¡Me encontraron!
Mirilla Indiscreta
“Para que defendás la libre expresión del pensamiento y la libertad de la patria frente a cualquier dictadura”.
Cuando encontramos a Don Edmundo Deantés, el país se debatía en la más horrible intervención extranjera de nuestro sistema de justicia. Hoy las condiciones poco han cambiado y la represión y corrupción viven un segundo gran aliento sin ningún cambio para el pueblo, más que un nuevo equipo de verdugos.
Recordamos hoy el primer artículo que Don Edmundo Deantés envió a esta redacción:
¡Edmundo!…!Edmundo!… escuché con insistencia acompañado de un inusual repicar del timbre de mi casa. Entre somnoliento y dormido, me incorporé de mi cama… el corazón me latía a mil por minuto, podía escuchar mi respiración. Hacía mucho tiempo que nadie tocaba a la puerta de mi casa, haciendo que mi nombre retumbara en toda la cuadra. Don Edmundo, lo buscan, me dijo el muchacho que le echa agua a las macetas colgadas en el corredor de la casa. Entre sorprendido y temeroso, casi como un gemido apagado pude articular, ¿Quién vos Rufino? Unos señores, les urge hablar con usted. Puchis, pensé, serán los de la CICIG, el MP, la PNC, y de nuevo se me apagó la voz. Pero si yo ni funcionario he sido, medité para mis adentros, no tengo empresa, ni banco, ni siquiera jubilación ni seguro de vida… bueno, pero si te buscan, te buscan, pensé, preparándome para el inesperado encuentro. Hala, machá, que susto el que me dieron, les dije a mis tres viejos amigos que agitados y creo que, hasta un poco emocionados, me vieron sin anunciar su visita. !Vaya susto! les dije. Y tratando de abundar en explicaciones, por mi actitud, procuré en pocas palabras expresarles mi estado de ánimo.
Vieran ustedes, que la situación no está como para pegar estos sustos. Miren lo que pasó con Centeno, armaron un operativo para capturar a otro, pero lo encontraron a él, y se armaron los trancazos. Balazos van, balazos vienen, la esposa con sus hijas inmovilizadas en un descanso de la escalera de su casa, mientras don Pavel le hacía yemas a la situación. Me imagino que no escuchó su nombre, ni una sola vez, pero pudo ver a los señores que, cualquiera lo hubiera pensado, iban por él. Lo cierto de lo incierto, es que el licenciado está muerto, oficialmente suicidado, extraoficialmente frente a una captura, sin orden de captura, en una casa que alquilaba, y que nadie pudo decir a su debido tiempo, que no era la del perseguido. Pero yo, muchá, ni pistola tengo. y la navaja está tan oxidada, que si puyo a alguien no muere desangrado, pero de una infección, ¡Seguro¡ Pero para qué soy bueno mis cuates, les dije, usando el muy usado modismo mejicano. Te necesitamos, me contestaron casi al unísono, ¿Qué pasó? pregunté aún más sorprendido
Bueno, se animó el primero, antes que nada, tenemos que saber si todavía tenés tu pluma. Pues la verdad no recuerdo, era de oro y punto fino, Parker, si no estoy mal y me la dio un prócer del periodismo que por cierto fue quien me invitó a escribir en su periódico. Pedro Julio, recordé aún más emocionado, y desde luego acepté las consecuencias del interrogatorio ¿Pero qué pasó con la pluma? volvieron a insistir. Y el más atrevido de ellos me espetó sin más. Mirá Edmundo, si la empeñaste, la vamos a sacar de inmediato, pero te necesitamos con todo y pluma No muchá, no es para tanto, ya recordé que la guardo como uno de mis más bellos tesoros… Y acercándome al viejo armario que me heredó mi madre, de tres cuerpos y espejo biselado en el centro, lo abrí de nuevo -pocas veces lo hago- y allí, como iluminada por un halo espiritual encerrado en aquel mágico estuche, encontré la pluma. Una tarjeta, un poco amarilla, dice todavía: “Para que defendás la libre expresión del pensamiento y la libertad de la patria frente a cualquier dictadura”. La tomé con gran ternura y me trasladé imaginariamente al despacho de Pedro Julio, donde tenía la paciencia de escuchar la lectura de mis artículos y aparte de sugerirme sutilmente que cambiara alguna falta de ortografía, jamás me dió la línea ni sugerencia alguna que frenara el ímpetu de Edmundo Deantés.
Y pensé, si me invitan a usarla, como me orientó mi insustituible maestro, lo haré con el honor que él me inculcó, la decencia que fue su línea de conducta, la verdad que brotaba por sus poros y esa inclaudicable y permanente lucha por la libertad de su amado país. No me di cuenta que me había desconectado de la plática con mis amigos, me fugué con mi imaginación y me trasladé de nuevo al frente de batalla por esos principios. Te queremos invitar a escribir de nuevo Edmundo Deantés, me dijeron observando mi reacción con delicadeza y cuidado. El país está en una encrucijada y parece ser que solo una voz domina todo el escenario, la palabra disidente hoy no es sinónimo de contradicción política, hoy es motivo de sindicación ordinaria o vulgar, me dijeron con el enojo reflejado en el rostro. Bueno, les dije, casi compartiendo sus puntos de vista. Pero qué puedo hacer yo, íngrimo y solo saliendo de mi descanso para transformar mi pluma en flamígera espada reivindicadora. Ya nadie recuerda a Don Edmundo, les dije para justificar mi resistencia; las nuevas generaciones tienen otras preocupaciones, más ligadas con su comprometido y difícil futuro, que leer interpretaciones de la realidad que a la mayoría ni les interesa, ni entienden, confirmé entre preocupado y decepcionado. No Don Edmundo, replicó desde un rincón, de shute, el joven muchacho que les pone agua a las macetas y que, con mucho esfuerzo, estudia su bachillerato por madurez. Perdone usted, Don Edmundo, pero no es así, lo que pasa es que los jóvenes solo escuchamos lo que nos permiten escuchar, y eso parece un coro de voces que de distinto tono coinciden todos cantando lo mismo. Se harta uno, de oír siempre lo mismo, dicho por los mismos.
Si usted no es así Don Edmundo, ¡Eche penca hombre! ¡ayúdenos a entender lo que está pasando! Fíjese que yo he llegado a pensar que nuestro país está lleno solo de bandidos y delincuentes. Y eso no puede ser Don Edmundo… Le juro que yo soy honrado, pero todo el mundo lo ve a uno con desconfianza. No puedo pasar de una esquina a otra, sin que los que manejan los carros me miren con cara de aflicción. Cuando subo al autobús me ven las manos, como que fuera a sacar una pistola y asaltarlos. En fin, Don Edmundo, esto está insoportable. Yo al menos, con Trump o sin él, me quiero ir de mojado a los Estados Unidos. Aquí no hay esperanza, Don Edmundo, concluyó con una cara de devastadora impotencia Me quedé un gran rato meditando. Saber que regresar significa escribir sin difamar, sin insultar, ajustado a una línea de conducta editorial que por lo menos, como ha sido siempre, me permita verme al espejo, satisfecho y sin reclamos íntimos. Para mí, pensé, eso es lo usual, pero los tiempos cambian. Antes eras comunista o anticomunista, ahora corrupto, aliado de los corruptos y malvados. Aplicando aquella máxima, que dice que: “El que no está conmigo, está contra mí”, es realmente complicado. Antes arriesgabas la vida, y lo hacías con gusto, como parte del deber de defender principios. Ahora parece ser, que lo que tenés que defender es tu honor y dignidad frente a la descalificación y acusaciones perniciosas, provocadoras y como siempre, con el respaldo del poder. Antes el poder lo identificabas con nombres y apellidos, y ahora también, pero da mas miedo la deshonra que el asesinato.
Y pareciera que está de moda esta nueva forma de asesinar al adversario o al disidente. Pero qué vamos a hacer, alguien siempre estará frente al fuego que arrasa sin contemplaciones. Siempre la justicia de los actos los reconoce la historia y el implacable tiempo. Nadie es eterno en el poder ni en la efímera gloria. Y cuando la gloria se edifica sobre la base de la amenaza y descalificación, tarde o más temprano que tarde la verdad sale a relucir. Aquí está mi pluma, les dije a mis amigos, y si su misión no la deshonra, cuenten con ella, llénenla de tinta y tráiganmela para escribir mis primeros trazos. Y esta es una pequeña historia, la primera de muchas, que contaré todos los domingos, como siempre. Mis amigos despertarán del letargo y seguramente me buscarán para decirme lo que no les permiten decir en otras partes, estoy seguro que habrá fila de aquellos que, frente a la situación, se sientan comprometidos con la empresa de defender la libertad en todas sus manifestaciones. Yo los esperaré como siempre, atento y riguroso, listo a compartir este espacio con sus confidencias; aquellas que solo las platican con la familia y en voz baja.

Porque ahora, los teléfonos oyen, me di cuenta cuando se rieron un montón, al contar yo un chiste, pero ya no lo hacen por deporte, sino como un ejercicio de la tecnología moderna al servicio del espionaje en todas sus indecibles expresiones. Instrumento de la justicia, la injusticia, o la venganza, vaya a saber usted quiénes son los que oyen y qué es lo que informan. Gajes de los adelantos de la ciencia no al servicio del honor, la decencia, la lealtad, y el apego a la conducta honorable e insobornable. Vos, me dijo uno de los amigos a los que les di mi pluma, estás pensando en voz alta, te estamos oyendo todo lo que decís sin vernos, y eso es lo que quisiéramos que hicieras, como lo hiciste siempre, Don Edmundo, salí de tu letargo, y transformá tu pluma de nuevo en espada justiciera… y si alguien interfiere en tu misión, pues qué vamos a hacer Mundito… de mártires vilipendiados está llena la historia de los justos. Se fueron, yo me rasuré de inmediato, volví a ver mi cara con la energía e ilusión de los tiempos de mi viejo maestro y guía, y haciendo honor a su recuerdo pensé: Perdóneme maestro… No fue mi culpa, me encontraron.

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