Columnas

La zona 4 capitalina de nuestros días

Mi Esquina Socrática

Aludo a grandes rasgos a ese relativamente pequeño triángulo que constituye esa zona constreñida entre la décima avenida y el mercado de la Terminal de Este a Oeste, pero muy en particular al área que le es adyacente al Sur del espléndido Centro Cívico (en el cual, sea dicho de paso, acaba de ser restaurado un fresco del gran pintor Carlos Mérida) hasta el edificio de la Cámara de Industria, frente a la Iglesia neobarroca de Yurrita.

Un nieto de don Juan Mini, el ingeniero Chesley Smith Mini, hijo del gran director de teatro Dick Smith y de su esposa Dialma Mini, se ha hecho responsable voluntariamente de la actualización y embellecimiento arquitectónicos del entero sector. Según me ha confesado, él querría hacer de esta zona otrora tan decaída un espacio de vanguardia tecnológica, en la línea de su primo Juan Mini de erigir el equivalente a un Silicon Valley. Todas ideas empresariales de gran aliento, reflejadas consecuentemente en las dos torres ya terminadas del Campus Tecnológico (TEC), entre plazuelas y calles de sabor cada vez más juvenil y romántico.

Allí está incluida también la sede principal de la Universidad Da Vinci, así como el Teatro del Instituto Guatemalteco Americano que hoy merecidamente ostenta el nombre de “Dick Smith”, el exitoso director de teatro norteamericano de más de medio siglo de raigambre entre nosotros.

Lo mejor que yo podría sugerir a cualquier lector es estacionar su auto cerca del punto céntrico de esa zona y continuar su recorrido a pie por sus demás pintorescas calles y avenidas, la mayoría de las cuales ya jardinizadas y el resto en vías de urbanización más contemporánea.

La zona 4 capitalina de nuestros días

La zona cuatro de hoy así se nos ofrece como un área donde predomina la juventud estudiosa del siglo XXI, lo que se hace más atractivo por sus calles peatonales y una multitud de restaurantes y cafeterías que invitan al dialogo relajado.

A todo ello habría de sumársele la creciente presencia de los proyectos urbanísticos del Banco Industrial con sus nuevas iniciativas adyacentes.

Modernidad y audacia empresarial, por tanto, parecen ser los rasgos que devienen más creativos para la zona cuatro de ahora, hace tan solo tres cuartos de siglo tan adormecida y olvidada. Lo que me trae de nuevo a la memoria la originalidad de aquel emprendedor italiano de la transición del siglo XIX al siglo XX, don Juan Mini. Originalidad que hago extensiva al ulterior desarrollo monumental de las zonas 9, 10, 14 y 15 de esta ciudad capital.

Hoy los otrora olvidados barrancos del valle de la Ermita se han integrado a los más impresionantes modelos de desarrollo de la capital.

Todo ello a su turno estímulo para una nueva oleada de emergentes arquitectos e ingenieros tan audaces como emprendedores que podrían constituirla en el foco de la envidia de cualquier centro urbano mundial, al estilo de las construcciones que hoy en día bordean el Golfo Pérsico o de esas otras multidimensionales de la China post Mao. Aunque en lo personal el modelo más ejemplar de modernización urbana lo continúa siendo el Berlín de la posguerra.

Me permito añadir aquí algunas referencias históricas relevantes a esa renovación del Centro Cívico en la zona cuatro que también nos puede servir de complemento en el sitio web “Aprende Guatemala” calzado con la firma de Ivon Kwei:

El Centro Cívico es hoy un área en la Ciudad de Guatemala conformada por importantes edificios para la sociedad. Principalmente, fueron construidos entre los años 50 y 60 y son en nuestros días una demostración de la cultura guatemalteca. La maqueta del diseño del Centro Cívico fue presentada al Presidente Carlos Castillo Armas en 1954. Esta tenía la visión de dotar a la ciudad una función de eje de tres centros importantes: el deportivo, con la Ciudad Olímpica; el cívico, con los edificios de instituciones muy importantes del Estado y el cultural, con la provisión del Centro Cultural urbano.

Los diseños y el posicionamiento de cada uno de ellos son una interpretación contemporánea de las acrópolis maya, ya que estas también estaban organizadas con sus pirámides y palacios en torno de amplias plazas.

Todo esto, a su turno, se hizo posible porque a mediados del siglo XX una generación de jóvenes arquitectos graduados en el extranjero regresó a Guatemala. Sus ideas y sistemas muy originales los ayudaron a crear la arquitectura moderna que tanto distingue hoy al Centro Cívico. Recordemos a algunos de los más fecundos: Jorge Montes, Roberto Aycinena, Raúl Minondo, Carlos Haeussler y Pelayo Llarena.

También se hicieron presentes artistas involucrados en decorar con murales los edificios de dicho lugar: Roberto González Goyri, Carlos Mérida, Efraín Recinos, Dagoberto Velásquez y Guillermo Grajeda Mena. Algunas de sus obras fueron decoradas desde sus inicios con mosaicos realizados por Carlos Mérida, como los edificios de la Municipalidad y el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social. Igualmente resaltan murales en relieve de Dagoberto Vásquez en el Banco de Guatemala, los cuales narran pictóricamente la historia del país. Los Principales edificios de ese Centro Cívico son también uno por uno muy de admirar: La Municipalidad, el Crédito Hipotecario Nacional, el Banco de Guatemala, el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, la Corte Suprema de Justicia, el Instituto Guatemalteco de Turismo y el Ministerio de Finanzas Públicas.

En lo personal siempre he admirado el celo por la variada modernización de las áreas residenciales, y aun de las académicas en otros arquitectos como Jorge Molina Sinibaldi y Adolfo Lau respectivamente. Aquí me veo obligado a pedir perdón a los demás insignes guatemaltecos arquitectos y héroes de las artes plásticas que no incluyo por falta de espacio o de familiaridad con ellos, aunque sin excluir a otros genios de mi personal conocimiento en las artes plásticas o en la arquitectura (o en ambas), me refiero, por ejemplo, a Luis Díaz Aldana y David Ordoñez.

Tampoco soy un profesional de estos temas; solo un simple aficionado, pero todo ello me confirma la increíble riqueza cultural de la Guatemala de los siglos XX y XXI que tanto admiro.

Queda mucho por decir y describir; pero, al menos, dada esa historia reciente de este rincón de las Américas le auguro triunfos más memorables al genio chapín.

Y de ahí mi curiosidad especulativa sobre lo que podría devenir en el futuro para esta hermosísima tierra de volcanes y lagos en la que nunca había pensado residir, y mucho menos morir en ella como a todas luces se me insinúa ahora en lo muy personal.

Precisamente por eso lamento que me quede tanto por decir pues mi tiempo ya se ha agotado casi del todo.

No quiero cerrar esta nota sin aludir a ese otro grupo de inmigrantes, esta vez, alemanes, tras la Segunda Guerra Mundial. También ellos han dejado una huella fecunda inclusos desde antes de la Guerra, aunque algo opacada por los desmanes conocidos del Tercer Reich. Inclusive he tenido la suerte de tratar personalmente con alguno de ellos, no menos creativos que sus predecesores italianos o belgas del siglo XIX.

Y para molestar un poco a ciertos amigos míos de pensamiento de izquierda, me permito saludar aquí la memoria de mis compatriotas cubanos forzados a un exilio muy doloroso por esa otra mancha de la conciencia humana que se llamó Fidel Castro.

(Continuará)

TEXTO PARA COLUMNISTA
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Lea más del autor:

Armando De La Torre

Nacido en Nueva York, de padres cubanos, el 9 de julio de 1926. Unidos en matrimonio en la misma ciudad con Marta Buonafina Aguilar, el 11 de marzo de 1967, con la cual tuvo dos hijos, Virginia e Ignacio. Hizo su escuela primaria y secundaria en La Habana, en el Colegio de los Hermanos De La Salle. Estudió tres años en la Escuela de Periodismo, simultáneamente con los estudios de Derecho en la Universidad de La Habana. Ingresó en la Compañía de Jesús e hizo los estudios de Lenguas Clásicas, Filosofía y Teología propios de esa Institución, en diversos centros y universidades europeas (Comillas, España; Frankfurt, Alemania; Saint Martin d´Ablois, Francia).

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