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Calles cerradas, colonias seguras

Antropos

Uno de estos días llenos de lluvia y bruma, realizaba una diligencia familiar por una de las colonias de nuestra ciudad capital. En otros tiempos, sabía con certeza que podía cruzar por una calle y llegar a mi destino. Pero ahora, me enfrenté a un muro de hierro y a una garita con guarda de seguridad privada que me indicó que por ahí no podía transitar. Tremenda sorpresa y tuve que buscar otras vías para llegar a mi destino. Quizás más adelante, éstas tampoco existirán.

Salí del lugar preocupado porque las calles y avenidas se cierran porque a los vecinos les afecta la inseguridad. Y la pregunta que me hice fue ¿Qué sucedería si las grandes avenidas de la zona uno cerraran por las mismas causas que lo hacen los habitantes de las colonias? ¿Y si empiezan a amurallar la avenida de la reforma o los próceres o el bulevar liberación? En fin, ¿por dónde transitarán los carros, los buses y por dónde caminaremos los habitantes de esta ciudad?

Esto pareciera una ficción urbana en una masa inmensa de automóviles corriendo de un lado hacia el otro y de miles de personas arremolinadas. Pero en esos sueños de madrugada que parecen una realidad, mi angustia crece y despierto angustiado en medio de un túnel oscuro que no logro ver ni un hilo de luz que tranquilice mi alma atribulada. Los ciudadanos de ésta capital hemos convertido ya, nuestro hogar, en un condominio inmenso como si fuese un panal en el que cada agujero, es un lugar para vivir.

Si a esto le agregamos que las personas que tienen sus “cositas”, o altos funcionaros de gobierno, poseen carros y chalecos blindados y un número de hombres armados que vigilan sus pasos para cuidarse del extraño, entonces sí que estamos amolados. Se puede agregar además a esta cruda y desagradable realidad, los cuidados y el peligro de lo que comemos y de las medicinas que tomamos. Una triste situación que debemos superar.

Las respuestas no pueden ser individuales ni de grupos de vecinos. Sino encontrar el sentido de “comunidad”. No es posible que todos nos parezcan sospechosos y que el nivel de desconfianza sea tan descomunal como para no darle los buenos días al vecino. Nos hemos convertido en extraños y quisiéramos que aquello de lo cual sospecho, ya no siga siendo un estorbo en el camino de mi vida. Hay personas incluso que hablan de limpieza en todo el sentido general de la palabra. Pero la única que yo logro entender, es el encuentro entre personas. Es soltar mi mano, es dar confianza al otro para que hable. Es no golpear la bocina del automóvil mientras permanecemos frente al color rojo del semáforo de la esquina.

Esta Guatemala nuestra, aun cuando no es la única en condición de inseguridad, si debemos cuidarla, porque cerrar calles, avenidas y construir miles de condominios, no resuelve el problema. Lo acorta porque nos acordonamos solamente en ese único momento de convivencia familiar.

Si logramos “vivir juntos” en nuestra sociedad bajo el principio de la confianza y la apertura de la palabra con el otro, lograremos romper las murallas para vivir en comunidad.

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