió con la religión politeísta establecida. Según las pocas efigies que de él quedaron Akenatón tenía rasgos muy extraños. Un cráneo extremadamente alargado, un rostro también muy largo y ojos enormes y almendrados. Con Nefertiti, Akenatón tuvo 6 hijas y todas ellas tenían los mismos rasgos longilíneos de su padre. Se habla de alguna enfermedad genéticamente transmitida (el síndrome de Marfan), de la consanguineidad por los matrimonios entre hermanos y primos de los faraones para conservar el linaje divino, incluso algunos se atreven a decir que era un extraterrestre.

Su nombre como faraón fue Amenofis IV que cambió por el de Akenatón en el quinto año de su reino y también es conocido como el Faraón Hereje, al alejarse de la religión oficial de Egipto y que durante siglos se había formado con dioses extraños, con figuras mitad humanas mitad animales y que eran venerados en diferentes aspectos de la vida cotidiana. De repente Akenatón censura toda idolatría a estos dioses antiguos e instaura una nueva religión monoteísta que solo adoraba al sol: Atón, generando el descontento de los sumos sacerdotes y de una buena parte de la población acostumbrada a sus dioses ancestrales.

Se aleja de su capital, Tebas, acompañado por toda su corte, de su esposa Nefertiti y de sus seis hijas, y en medio del desierto funda su nueva capital, Aketatón, que significa “horizonte de Atón, es decir, horizonte del sol” (actualmente Tell-el-Amarna), flanqueada por grandes precipicios por tres de sus lados y por el río Nilo por el cuarto, lo que protegía la nueva capital de eventuales incursiones de los descontentos con su nueva religión.

Algo que sí debemos a esta etapa de la historia egipcia es el tratamiento del arte (o más bien lo que quedó). Su realismo no fue igual nunca antes en el pasado ni lo volverá a ser en el futuro. De ello las imágenes de Nefertiti (la que nos ocupa) y muchas otras, todas hermosas, conversadas en otros museos del mundo y las imágenes de Akenatón y las de sus hijas, deformes y feas… pero naturales. Algo que también nos dejó esta época fueron las escenas “domésticas”: los faraones en escenas que nunca antes ni nunca después fueron representadas de otros faraones, jugando con sus hijos, orando.

Otro de los enigmas que cubre a Nefertiti es lo que pasó con ella a la muerte de su esposo. Una teoría dice que Nefertiti tomó las riendas del poder bajo un nombre masculino, otra que Meritatón, otra de las esposas de Akenatón, tomó su lugar. También se dice que fue la madre de Tutankamón (el famoso faraón niño que gobernó pocos años y que pasó a la historia cuando el británico Howard Carter descubrió su tumba en 1922 y cuya máscara mortuoria de oro es tan conocida). Otra de las hipótesis dice que después de la muerte de su esposo, pero oficialmente retirada de los asuntos públicos, habría gobernado en la sombra como regente considerando la corta edad del joven faraón.

Los últimos estudios hacen pensar que realmente Nefertiti murió en el tercer año del reino de Tutankamón, hacia 1331 ADC y acto seguido el joven faraón renegó el culto monoteísta de Akenatón, restableció la antigua religión politeísta, abandonó Tell-el-Amarna y regresó con su corte a Tebas.

En ese momento las imágenes de Akenatón y de Nefertiti fueron proscritas y martilladas sus imágenes en la piedra. De hecho, el propio nombre de Akenatón fue borrado de la lista oficial de faraones y hubo que esperar al siglo XVII de nuestra era para que un cura jesuita descubriera las ruinas de Aketatón (o Tell-el-Amarna) y el siglo XIX para que salieran a la luz sus restos y su historia gracias a las excavaciones de los arqueólogos. Solo en 1901 fue descubierto un sarcófago nada digno de un faraón donde reposaban sus restos.

Si bien no se conoce el lugar donde descansa la momia de Nefertiti se han descubierto varias momias que pueden corresponder a la reina. Una de ellas tiene la boca rota a martillazos con la idea de que la momia no pudiera pronunciar su nombre ante los dioses y vagara por la eternidad entre el mundo de los vivos y de los muertos.

Recientemente el egiptólogo británico Nicolás Reeves sugirió que la tumba de la reina Nefertiti pudiera estar adosada a la pared norte de la cámara funeraria de la de Tutankamón. Los estudios realizados a continuación revelan la existencia muy probable de una cámara suplementaria pero al día de hoy Nefertiti, su momia y su tumba quedan guardadas por la nube de los tiempos.

Lea más del autor: https://elsiglo.com.gt/2019/05/20/con-san-basilio-el-bienaventurado/

Franck Antonio Fernández Estrada

traductor, intérprete, filólogo (altus@sureste.com)