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El día de la Tierra en el olvido

Sueños…

Sí algo distingue al ser humano es el egoísmo. En nuestro afán de producir bienes y servicios en abundancia, no paramos ante el sufrimiento de animales y plantas. Ni nos interesa la suerte del resto de seres existentes en el planeta.

No obstante, cada cierto tiempo, sentimos recato de nuestra impudicia. Y nos damos a la tarea de hacer declaratorias de arrepentimiento y buenos deseos. Por ejemplo, desde 1974, el reino oficial del ser humano declaró el 5 de junio día internacional del medio ambiente. Sin que esa declaración tenga algún contenido práctico.  Es un día, en nuestro calendario comercial más; como el día de la madre, de la mujer, del niño, del árbol.

Este año el desencanto es mayor. Luego de 46 años de “celebrarlo”, el mundo sigue igual.  O, mejor dicho, todo está peor.  Una gran pandemia pone en riesgo la vida y los sistemas sociales de los humanos.  Lo mejor fue pasar, prácticamente, desapercibida la fecha.  Los humanos nos debatimos ante la incertidumbre.

Aquí surgen las principales preguntas sobre el futuro de la humanidad, ¿se está agotando el sistema productivo empresarial, basado en energías baratas, competitividad, globalización y consumo masivo?, ¿cuál es el futuro del sistema político: el autoritarismo, que el ejército se separe para siempre de la sociedad civil e imponga los intereses de la poderosa minoría?, ¿será el final de la globalización y el retorno a las economías de subsistencia regionales?, ¿será el fin de las monedas y el prolongado retorno al trueque y el consumo mínimo?, ¿seremos los humanos capaces de respetar la existencia de los otros seres vivos y no exterminarlos y no condenarlos a la extinción?

Una de las etapas que el humano ha tratado de generar es construir eventos de gran impacto mediático, que generen compromisos mundiales para proteger el ambiente. Aquellas “cumbres” que iniciaron con grandes ilusiones y expectativas han venido perdiendo impulso, la primera de estas cumbres se realizó en Estocolmo, Suecia, en la segunda semana de junio de 1972. El único interés de la misma es que marcó un punto de inflexión, ya que por primera vez un fuerte número de representantes de Estados y organismos internacionales mostraron el interés de la academia y la política por enfrentar un problema que viene y sigue creciendo, como amenaza de la vida en el planeta.

La segunda cumbre, veinte años después, fue un espectáculo digno de carnavales. En la primera semana de junio de 1992, Río de Janeiro, Brasil, se vistió de gala, en los teatros y salones sociales se realizaban las grandes asambleas de representantes científicos, académicos y políticos, en las calles danzando millares de jóvenes repudiaban el capitalismo y rendían homenaje a la Tierra.

El mundo alucinaba. 172 gobiernos, 108 jefes de Estado y de gobierno, millares de representantes de ONGs, y miles de representantes de instituciones, en medio de la algarabía, generaban documentos y protestas masivas. El mundo creía que por fin se iba a luchar en serio contra el cambio climático.

Es que los temas tratados eran novedosos y profundos. Algunos eran el estudio de los patrones de producción (aunque nadie sepa que significa esto), seguimiento al uso de componentes tóxicos como el plomo en la gasolina y los residuos contaminantes, fuentes alternativas de energía. Además, apoyo al transporte público para reducir las emisiones, evitar la congestión en las ciudades y los problemas de salud causado por la polución. Así como preocuparse por la creciente escasez de agua.

Los principales logros de la Conferencia fueron el Convenio sobre la Diversidad Biológica y la Convención Marco sobre el Cambio Climático, que más tarde llevaría al Protocolo de Kioto sobre el cambio climático. Logros que finalmente quedaron en el papel y ni siquiera en el recuerdo.

Estamos llegando al final, será cierto lo escrito hace tanto tiempo: “Esto es lo malo en todo lo que sucede bajo el sol: como es igual la suerte de todos, el corazón de los hombres se llena de maldad, la locura está dentro de ellos mientras viven, y después, acaban entre los muertos.”

Para continuar existiendo como sociedad, como seres naturales, como seres en un mundo de compartir las condiciones de vida en un planeta verde y hermoso tenemos que replantearnos nuestras funciones sociales elementales:

  1. Convivir, respetar y fortalecer las condiciones de vida de todos los seres vivos del planeta, animales, planteas y recursos.
  2. Fortalecer las relaciones democráticas basadas en el respeto al individuo y su libertad para comportarse como mejor le parezca, al pluralismo ideológico, que cada quien tenga derecho a pensar, expresarse y opinar lo que mejor considere. Que los órganos de poder sean limitados a lo básico.
  3. Crear sistemas sociales en donde la persona tenga acceso igual, garantizado, a la misma educación para todos, servicios de salud universales y un ingreso básico para todos.
  4. Crear sistemas económicos no basados en la acumulación de riquezas, eliminación de la propiedad absoluta. Garantizar que todos puedan consumir y poseer lo elemental.
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Cristobal Pérez-Jerez

Economista, con maestría en política económica y relaciones internacionales. Académico de la Universidad Nacional de Costa Rica. Analista de problemas estratégicos, con una visión liberal democrática.

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