Árbenz visto por Jenny
Teorema
Este año Jenny, la más querida y longeva colaboradora de Pi, Plaza de Opinión, habría cumplido un siglo de existencia. Su memoria guardaba todo tipo de recuerdos, desde sucesos en su infancia hasta hechos que acontecieron cuando adulta y… después. Siempre sintió atracción por el acontecer político.
Teníamos una dinámica muy especial. Cuando se trataba de acontecimientos ocurridos mucho tiempo atrás, escribía y enviaba conforme iba recordando. Me pedía editarlo, investigar fechas, averiguar lo sucedido entre uno y otro evento, cosas así… Fue un gusto trabajar así con ella.
A veces se ponía muy productiva y me enviaba artículos, fragmentos o completos que superaban los que mis posibilidades para editarlos. Cuando falleció me dejó un artículo sobre el presidente Ubico, otro sobre Carrera y uno más sobre Árbenz. Éstos, que requerían mayor investigación histórica, nunca fueron publicados.
Este mes y el anterior, destinado a serlo de Tiempos recios, me he propuesto desenterrar lo que Jenny me envió sobre Árbenz, complementarlo, editarlo a la luz de nuevos datos publicados, llenando algunos vacíos en el tiempo, pero respetando, en lo posible, la visión que ella tenía de quien fuera coetáneo suyo.
Pronto olvidaremos la presidencia de Morales porque no hay mucho qué recordar. Árbenz, en cambio, mantendrá vigencia en la memoria histórica de la sociedad guatemalteca. Creo que el suyo debiera ser un recuerdo objetivo, considero importante evitar que se le convierta en mito.
Pasada la revolución de octubre de 1944, un triunvirato se hizo cargo del Gobierno. Este convocó a elecciones de inmediato. Dos meses después Arévalo ganó la presidencia a una docena de candidatos, con 86% de votos. Le siguió Adrián Recinos con 7%.
Dos años después, mujereando –dice Jenny–, Arévalo y un amigo suyo, con dos bailarinas rusas se embarrancaron en la carretera a Panajachel. El Presidente quedó gravemente herido, los demás murieron. Entre los más altos funcionarios del Gobierno, se temía que Arana o Árbenz, los dos militares más importantes, asumieran el poder mediante un Golpe de Estado.
Para evitarlo, un grupo de ciudadanos consiguió un acuerdo, con ellos, mismo que después fuera conocido como “El pacto del Barranco”. Este establecía que no habría golpe, que Arana sería presidente en 1951 y Árbenz en 1957 (el período presidencial era de seis años). Ese orden se debió a que Árbenz, quien entonces aún no había cumplido 34 años, era muy joven y “podía esperar”.
En julio de 1949 Arana fue asesinado sobre el Puente La Gloria, en la entrada a Amatitlán viniendo de El Morlón. El atentado tuvo gran repercusión nacional pero la investigación, más que dar con el responsable, buscó calmar las aguas.
La población concentró sus sospechas en Árbenz ya que era el principal beneficiado. A la fecha aún no existe, judicialmente hablando, ningún responsable por ese crimen. Tal vez no lo habrá jamás porque extrañamente Árbenz sigue siendo un ícono para la izquierda. Sin embargo, el fantasma de Arana, que se mantuvo tan unido a él como su sombra, siempre lo persiguió, incansablemente.
Como se esperaba, Árbenz con el apoyo del gobierno y de José Manuel Fortuny, ganó la presidencia con 65% de votos; Ydígoras ocupó el segundo lugar con 19%.
En 1947, siendo ministro de Arévalo, Árbenz había iniciado amistad con Fortuny, la que se intensificó progresivamente. Ya entonces José Manuel era uno de los más importantes dirigentes comunistas de América Latina. Dictó sus memorias a Marco Antonio –el bolo Flores–, quien las publicó en el libro “Fortuny; un comunista guatemalteco”.
Fortuny frecuentó la casa del ministro Árbenz para instruirlo, a él y a su esposa, en teoría marxista. Se decía que eran como hermanos, aunque de personalidad distinta. Uno simpático y extrovertido, tímido y melancólico el otro. El primero era un ideólogo, inteligente, convencido, intenso, locuaz, brillante… el otro tenía una formación militar, pobre en filosofía, sociología e historia. Uno leía mucho, el otro muy poco.
Durante su campaña por la presidencia, “CheManuel” le escribió los discursos, impregnándolos sutilmente con el pensamiento de Marx. Después ya en la presidencia siguió haciéndolo, pero el tono comunista fue progresivamente más abierto. Se los escribió todos, incluso el que pronunció el 27 de junio de 1954, cuando Árbenz renunció a la presidencia.
No se puede pensar en Árbenz sin Fortuny. La fuerza, la ideología, el convencimiento, la pasión de CheManuel fueron canalizados a través del presidente. Era, como se dice, el poder atrás del trono. La gente lo sabía pero nos limitábamos a cuchichearlo. Pensábamos que la embajada le pondría límites pero tardó mucho en hacerlo. Quizá porque Fortuny era un personaje internacional. Hay que recordar que por aquellos años era reputado como, el más importante dirigente comunista de América Latina.
Fortuny había levantado de entre escombros, lo que quedaba del Partido Comunista de Guatemala fundado por Antonio Cumes a fines de los 20’s. Lo nombró Partido Guatemalteco de los Trabajadores –PGT— y fue su primer Secretario General. Para no dejar duda de su orientación, la insignia del partido tenía una estrella roja de cinco picos en cuyo centro lucía una hoz dorada y un martillo. Fortuny presentó a Árbenz con dirigentes del PGT y sus visitantes: otros líderes comunistas latinoamericanos y más de uno llegado del Kremlin.
Si la influencia ideológica de Fortuny en los esposos Árbenz fue decisiva en su orientación hacia el comunismo. Aún más importante lo fue en la integración del Gabinete de Gobierno. A instancias de Fortuny, muchos miembros del PGT ocuparon importantes cargos en el gobierno. Sólo muy pocos tendrían contacto con la prensa o el público. El mismo Fortuny se abstenía de fotografiarse con Árbenz tanto como podía. La disputa por los cargos públicos sucedió mayormente entre los socialistas de Arévalo y los comunistas de Fortuny, lo que condujo a un claro antagonismo entre ambos grupos.
Aunque nunca intimamos, conocí bien a Árbenz porque era solo seis años mayor que yo y ambos proveníamos de círculos sociales semejantes; él en Quetzaltenango, yo en Coatepeque. Cuando él se graduó en la Politécnica, yo tenía dieciséis años, Cuando Arévalo lo nombró ministro, yo empecé a trabajar para el gobierno en el IGSS, fui la tercera persona contratada para esa naciente institución.
A mediados de marzo de 1951, días después de la toma de posesión, nos reunimos con Abundio Maldonado, su esposa Ruby y otras personas en el restaurate Los Arcos actual zona 13. Hablamos sobre dos metidas de pata tremendas de Árbenz, durante la ceremonia de investidura. Contrario al de Arévalo, cuyo inicio fue apoteósico, el gobierno de Árbenz empezó mal.
Si la desafortunada ocurrencia la hizo inconsciente de lo que decía, o si fue de intención, solo él lo sabía, pero para los presentes fue un insulto. Árbenz se dirigió a Arévalo diciéndole Chilacayote (apodo puesto por los arbencistas). Alguno en mi grupo dijo que Arévalo debió llamarle Coronel Morfina, uno de sus apodos hirientes. Pero Arévalo, con la dignidad que lo caracterizaba se hizo el desentendido.
Árbenz había metido una pata y metió la otra cuando al fin de la ceremonia, hizo una broma torpe sobre el accidente de Arévalo con las rusas. Mal lugar y peor momento para lucir su sentido de humor, entre pesado y grotesco. El coronel había estudiado en la Politécnica, su educación formal equivalía a la de un civil graduado de escuela secundaria. Por su parte, Arévalo había estudiado Derecho en la USAC (no terminó) y obtenido un doctorado en pedagogía en la Universidad de Tucumán, Argentina. Ocho años de diferencia en estudios, son difíciles de ocultar.
Asistí a la pomposa fiesta de toma de posesión de Árbenz, llevada por mis primos, los Ruata Asturias. Todos los invitados, notamos de inmediato la ausencia de Arévalo y su esposa, en la celebración. Se dijo que solo había estado en la parte protocolaria y se había marchado inmediata y discretamente, excusándose por sentirse mal, pero nadie lo creyó. No se quedó, porque el insulto de Árbenz, fue directo y consideró indigno llegar.
¡De pie, Guatemala inmortal, de pie!
Continuará…

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