Plan B
Teorema
Para resolver esta crisis cuyas dimensiones ya empiezan a advertirse, es imprescindible que haya libertad. Toda restricción debe ser suspendida para que la libre acción de todos los habitantes del país, se haga cargo de la situación y la resuelva.
Síntesis del Plan A:
El Plan A es la política adoptada por nuestro gobierno. Su estrategia se basa en reducir el número de infectados, con lo que también busca reducir la cantidad de decesos. Establece una cuarentena geográfica con la cual deja a prácticamente toda la población bajo encierro. Es muy efectivo en el corto plazo, pero conlleva un costo económico muy alto, insostenible en el tiempo.
Cada mes de cuarentena cuesta al país entre 5 y 8% de su PIB. En dos meses se ha perdido ya una cantidad mayor que la tributación de todo un año. Además, el ingreso de los habitantes se deprime y, cuando se terminen los inventarios, los productos empezarán a ser escasos.
Cuando se ha controlado la expansión de las infecciones, el Plan A demanda pasar a una cuarentena de precisión. En ella permanecen bajo encierro solo personas de alto riesgo (adultos mayores y personas con afecciones subyacentes graves). Además, exige controlar el ingreso de personas al país que pudieran estar infectados y causar un segundo brote. Esto será sumamente complicado, a menos que se mantenga un aislamiento del resto del mundo como ahora, lo que es indeseable.
Plan B
El Plan B es, obviamente, un plan alterno al Plan A. Debe entrar en operación cuando sea evidente que el Plan A ha fracasado. El Plan B parte de la siguiente premisa: en el mediano plazo dos de cada tres habitantes, en el mundo, habrán sido contagiados. Esto sucederá con independencia de lo estricto y prolongado que haya sido el Plan A. Supone además que, cuando estén listas, las vacunas que ahora se desarrollan, no estarán disponibles para toda la población (somos 17 de casi 8 mil millones de habitantes en el planeta).
El Plan B parte de un principio básico: En libertad, todos los ciudadanos son capaces de tomar las decisiones que más convenga para preservar su vida y la de su familia y lo hacen mejor que cualquier autoridad. El mercado, a través de las redes sociales ha llevado y sigue llevando información a la gente sobre la enfermedad, cómo evitarla y cómo curarla cuando ese sea el caso. Además, hay médicos en casi todas las localidades del país, quienes se habrán informado adecuadamente (tanto o más que sus colegas en el Estado) sobre el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad. La población tiene hoy, un conocimiento amplio sobre el coronavirus, incluso mayor que sobre la gripe común. En libertad, llegado el caso, sabrá qué hacer.
Consigno las cifras siguientes: La mitad de la población tiene 19 años o menos, la población entre 20 y 59 años representa 43% del total y las personas en la cuarta edad (80 y más) son 1%. La población entre 70 y 79 años es 2.2% y entre 60 y 69 años, 3.7%. Para cada rango de edad hay una tasa de mortalidad asociada, ampliamente difundida por la Internet. (*)
Hice la aritmética; multipliqué la cantidad de personas en cada grupo de edad por el índice de mortalidad correspondiente. Encontré que si todos nos contagiamos –sin ninguna restricción– habría en total unos 118 mil fallecidos (7 de cada mil habitantes). Pero si las personas en riesgo por edad (más de 60 años) se protegen ese número se reduce a una tercera parte (38 mil o 2.3 de cada mil).
Es una cifra muy alta de dolor y sufrimiento para los deudos de esas personas. Pero hay que tener presente que este año morirán por causas diferentes del coronavirus, cerca de 150 mil personas. De ellos, 70 mil tendrán 60 o más años. Las muertes por causas naturales son mayores en número que por coronavirus. No hay cifras sobre personas con afecciones subyacentes graves, pero si estas también se protegen los indicadores mejoran.
Todos quisiéramos que no muriera nadie, particularmente los seres que amamos, olvidando que morir es parte de la vida. Cada día, al salir a la calle y aún al permanecer en casa, estamos expuestos a perder la vida. Hay accidentes, enfermedades, violencia, asaltos y otras causas que hacen que una persona en Guatemala tenga en un año, en promedio, una probabilidad de muerte un poco debajo de 1% (8.8 de cada mil, cifra que resulta de dividir el numero de decesos entre la población total en un mismo año).
Entonces, el Plan B consiste en dejar que la gente decida por sí, en plena libertad, lo que quiere y debe hacer. Además, asistir al 3 o 4% de población en riesgo que lo requiera, para que pueda subsistir en confinamiento.
Que la gente tenga plena libertad para decidir si sale o no sale, a dónde va, con quién, a cuál hora regresar… Que sea como antes de que surgiera el coronavirus entre nosotros. Que la gente sea libre de quedarse en su casa o salir y exponerse al contagio, igual que como sucedía en los meses de frío con los catarros y la gripe. Que desaparezcan las regulaciones que limitan la vida de cada quién.
Vivir es riesgoso, pero no vivimos con temor de morir. Aceptamos los riesgos. Cuando conducimos un auto o una moto por las calles y tenemos prisa, aceleramos aun sabiendo que hacerlo aumenta la posibilidad de un accidente y nos podemos lastimar o herir a otros. Y qué se puede decir de los deportes extremos (enduro, alpinismo, rafting, surf, paracaidismo, buceo, cross country y muchos más). Sin libertad, habría que prohibirlos.
Que esos deportes peligrosos no hayan estado prohibidos, de manera alguna significó que todos tuvieran que practicarlos. Alguna persona de la tercera edad podría haberse metido en una balsa especial (rafting) para experimentar los rápidos del río Cahabón. Pero habrán sido muy pocos. Y de la cuarta edad, que yo sepa, ninguno.
Es necesario tener fe en la gente. Saber que las personas de la cuarta edad (80 y más) serán muy estrictos para protegerse. Entender y aceptar que muchos en la tercera edad también lo harán, aunque quizá se den más permisos. Entender que pasar del Plan A al Plan B, es porque el primero es insostenible y no afecta en lo mínimo a quien desea seguirse protegiendo como lo hace ahora.
Afortunadamente muchas personas con 60 y más años tienen casa propia y alguna fuente de ingresos. Otros no tuvieron iguales posibilidades o les faltó ahorrar. Estos últimos necesitarán que la sociedad provea lo que a ellos hace falta. Cerca de la décima parte de los ingresos de la gente se destina al pago de impuestos. La gente protesta ante el mal uso de esos fondos cuando quienes gobiernan malgastan o se otorgan sueldos altos, viajes, teléfono, bonos… Pero nadie, estoy seguro, protestaría si esos recursos fueran destinados a asistir a las personas en riesgo.
Dentro del Plan A, el gobierno ha propuesto distribuir 6 millardos de quetzales entre 56.5% de la población, en tres meses. Es una cantidad enorme que sin embargo será insuficiente para cada familia. En el Plan B se estará subsidiando a cerca de 5% de la población y. Siendo menos de la décima parte, el mismo personal podrá atenderlos mejor.
Dejo para una segunda entrega las atentas preguntas que el Plan B merezca, a las cuales buscaré dar respuesta dentro de la lógica de la libertad y su realización en el mercado.
(*) Coronavirus tasas de mortalidad por edad: https://www.google.com.gt/search?sxsrf=ALeKk00kAO1FQQLO5vI3VyePYpPJixFjmQ:1589383618932&source=univ&tbm=isch&q=coronavirus+tasas+de+mortalidad+por+edad&sa=X&ved=2ahUKEwjzopKwk7HpAhVET98KHZ6AAJ4QsAR6BAgKEAE&biw=1536&bih=632].

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