Columnas

Ejército, Pandemia y transformación

Punto De Vista

El 18 de abril de 2004 exactamente, escribía una columna en este medio llamada “El Valor Social de la Defensa y la Reducción del Ejército”, a la que se agrega otra posterior con fecha 3 de mayo del mismo año titulada “Ojalá sepan lo que hacen”; ambas columnas expresaban la preocupación acerca de la reducción del Ejército realizada en aquel año, carente de un estudio y debate público sobre qué Ejército se necesitaba para hacer frente a las reales amenazas del país y previendo que aquella cantada modernización como le decían, se quedaría en una simple reducción, escenario que se cumplió a cabalidad 16 años después. Abordar el tema siempre levanta pasiones, se opina de manera visceral, alejado de un tratamiento técnico, mesurado o sereno.

Luego de la firma de los Acuerdos de Paz en 1996, hubo un momento de dialogo serio, técnico y de legitimidad política como lo fue el proyecto POLSEDE: “Hacia una política de seguridad para la democracia” (1999-2002). En el documento final de dicho proceso, se plantea un capítulo llamado “Sociedad, Estado y Ejército en Guatemala a inicios del siglo XXI”, el cual intenta comprender la situación de las relaciones entre sociedad, Estado y Ejército, resaltando el autoritarismo como un rasgo característico de la historia de Guatemala. El reto, construir un Estado democrático de derecho.

A partir de 1996, el país se encontraba en una etapa de reconstrucción y consolidación de la democracia y en ese marco estaba la redefinición de las relaciones entre sociedad y Ejército. De ahí la propuesta de un programa exitoso de reconversión militar y el fortalecimiento institucional de la autoridad civil. En ese sentido, POLSEDE no solo proponía la creación de un modelo militar adaptado y funcional, sino la generación de una institucionalidad democrática que redujera la inestabilidad del sistema político y afianzara los valores democráticos.

Sin embargo, los retos planteados por POLSEDE continúan aún pendientes, es necesario fortalecer la relación Ejército con la sociedad (a pesar de ser una de las instituciones que genera mayor confianza), de tal manera que se pueda desarrollar un modelo que corresponda con la realidad nacional e internacional.

Lo paradójico, es que la pérdida de impulso en la transformación del factor militar proviene más de las limitaciones de la conducción civil, que en medidas específicas de resistencia militar. ¿Qué se quiere decir con esto?, que no existe o por lo menos no está claramente definido un marco político estratégico que oriente que se pretende con la fuerza militar.

Lo que sí existe, es un sinfín de emociones más que opiniones serias, a favor o en contra de la institución castrense, con la característica de una ausencia total de involucramiento en los aspectos militares. Los disparates se escuchan en los dos extremos, demonizando y santificando.

Pero en todo hay un punto medio, como los habitantes de un segundo piso, molestados por el ruido de arriba y por el humo de abajo y desde ese punto medio hay que pensar y actuar, despojados de pasiones en uno u otro sentido.

La reconversión militar pasa por generar nuevas capacidades en el Ejército, considerando los siguientes aspectos: doctrina, organización, entrenamiento, materiales, liderazgo, personal y facilidades. Los aspectos antes mencionados, se pueden aplicar también para analizar las misiones de paz como un brazo de la política exterior de Guatemala o en cualquier otro tema.

Me gustaría agregar, el ingreso de las mujeres a la Escuela Politécnica desde el año 1996. A la fecha, no conozco estudios recientes de desempeño, roles, exigencias, aspiraciones, etc. ¿Cuántas mujeres aspiran a ser comandante, directora de la Escuela Politécnica, directora de inteligencia, jefe del Estado Mayor? ¿Se están preparando para esos puestos?, ¿reúnen las capacidades?, ¿aprueban todos los exámenes a que se someten?, ¿han sido primeros lugares en los cursos para ascenso?

Cuando se evalúe al Ejército o se usen adjetivos calificativos, recuerden que también hay mujeres que eligieron la profesión militar. Son aproximadamente el 7 por ciento de la fuerza, ocupando los puestos de oficiales, especialistas y tropa.

Otro argumento que se esgrime tiene que ver con el presupuesto destinado al Ejército, siendo la crítica que es en menoscabo de los presupuestos de otras instituciones, en especial de educación y salud. Es un argumento falaz. En general, se utiliza como ejemplo a Costa Rica indicando que abolió el ejército en 1948. A este respecto opino que en papel si se abolió, sin embargo, en la práctica sus fuerzas policiales estudian en los fuertes de Estados Unidos como Benning y en forma constante en el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad (Whinsec) en el estado de Georgia, si, la ex Escuela de las Américas que estuvo ubicada en Panamá hasta 1984, también participan en ejercicios militares como PANAMAX  y de fuerzas especiales, ergo su doctrina es militar. Por otro lado, compran armamento militar a Estados Unidos y el presupuesto de su policía equivale al de varios presupuestos de los ejércitos centroamericanos. En ese sentido, la explicación de que se invierte menos en educación o salud por tener ejército, no va por esa ruta. También habría que analizar en que se utilizan los presupuestos de educación y salud, el tema de los pactos colectivos, sindicatos, plazas fantasmas, licitación de contratos y un largo etcétera. Las comparaciones son peligrosas.

La Pandemia del COVID-19, ha puesto sobre la mesa cuestionamientos. De hecho, descoloca a los ejércitos y transforma sus actividades, dejando en suspenso las operaciones tradicionales y probablemente ajustando los objetivos militares en los próximos años producto de la recesión económica. Sin embargo, los ejércitos en menor o mayor medida están siendo utilizados por todos los países en mitigar la crisis: construcción de hospitales, cierre de fronteras, uso de la fuerza aérea para el traslado de nacionales y transporte de alimentos, apoyo a las autoridades sanitarias, apoyo en el resguardo del orden público y un largo etcétera.

En resumen, la pandemia brinda una oportunidad para ciertas definiciones y transformaciones estructurales en las instituciones del Estado y el modelo de defensa y militar no escapa a lo anterior. Negar que se necesita de una fuerza estratégica y en especial para momentos de crisis, al menos en mi opinión es un despropósito.

Quiero recordar en esta columna a Héctor Rosada Granados, gran persona que conocí, un hombre sereno en su análisis que se especializó en los temas militares. Descansa en paz mi estimado.

TEXTO PARA COLUMNISTA

Lea más de la autora:

Grisel Capó

Candidata al doctorado de Liderazgo Organizacional de la Universidad San Pablo de Guatemala. Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de la República Oriental del Uruguay. Magister en Relaciones Internacionales por la Universidad Rafael Landívar. Pos- Grado en Estrategia Nacional del Centro de Altos Estudios Nacionales de Uruguay y egresada del Centro de Estudios Hemisféricos de la Defensa, Estados Unidos. Diplomado en Antropología de las ciudades por la Universidad Rafael Landívar y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de México, entre otros cursos.