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No paguen mal por mal

Emunah

El odio ha estado presente desde los inicios de la humanidad. Muchos sociólogos creen que el odio está profundamente arraigado en el subconsciente del ser humano. Y aunque es un sentimiento irracional que no puede evitarse, si es posible minimizarlo y controlarlo tomando las acciones correctas. De no hacerlo, este correrá como pólvora y terminará destruyéndonos, envenenando nuestra alma a tal extremo que nos sumergirá en un mundo obscuro lleno de rabia, maldad, dolor, venganza y de todo lo negativo.

Por lo general el odio se considera como lo opuesto al amor; por lo que se asocia con el mal ya que sus resultados siempre generan dolor y daño. Las raíces del odio son múltiples y complejas por lo que muchos filósofos lo definen como un sentimiento desordenado sin explicación, y algunos psicólogos lo consideran una actitud o disposición de un sentimiento de ira y hostilidad. Descartes lo vió como la conciencia que nos alerta que algo está mal y así poder evitarlo. Aristóteles como un deseo de aniquilación sin cura, cuya manifestación puede evitarse.

La Biblia dice que el odio forma parte de la propia naturaleza pecaminosa de la humanidad, ya que lo efectos de la caída del hombre son numerosos y de gran alcance por haber rechazado la ley de Dios. Por esta razón Dios nos dice que él es amor y nos instruye a que hay que “vencer el mal con el bien” y a que “no paguemos mal por mal”. Su fin es que nos amemos unos a otros y que perdonemos a los que nos ofenden para que no brote “ninguna raíz de amargura” en nuestros corazones.

Lo único que Dios permite que odiemos es “el mal” para que no lo imitemos; pero este tipo de reprobación no va con la intención de hacer daño, o de odiar a las personas malas, sino con la motivación de ayudarnos a ser buenos y amar a nuestros enemigos. Asimismo la Biblia nos enseña que tener una relación con Dios no nos hace inmunes al odio, por lo que nos indica que es necesario poner en práctica sus enseñanzas con obediencia para llenarnos de amor (de él).

Por ejemplo Caín mantenía una relación con Dios, pero nunca le permitió entrar en su corazón por lo que la envidia y los celos lo llevaron a mancharse las manos con la sangre de su propio hermano. Los hermanos de José al ver que su padre lo amaba más que a ellos decidieron venderlo como esclavo y decirle a su progenitor de que José había sido devorado por una fiera salvaje. A veces creemos que es imposible llegar a tales extremos, pero debemos saber que el odio que se alimenta es imparable.

Los genocidios, guerras, venganzas y ataques violentos tienen el odio en común. El odio puede adoptar  múltiples formas y puede ser experimentado por el opresor y por la víctima. Es perfectamente normal que podamos sentir odio cuando sentimos que nuestros derechos o nuestra integridad han sido ultrajados. A pesar de que como víctimas creamos tener la razón por haber sido engañados, violados, acusados injustamente, abandonados o traicionados por nuestros seres queridos, la verdad es que es un error dejarse llevar por ese sentimiento tan destructivo; ya que el mayor daño se lo termina haciendo uno mismo.

En la actualidad, el odio sigue destruyendo amistades, familias, sociedades, grupos étnicos, y un sin fin de relaciones humanas. Las personas siguen atacándose por envidia, celos, por diferencias sociales y económicas, y un sin número de otras motivaciones. Una de las razones principales es la incapacidad de perdonar a quienes nos han herido. Por eso la Biblia nos aconseja en Romanos 12 “No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos.”

Así como el hábil bisturí sabe penetrar sigilosamente hasta lo más profundo de la carne humana, para dividir tejidos, vasos, órganos, nervios y extirpar tumores con el único fin de salvar vidas. De forma similar Jesucristo, el gran Médico divino, puede operar en nuestras vidas y hacer una limpieza total en nuestro interior. El puede penetrar tan profundo en nuestro corazón para frenar el odio, la ira, el rencor y todo aquello que se alimenta de lo negativo.

El es el único que puede extirpar por completo esa naturaleza pecaminosa que cada uno de nosotros hemos adoptado. Pero a través de sus enseñanzas y de su Espíritu Santo podemos alimentar la naturaleza espiritual que proviene de Dios. Aunque no podemos controlar el comportamiento de los demás, está en nuestras mano edificar el nuestro; y no hay nada mejor que hacerlo bajo la tutela de Dios quien puede examinar en lo más profundo de nuestros corazones.

Anhelemos ser limpios por él y pidámosle de Todo Corazón como el Rey David lo hizo: “Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí…Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente.”

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