El pánico como estrategia de dominación
Editorial
“Se llama pánico al miedo grande, el temor excesivo, la cobardía extrema. Procede del griego Panikós”.
Según la mitología griega, el Dios Pan usó una estratagema tan ruidosa para vencer a los enemigos de Ossiris a quien él protegía, que aquellos huyeron aterrados. Desde entonces, alegan los autores antiguos, se llama así al terror excesivo e infundado.
El miedo es una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta en todos los animales, lo que incluye al ser humano. La máxima expresión del miedo es el terror. Además el miedo está relacionado con la ansiedad.
Existe miedo real cuando su dimensión está en correspondencia con la dimensión de la amenaza. Existe miedo neurótico cuando la intensidad del ataque de miedo no tiene ninguna relación con el peligro. Ambos, miedo real y miedo neurótico, fueron términos definidos por Sigmund Freud en su teoría del miedo. En la actualidad existen dos conceptos diferentes sobre el miedo, que corresponden a las dos grandes teorías psicológicas que tenemos: el conductismo y la psicología profunda. Según el pensamiento conductista el miedo es algo aprendido. En el modelo de la psicología profunda el miedo existente corresponde a un conflicto básico inconsciente y no resuelto, al que hace referencia.
Históricamente la dominación y, en definitiva, el gobierno de unos seres humanos sobre otros, se ha llevado a cabo por medio de diferentes mecanismos.
En este sentido, Maquiavelo hizo una gran aportación a la hora de definir las dos grandes formas de dominación de las que dispone un gobernante: La fuerza y la astucia. Maquiavelo explicó ambos conceptos aplicados al terreno político mediante la analogía del zorro y el león, pero al mismo tiempo puso de relieve la importancia de la astucia para obtener el consentimiento de los dominados para que, cuando esta no fuera suficiente, recurrir al uso de la fuerza para hacer valer la autoridad del gobernante.
Para Maquiavelo la cuestión del poder se reduce en último término a una relación de fuerzas entre el gobernante y los gobernados, de manera que la disposición de unos medios de coerción propios son los que, en caso de crisis, garantizarán la conservación del poder.
Considerar la astucia como herramienta de control y dominación requiere una aproximación a su verdadero significado político en relación a los dominados. La astucia como tal tiene un valor estratégico en el ejercicio del poder al valerse de la manipulación de los individuos para crear en ellos una disposición que facilite la consecución de determinados fines. La naturaleza psicológica de esta herramienta queda patente al crear en el sujeto un estado de ánimo que permite al poder el logro de sus objetivos. Esta manipulación puede llevarse a cabo de diferentes maneras al utilizar mecanismos que Maquiavelo identificó con el amor y el miedo, pero a los que habría que añadir un tercero que es el odio. Aunque Maquiavelo se manifestó más partidario de utilizar el miedo antes que el amor, el odio desempeña igualmente un papel relevante.
Tal y como afirmó Hans Morgenthau, “el poder político es una relación psicológica entre los que lo ejercen y aquellos sobre los cuales se ejerce. Da a los primeros el control sobre ciertos actos de los últimos, mediante la influencia que el primero ejerce sobre las mentes de los últimos. Esa influencia puede ser ejercida a través de órdenes, amenazas, persuasión o una mezcla de todas ellas”.
Pero esta relación psicológica es más patente cuando el poder busca el consentimiento social que hace aceptables sus decisiones. En la medida en que el ejercicio del poder implica la imposición de ciertos límites resulta necesario justificarlos para disponer de alguna legitimidad.
La legitimidad no sólo consigue la aceptación de los límites impuestos, sino que presenta como justas las intervenciones del poder incluso cuando estas conllevan el uso de la violencia. Por esta razón cualquier régimen más o menos autoritario requiere el consentimiento de aquellos sectores de la población que le son imprescindibles para mantener su dominio sobre el conjunto de la sociedad. Debido a esto el poder ha tenido que utilizar históricamente diferentes instrumentos para justificar sus intervenciones y asegurar el asentimiento de sus gobernados. En este sentido Gaetano Mosca afirmó que, “la clase política no justifica exclusivamente su poder únicamente con la posesión de hecho, sino que busca darle una base moral y legal, haciéndolo emanar como consecuencia necesaria de doctrinas y creencias generalmente reconocidas y aceptadas en la sociedad que esa clase política dirige”.
Para el poder es fundamental que sus decisiones concuerden con los valores y creencias dominantes en la sociedad, pues de esta manera tienen mayor legitimidad y cuentan con más probabilidades de ser aceptadas. Aunque existen diferentes fuentes de legitimidad como las planteadas por Max Weber y Norberto Bobbio respectivamente, la modernidad, con todos sus avances tecnológicos, ha creado los medios materiales precisos (los medios de comunicación), y por tanto las estructuras de propaganda y adoctrinamiento, para cambiar las ideas y valores prevalecientes en la sociedad con el propósito de adaptarlos a los intereses del poder establecido y disponer del correspondiente consentimiento social.
En el país del realismo Mágico, estamos viviendo como si fuera una analogía adaptada a la realidad, lo descrito en los parrafos anteriores, para alcanzar objetivos políticos espurios de dominación hacia los habitantes, tratando de legitimar lo que nació sin la legitimación necesaria para tal efecto, PUES QUIEN EMPIEZA COMPRANDO LA PRESIDENCIA, TERMINA VENDIENDO LA PATRIA.
POR UNA NACIÓN DIGNA JUSTA Y SOLIDARIA.
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