Columnas

Una pausa para comenzar el año

Mi Esquina Socrática

Los guatemaltecos –o quienes parecemos serlo– constituimos una población afortunada, sin aludir aquí por eso a nuestra “eterna primavera”.

Pues nunca parecemos caer por debajo del Ecuador ni tampoco poder escapar a la planicie helada sobre la que se asienta el Everest… También la consecuencia, sea dicho de paso, de una ubicación geográfica e histórica que nos ha sido muy favorable. Y con el resultado demográfico de una cultura mestiza otrora, quizás, demasiado violenta, aunque desde hace siglos no menos intrascendente para el mundo de hoy… o si se quiere, según otros, más bien digamos que una cultura resignada.

Nos hemos hallado, pues, en medio de una mar tibio y tranquilo que a veces despierta de muy mal humor, pero que hace las delicias de todos quienes en él nos sumergimos, aunque solo sea por unos minutos. Encima que nos acaricia casi a diario con su sensualidad climática y musical. Un resumen turístico de la Guatemala de siempre.

Pero estamos a los principios de otro milenio de historia, aunque lo que muchos ignoramos es a qué atribuir tanto sosiego de este momento.

En el mundo de la política interna de Guatemala, yo, por mi parte, y con cierta osadía algo prepotente, me atrevo a reducirlo a un incidente meramente humano e históricamente imprevisible. Se llama… Donald Trump.

Pues las elecciones de noviembre de este año en los Estados Unidos nos llevan a esa conclusión como un anillo al dedo. Dado que nos aseguran la cooperación pacífica de muchos indecisos y también las decisiones más competitivas entre los más responsables de aquí y de allá en cualquier ángulo geográfico.

Encima, la corriente aérea para todo este intríngulis cívico también nos favorece de momento, pues así elegir políticamente a los nuevos gobernantes nos ha resultado simplemente fácil.

Ahí han quedado, al margen por supuesto de la soberanía relativa de los Estados y a la capacidad decisoria de sus élites electoreras, golpes ominosos, triturantes y ya sufridos por muchos de nosotros y reiteradas veces también bajo otros climas. Por ejemplo, los arrebatos casi a diario de Maduro, las transacciones malignas de un Evo Morales en la Presidencia, la irresponsabilidad patológica y total de una Cristina de Kirchner, además los caprichitos irresponsablemente suicidas de algunos jóvenes chilenos demasiado mimados e ignorantes, la asfixia terminal de la capacidad de razonamiento bajo los Castro y de sus repulsivos sepultureros de tanta carne joven dentro y fuera de Cuba, o las monótonas estafas de una pareja matrimonial de enfermos mentales que responden a los nombres de Rosario Murillo y de Daniel Ortega. Un zoológico ya muchas veces visto por estos lares, aunque, afortunadamente hoy para mí, desde algo de lejos.

Donald Trump ha constituido una sorpresa para todos los electores, o de los muchos que ahora quisieran serlo, dentro de los confines políticos de los Estados Unidos como también del resto del planeta: Un hombre público que hace no menos públicas sus percepciones privadas.

Aunque para muchos, fuera de los Estados Unidos y muy dentro de Europa, muy a destiempo.

Donald Trump resulta un “tycoon” al estilo del último tercio del siglo XIX. Probablemente, lo que más se le asemeja en la historia es la figura de Theodore Roosevelt, no menos un “Rough Rider” y un yankee original por excelencia, pero con algunas variantes que nos son más contemporáneas.

“America First”, por ejemplo, choca decididamente contra las pretensiones internacionalistas de sus amigos en el tablero político internacional.

Igualmente su menosprecio por la alianza atlántica o cualquiera otra alianza, incluso con la Corea del Norte; y no menos por su realismo económico y su insistencia en los puntos más clave del mercado libre: por ejemplo, precio de contratación de la mano de obra libre exactamente los mismos a los que se lograrían por cualquier negociaciones de un total libre mercado; un respeto saludable por el poder real, político o militar, al margen totalmente de simpatías o antipatías de índole subjetiva o emocional; y una confirmación de todo ello evidenciada en valores monetarios enteramente libres; como un cruzado del siglo XI, pero siempre dispuesto a actuar según el lema en el escudo nacional de Chile: “Por la razón o por la fuerza”.

Resulta una expresión rutilante de una actitud de tiempos idos: la de cualquier pionero que luchó durante tantas décadas por instaurar un Mundo Nuevo esencialmente capitalista sobre principios evangélicos de respeto a la libre opinión ajena y del no menos libre mercado de la propiedad privada, todo en la América del Norte. En una frase: el capitalismo de quien fuera su antecesor, Calvin Coolidge. Otra razón por lo poco que se le entiende en Europa.

Pero aquí algunos creemos entenderlo y estamos de acuerdo con sus premisas, aunque su estilo nos resulte algo rudo y simplista. Lo mismo digamos, por cierto, de Bolsonaro en Brasil.

Queda mucha tela por cortar, pero para un comienzo de año baste estas reflexiones provisorias como “Food for thought” para un mundo que nos atenaza cada vez más.

Y en esta inflexión histórica, yo estoy con Trump.

TEXTO PARA COLUMNISTA
Una pausa para comenzar el año 3

Lea más del autor:

Armando De La Torre

Nacido en Nueva York, de padres cubanos, el 9 de julio de 1926. Unidos en matrimonio en la misma ciudad con Marta Buonafina Aguilar, el 11 de marzo de 1967, con la cual tuvo dos hijos, Virginia e Ignacio. Hizo su escuela primaria y secundaria en La Habana, en el Colegio de los Hermanos De La Salle. Estudió tres años en la Escuela de Periodismo, simultáneamente con los estudios de Derecho en la Universidad de La Habana. Ingresó en la Compañía de Jesús e hizo los estudios de Lenguas Clásicas, Filosofía y Teología propios de esa Institución, en diversos centros y universidades europeas (Comillas, España; Frankfurt, Alemania; Saint Martin d´Ablois, Francia).

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