(IR)Responsabilidad
Evolución
Mucho se ha debatido sobre lo que a mi juicio es una falsa dicotomía entre salvaguardar la salud y la vida o evitar el colapso de la economía, quiebra de empresas y despidos masivos. La preservación de estos valores no son prioridades mutuamente excluyentes, de la misma manera que ninguno de ambos se puede garantizar de forma absoluta así se privilegie por completo al otro. Los daños, tanto en términos de vidas y de salud, como de pérdidas económicas, son ineludibles. Lo que debemos procurar es el balance y la medida prudente, en ambos lados de la ecuación, de las estrategias que podamos implementar para minimizar los daños.
También debemos considerar, siendo prácticos, que en muchos sentidos el gobierno ya ha decidido por nosotros. Ha impuesto las restricciones que ha considerado ser las más adecuadas, de la misma forma que no ha impedido que ciertas actividades puedan seguir llevándose a cabo bajo ciertas precauciones. Ha sido alabado y criticado, tanto por su estrictez, como por su permisividad. En particular he sido severamente crítico del grosero e irresponsable endeudamiento público, como de la falta de implementación de incentivos y estímulos funcionales para dinamizar la economía y preservar el empleo, sobre lo cual he escrito ampliamente. Considero que una estrategia sensata ha sido el control, seguimiento y aislamiento de muchas de las personas que importaron el virus a nuestro país y de quienes estuvieron en riesgo de contagio, aún así haya tenido notables falencias. Una crítica recurrente ha sido la falta de “pruebas masivas” bajo la lógica que muchos asintomáticos pueden ser portadores que contagien a muchos otros, citándose ésta como una estrategia exitosa en los países que mejor lograron contener la pandemia. Se entiende que el gobierno no cuente con pruebas suficientes; también ha argumentado que no quiere gastar recursos en pruebas “innecesarias”. Con los niveles de deuda adquiridos, francamente no le quedan excusas. Lo que es intolerable es que no permita que particulares, empresas e instituciones privadas puedan, a su costa, realizar pruebas y diagnósticos. En la medida que tengamos más diagnósticos y, por ende, datos más confiables, podremos tomar mejores decisiones y adoptar estrategias más efectivas. Es una total irresponsabilidad que el gobierno pretenda ejercer un monopolio sobre la información de la situación real, sobre todo cuando será a todas luces subestimada, debido a un reducido muestreo.
Estamos en la etapa donde el crecimiento exponencial de contagios puede dispararse y veremos qué tan efectivas han sido las medidas de contención. En este mismo contexto, para alivio de muchos y preocupación de otros tantos, muchos “cuarentenados” buscan aproximarse a su “normalidad”, desde resignados y desesperados por necesidad hasta confiados, indiferentes e incluso irresponsables.
Así que, en buena parte, la responsabilidad está en nosotros mismos. Lastimosamente, y si somos sinceros sabemos que es verdad, los chapines no somos muy propensos a respetar las reglas de convivencia. Nos gusta pensar que las reglas existen para todos los demás pero que por alguna razón nosotros quedamos exentos de su cumplimiento. Preferimos corromper al policía antes de aceptar nuestra responsabilidad. Pensamos que los que respetan el orden en el tránsito no son tan inteligentes como nosotros que encontramos el espacio para “colarnos” en la fila y llegar antes que el resto. Cuando vemos una cola, antes que al final, nos vamos hasta el inicio para ver si logramos algún trato preferencial bajo alguna excusa que solo es válida para nosotros. Y así podría seguir con ejemplos de nuestra “cultura” y nuestra idiosincrasia.
Estaba en un establecimiento cuando entra un energúmeno con su arrogancia característica y empieza a gritar a los cuatro vientos sin su respectiva mascarilla. Cuando le solicité que la usara, de la misma forma que todos lo hacíamos, por seguridad de él y de todos, su reacción no fue más que proferirme insultos y decirme que me dejara de “huecadas”. Al menos se retiró y se la puso. Días atrás había estado en una dependencia pública. La persona a cargo se aseguraba que todos cumplieran estrictamente con las medidas de distanciamiento. Lo simpático es que se retiraba la mascarilla cada vez que daba una instrucción a alguien o le propinaba un regaño por no acatar las disposiciones de seguridad. Incontables veces he visto mascarillas en la frente, debajo de la nariz o en la barbilla. No se diga cuando se le retira para hablar o simplemente no se usa. Como he dicho, la consideración hacia los demás no es precisamente la virtud más común entre los chapines. Si no podemos con algo tan simple, ¿qué nos espera? Enfrentamos un enemigo invisible, cuyo contagio es intrazable, de manera que es imposible determinar y deducir responsabilidades. Por eso debemos ser más que considerados y cautelosos y exigir que los demás lo sean. Asumamos cada uno nuestra responsabilidad y adoptemos las precauciones debidas, conscientes de cómo nuestras acciones pueden poner en riesgo a otros, a nuestros allegados y a nosotros mismos. Y no escatimemos el escarmiento moral a aquellos irresponsables que demuestran desprecio hacia los demás.

Lea más del autor: