El intruso mal-creado
Mirilla Indiscreta
En un mundo que se convirtió en aldea, en el que nos podemos morir del susto antes que llegue la tragedia, defenderse del susto es tan legítimo como hacerlo con la misma tragedia.
La población, los comunes, entre quienes yo me incluyo, se ven repentinamente zangoloteadas de un rincón obscuro a otro, perdiendo identidad y el derecho de réplica.
Masificada, transfiere sin consulta previa, la autoridad suprema que se auto-reconoce en su norma constitucional, para transformarse en sujeto pasivo del aparato estatal que convierte en verdugo ejecutor al gobierno de turno.
El supuesto bien común del pueblo lo transmuta en vasallo, por la dictadura de sus propios servidores coludidos en la orgía en que degenera el poder sin los límites regulatorios que establece la ley.
Siempre blindados en sus acciones, en la siniestra ecuación del no culpable.
Si fracasa el plan fue por la desobediencia de los comunes, y si sobrevive el plan, será por la divina lucidez de los opresores.
“El señor don Juan de Robres…Con caridad sin igual…Hizo este santo hospital y también hizo los pobres” Juan de Iriarte. Epigramas (1720-1771)
Desde luego, encendido el fuego de las decisiones sin bomberos próximos, la disputa del poder global, nos empuja entre dos opciones: O nos morimos por causa del Coronavirus Covid-19 o indefectiblemente por las consecuencias impredecibles de los menesterosos con hambre.
Fríamente calculado por los creadores del bicho, una verdad casi inocultable que flota sobre los escombros de la información podrida, este Frankenstein del siglo 21, tiene preferencia por la carne magra de la tercera edad, pobre de mí, bocado en perspectiva, y como consecuencia una franja poblacional que aparentemente improductiva no alcanza a poner en la línea de extinción inminente a la humanidad.
Esa estira y encoge les provee a los creadores y gestores, el margen de tiempo para alcanzar el acuerdo que les permita repartirse el mundo.
Pero también, apoyados en las estructuras de los poderes nacionales, les permite medir, con su entusiasta complicidad, el margen de tolerancia de los comunes frente a la posibilidad real de que sea establecida una dictadura universal de la cual ellos obtendrían las migajas de su parte.
Lo que debe considerarse es cual debe asumirse, frente a la disyuntiva catastrofista del virus, o la debacle que nos retornaría al salvajismo y discriminación a la que empuja el hambre y la desolación.
Esta apreciación surge por la preocupación de que la situación social y económica de los comunes (insisto en incluirme) pueda sobrepasar la tolerancia y obediencia de la plebe, que además sirve para ensayar modelos de conducta de uniformación y control poblacional.
Si ese fuera el caso, liberar el acceso al trabajo y atendidos directamente a los contagiados de la enfermedad debiera ser la aspiración de los dirigentes en nuestros países sentenciados por el subdesarrollo.
Si la mayoría puede superar la pandemia, obliguemos y dictemos las medidas que apoyen a la gente, para que se reacomode en la fuerza laboral y productiva recibiendo, no como resultado de la caridad, sino por la compulsión de la ordenanza, los apoyos que eviten qué en plena crisis, los cobros comiencen a inundar las líneas telefónicas con la insolencia que caracteriza a quienes deciden sobre un servicio vital.
Confiemos en qué, la naturaleza divina de nuestro padre, permita crear en la mayoritaria población joven y pujante de nuestra nación, los anticuerpos que replieguen al virus a su justa dimensión.
A propósito del tema no resisto remitirme a un diálogo aleccionador de uno de mis lectores tan leal como crítico severo: Un bibliófilo empedernido y de cultura bien fundada como libre pensador: “Te comparto una anécdota de hace dos días” me escribía ponderando para bien, mi artículo del miércoles pasado: “un amigo y paisano se apertrecheró, porque piensa que llegarán por su ganado por el hambre que viene. Al preguntarle si piensa enfrentarlos, me dio como respuesta una verdadera clase de economía política de la sobrevivencia, agregó mi querido lector: -No, no los enfrentaré, pero mis armas me permiten negociar. Que se lleven todo el ganado que quieran pero que no atenten en contra de mi familia. Ellos tendrán comida y yo a mi familia- ¡Quedé estupefacto!” concluyó su mensaje el expresidente Alfonso Portillo
Premonición del amigo de mi amigo…conclusión de auténtica sabiduría popular, aleccionadora y terriblemente preocupante…No sé.
Pero frente a esa posibilidad amenazante vuelvo a la reflexión: Contención Prusiana… o libertad consciente.
Yo confío en que nuestros jóvenes tienen la fertilidad activa para crear el anticuerpo genéticamente producido por voluntad de nuestro padre divino, que nos devolverá la confianza en la felicidad del futuro y la paz.

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