Reflexiones avirulentadas
Mirilla Indiscreta
¡Seguramente una extraña experiencia la que estamos viviendo!
¡Inesperada!… que causa conmociones inéditas por desconocidas, y cuya vivencia depara para los individuos una variedad creciente de realidades existenciales, que los pueden llevar a los límites de su tolerancia psicológica o física.
El mundo de las enfermedades especialmente las bacteriales y virales constituye un reto casi insuperable, para la experiencia de los seres comunes que saben enfrentarse a lo visible pero no logran si no en razón del conocimiento lidiar con lo invisible.
En un pueblo donde reina la ignorancia y la precariedad sanitaria, encontrarse de la noche a la mañana en medio de una batalla viral. resulta casi una tarea imposible de superar con solvencia.
¡Los estragos a la salud y la economía de los comunes, resulta monumental!
Ha sido quizá la aproximación religiosa a los textos bíblicos lo que más nos acerca al conocimiento común, la existencia de pestes que asociadas a lo religioso conmovieron el alma humana más que a la razón.
Para entenderlas, se asumieron como castigo divino alejado de la perversión que implica pensar que sea el mismo ser humano el creador de sus propios asesinos virales, pero la codicia y la lucha por el poder y el control de unos sobre los demás, plasmada desafortunadamente en la genética individual sobrepasa los límites éticos y morales para lograrlo.
La contradicción que sostiene que la guerra constituye un supuesto Fundamental, para alcanzar la paz, parecería similar a otro igualmente cínico que postulara que la destrucción sería el único e indispensable requisito para propiciar la construcción, valga decir, los dos argumentos sosteniendo que se basan en un postulado ético para alcanzar el avance en sentido positivo de los pueblos.
¡Esa argumentación constituye una mentira ruin y tramposa!
Finalmente, en la realidad concreta, los pueblos son ajenos a la lucha de las elites que controlan el poder político, económico y militar en su afán de dominar al mundo.
Pero hacedor del mal, por propia mano, la esperanza surge cuando, como resultado de una acción maléfica, ésta escapa al control de sus creadores. para marcar radicalmente un cambio de ciclo en la convivencia humana que por contradicción retorne a los valores perdidos por la inducción de la ambición sin límites.
Esa es nuestra esperanza, qué con la presencia y sufrimiento que este bicho inflige a la humanidad entera, el coronavirus (Covid-19), símbolo de la excelencia de la maldad humana, traiga inscrito, por intersección divina, en el ADN de su propio mensaje destructor, las albricias de una convivencia en donde la solidaridad el amor y confraternidad, se transformen en el signo de los tiempos por venir.
Todo lo anterior constituye el marco teórico de referencia de la crisis sanitaria mundial que con angustia y limitaciones padece la humanidad en este momento crucial de la expectativa de su propia existencia genérica.
Una combinación exacerbada de intereses contrapuestos entre países dominantes y dominados profundiza la crisis frente a un virus que no reconoce fronteras y no razona en función de intereses económicos ni financieros.
Porque persiste y persistirá la duda, si es factible y cierta la sospecha de que creada la enfermedad por la inteligencia humana se haya formulado simultáneamente el antídoto para curarla.
Conociendo el avance logrado en el campo de la genética molecular, es legítimo pensar que en algún lugar del mundo en la caja fuerte inexpugnable de la ambición por el poder no se quiera compartir deliberadamente, la combinación para abrirla.
Transformar la cura en ficha de cambio para alcanzar objetivos políticos y mercantiles, constituye un crimen de lesa humanidad por la infamia de obtener el pago de una factura universal.
Conocer el límite de esa ambición será cuestión de tiempo, del que se tomen para liberar el remedio. Y, ese tiempo valioso, lamentablemente se transformará por inercia en los millones de seres humanos que perecerán como pago ineludible a la ambición.
Aunque esta afirmación entrañe inconscientemente la esperanza, de que toda esta pesadilla, tiene su final en manos de los propios seres humanos.
De lo contrario, expuestos a la irresponsabilidad de haber creado el mítico infierno en la tierra, inmerso en una cepa viral fuera de control. De ser así, constituirá el más grande reto que haya tenido la humanidad, buscar la vacuna o el remedio a un despropósito de exterminio universal.
Este pensamiento tan cruel y definitivo, como parece entraña la esperanza cierta de que finalmente, como en el principio de los tiempos terminemos con fe, poniéndonos a la disposición y voluntad del creador de todo lo creado.

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