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Lo enredado del caso Belice y, otra vez

Mi Esquina Socrática

¿Qué motiva a la Foreign Office británica a continuar con esa opereta de muy mal gusto llamada “Belice”?

Comprendo que el estrecho de Gibraltar les pudiera parecer todavía importante para vigilar el Canal de Suez y de su consiguiente acceso al Lejano Oriente, donde tanto brilla por cierto con singular modernidad para el Commonwealth británico Singapur. Y que las Malvinas les resulten también algo útiles aun con respecto a su modesto control sobre parte de la Antártida o asimismo por su remoto trasiego comercial y relativamente expedito hacia el Oriente por el Estrecho de Magallanes. Vestigios ahora muy deslucidos del otrora brillante aro planetario que presidió la Reina Victoria.

Pero… ¿Belice?

Un zarpazo para distraídos, y de aquel estilo filibustero de Henry Morgan, primero enderezado hacia 1655 contra el ya decadente Imperio español en las Américas, pero después un punto de vigilancia hacia sus propias colonias británica en América del Norte recién independizadas y hacia las cuales guardaban los ingleses por aquel entonces el resentimiento de todo amante despechado.

Y todo este ensañamiento nada ético al final redirigido contra un pueblo todavía de costumbres sencillas y para colmo en proceso de consolidar su vida pública independiente: Guatemala.

A propósito de este entero proceso, me sorprendieron extremadamente las declaraciones del ex presidente de Guatemala Jorge Serrano Elías, quien pretendió justificar con ellas su repentino reconocimiento de facto en 1991 de esa hipotética “independencia” de Belice en cuanto unidad autónoma y con derecho soberano a un voto en las Naciones Unidas. Encima, por todos sabido, en cuanto un punto de agarre para el Commonwealth británico, porque haber continuado, dijo él, con la oposición guatemalteca a esa iniciativa anglosajona, ya no resultaba “práctico”.

¿Práctico? ¿Para quién? ¿Y desde cuándo, don Jorge, lo “práctico” ha desplazado definitivamente a lo “moral” en las relaciones entre los pueblos?

Lamentablemente así parece suceder hoy, pues el orden internacional vigente tiene raíces éticamente poco sólidas, como tampoco las tuvo en su tiempo sea dicho de paso aquella esclavitud contemporánea de los africanos en las Américas.

Y todo ello, hoy, después de dos muy sangrientas guerras mundiales que han llevado a la razón humana a abjurar internacionalmente de todo ese pasado oprobioso.

De ahí mi curiosidad: ¿Para qué rayos todavía les resulta útil Belice, Mr. Boris Johnson?

El mundo tiene un historial horrendo bajo el pretexto de lo “práctico”, don Jorge. Las salvajes conquistas de todos los grandes imperios del pasado siempre fueron “justificadas” unánimemente por el derecho del más fuerte hasta bien entrado el siglo XIX. A eso se reducía siempre lo “práctico” de los grandes imperios coloniales: a la expansión por la fuerza y sin remordimiento alguno de rasgos morales o éticos.

Pero ahora estamos en pleno siglo XXI, en los tiempos de la revolución cibernética y de la consiguiente “aldea global” que se rige por normas todavía más universales de respeto mutuo.

De tal manera que hoy nos sobra por inválido cualquier pretexto de lo “práctico” para anular la consciencia de lo ético.

Fue por tal razón que la decisión de unos años atrás del presidente Serrano en reconocer por motivos supuestamente “prácticos” la independencia de Belice la consideré, y así lo mantengo hoy, un error descomunal de juicio.

Porque, ¿desde cuándo la subrepticia expropiación de un suelo ajeno resulta éticamente más “práctico” que el debido respeto a todos los ciudadanos de ese Estado soberano como lo ha sido Guatemala desde 1823, y ya definitivamente constituido y hasta miembro mundialmente respetado por la comunidad política global?

Y precisamente por eso, reitero, que desde el punto de vista más importante de todos, el estrictamente moral, y no el filibustero, “Belice no es, ni nunca ha sido, una Nación-Estado independiente”, sino una entidad maloliente producto de la mala voluntad de unos y de la indiferencia culpable de los demás.

¿Qué nos es, pues, “Belice”?… Para mí una mera mención topográfica dentro de la geografía de Guatemala. Pues, además, ¿acaso existe alguna documentación histórica universalmente aceptada que justifique su existencia en cuanto arrancada del resto de Guatemala?

El mito, por tanto, tejido por la Foreign Office, es solo eso, un mito esta vez sí verdaderamente práctico, para encubrir la ilegalidad de un robo territorial.

Pero el precio, en cambio, de todo lo anterior sí es genuinamente real y todavía se carga a la cuenta de los guatemaltecos todos.

Como, por ejemplo, el acceso directo al Caribe, la explotación de minerales valiosos, las promesas del turismo internacional sobre las bases de su sumergido entorno coralino o de sus ruinas monumentales mayas, y hasta el potencial agrícola y maderero de su fértil geografía…

No espero que los chapines reaccionen unánimemente indignados ante tanto despojo y tanta humillación inmerecida, pues tampoco lo han hecho hasta ahora. Porque sus preocupaciones, al parecer, como también las de sus gobernantes son de carácter más simplón, pero del todo más urgentes: como vencer hoy al coronavirus, por ejemplo. O asegurarse un plato de comida diario. O superar esa habitual ineptitud de tantas de sus autoridades electas.

Aunque de todas esas legítimas preocupaciones no excusen ellas ni siquiera en parte del pecado original, y aun hasta al muy largo plazo en el futuro de su realidad actual: habérsele cercenado injusta y arbitrariamente a este pueblo, reitero, su puerta libre al Caribe. Y todo por la voracidad de unos bucaneros de habla inglesa y la holgazanería culpable de unos pocos nativos de habla castellana en un territorio de 23 mil kilómetros cuadrados que encima es hoy, como lo fuera ayer para sus ancestros mayas, habitación capaz de sustentar más de medio millón de esos seres humanos.

Belice, Mr. Boris Johnson, es tan de Guatemala como Gales lo es hoy del Reino Unido o Tasmania de Australia.

Arríen su abusiva bandera del asta chapina, y solo entonces, podrá usted retirar moralmente la azul de la Comunidad europea.

Y mientras tanto, mis queridos amigos guatemaltecos, sacudan su modorra del último medio siglo porque solo así se harán dignos del respeto internacional de las demás naciones.

Y así reitero: Belice es Guatemala.

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Armando De La Torre

Nacido en Nueva York, de padres cubanos, el 9 de julio de 1926. Unidos en matrimonio en la misma ciudad con Marta Buonafina Aguilar, el 11 de marzo de 1967, con la cual tuvo dos hijos, Virginia e Ignacio. Hizo su escuela primaria y secundaria en La Habana, en el Colegio de los Hermanos De La Salle. Estudió tres años en la Escuela de Periodismo, simultáneamente con los estudios de Derecho en la Universidad de La Habana. Ingresó en la Compañía de Jesús e hizo los estudios de Lenguas Clásicas, Filosofía y Teología propios de esa Institución, en diversos centros y universidades europeas (Comillas, España; Frankfurt, Alemania; Saint Martin d´Ablois, Francia).

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