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Un mapache en la tristeza

Sueños…

Mapache

En estos días he tenido que tomar una decisión fatal. Tenía que decidir sobre el sufrimiento lento o prolongado de un indefenso ser de la naturaleza. Un hermoso mapache apareció merodeando mi apartamento en san Pablo de Heredia. Es un animalito triste, abandonado, con hambre, sin esperanzas de sobrevivir, apaleado por el ser humano, sin familia. Nosotros, los seres humanos hemos destruido sus lugares de vivienda, alimentación y convivencia familiar.

En forma criminal los humanos avanzamos para satisfacer nuestras tercas necesidades destruyendo bosques, contaminando ríos, eliminando especies. En forma infame hemos destruido los árboles en los que vivía este animalito inocente con su familia, ya no podrá reproducirse, huyendo de la maldad humana su familia, parejas, camaradas, madres, padres, hijos han muerto en su huida hacia ningún lado.

Aquel animalito triste, extraviado, sin futuro, sin rumbo, llega a mi apartamento y con su mirada de tristeza y de miedo, sin comprender la maldad humana come la comida de mi gata. Mi corazón se estruja de ver mi maldad e incapacidad de ayudarlo. Con la certeza de que está condenado a muerte y que su especie desaparezca pronto. No le dejamos alternativa. Hacia donde trate de escapar ya no hay alimentos naturales para él, ya no existen bosques en los que pueda refugiarse, ya no tiene seres que se le parezcan con los cuales formar familia y poder luchar por la vida. Solamente le queda merodear alrededor de las cárceles de cemento que son las viviendas del humano. Ser despreciable que destruye todo lo que está a su paso, elimina árboles, especies animales, ríos y zonas naturales con el fin de inundar todo de mallas, casas, centros de diversión, centros comerciales, iglesias, carreteras, líneas de tren, inundaciones de cemento y petróleo para exterminar las condiciones de vida en la tierra.

El mapache no tiene a dónde escapar. En su inocente carrera en busca de bosques y hermanos, solo encuentra nuevas ubanizaciones, nuevos edificios gigantescos, nuevas máquinas terrestres que en su alocada carrera pasan sobre cualquier perro, gato, mapache, ardilla, culebra, ratón, zopilote, zanate, sobre cualquier ser vivo que se les atraviese sin importarles las lesiones, los dolores, los sufrimientos del resto de especies. Lo único importante es que mi casa sea lujosa, mi carro último modelo, mi vida una nube gris sin sentimientos.

Tenía ante mí dos alternativas. Dejar que el mapache continúe llegado a comerse la comida y el agua de mi gata, sabiendo que lo estoy condenando a vivir unos pocos meses de esas sobras, hasta que muera de enfermedades, tristeza, abandono y soledad. O buscar la ayuda de otros humanos interesados en la protección del medio ambiente, que le pudieran garantizar vivir en algún lugar adecuado a sus condiciones naturales. Por supuesto, tenía la sospecha de que entregarlo a otros seres humanos, como yo, podía ser condenarlo a que viviera unos meses más, pero condenado a la prisión, el sufrimiento y el escarnio de una jaula, o tal vez de un veneno, o que fuera destazado para destruir su existencia y evitarnos a nosotros los humanos esa carga.

Me dejé llevar por la ignorancia, y busqué la ayuda de organismos del Estado, encargados de proteger el medio ambiente, que viajan a las grandes cumbres de Río, París y otras ciudades de renombre para el bonito turismo ecológico, en donde se firman profundas proclamas que claman por la protección de la naturaleza. El resultado fue el esperado. Me informaron, en algún lugar, que el Senasa era el lugar idóneo para buscar proteger a un pobre e indefenso individuo de la destrucción humana, que allí podrían ayudarme a proteger al mapachito. Llamé y me dijeron que allí no era, que era en el Ministerio de Agricultura en donde tenían oficinas completas con profesionales de elevado nivel, amantes de la naturaleza y difusores de los grandes manifiestos de las selectas cumbres internacionales de protección de la naturaleza, en donde encontraría el apoyo necesario para resolver el tema y tratar de proteger a un pobre animalito amedrentado.

Llamé al ministerio de marras, y en ese lugar me indicaron amablemente, que allí no podía, ya que era la sección de Heredia la que tenía que encargarse. Me dieron el nuevo número, y llamé a ese lugar. El personaje que me atendió me indicó, muy amablemente, que efectivamente tenían un profesional de altos estudios y gran calidad responsable de atender esos casos; pero, que en ese momento no estaba en su oficina, que en cuanto retornara le darían el recado y me llamaría. Previamente, me pidieron números de teléfono, e-mails, y otros datos.

Pasó un mes y ni la gata, ni el mapache ni yo volvimos a saber de los protectores de medio ambiente ni del senasa, ni del ministerio. Pese a que son gente que gana dinero y tiene estudios sobre la materia.

Aún soñando volví a llamar y me respondió un personaje, cuyo nombre no quiero recordar, de primera instancia me dejo claro que ellos no se hacía cargo de esos temas. Pero me dejó anonado al indicarme que lo que tenía que hacer yo era preparar la muerte del animal agresivo. Que debía cerrar totalmente mi casa con rejas, no dejar puertas abiertas, esconder la comida de la gata, no dejar desperdicios ni basura para que el mapache no se alimente y regrese a su hábitat. Yo no podía creer aquella alucinante jerga. Le respondí que el mapache ya no tenía hábitat pues nosotros, tanto él en su ser sin rumbo, como yo igual a él, y todos los demás humanos habíamos destruido su ambiente, asesinado a sus iguales y destruido sus fuentes de vida y alimento.

La solución es abandonarlo a su triste suerte. Que se atreva a buscar basura y coma desperdicios, que invada casas y duerma con miedo y dolor. Que sea envenenado por algunos de los más perversos vecinos y que nos olvidemos de convivir con otros animales. Los humanos nacimos para destruir el planeta Tierra. Que era el paraíso antes de que apareciéramos en este mundo. Puede usted observar el lugar en donde vive e imaginarse cómo sería de precioso aquel lugar lleno de animales, plantas, flores, bosques, aves, vida sin la presencia tenebrosa del ser más malvado de la creación.

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Cristobal Pérez-Jerez

Economista, con maestría en política económica y relaciones internacionales. Académico de la Universidad Nacional de Costa Rica. Analista de problemas estratégicos, con una visión liberal democrática.

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