Las intervenciones de Estados Unidos no salvarán a Guatemala

Ordo

Se ha vuelto moda en Guatemala señalar con gravedad que este u otro funcionario guatemalteco ha sido amonestado directamente o por alusión por políticos o diplomáticos de Estados Unidos, como si esto fuera necesariamente una cosa de enorme trascendencia. En esta línea, cualquier defensa de la soberanía guatemalteca es criticada, mientras cualquier injerencia de cualquier político de Estados Unidos es loada y bien recibida.

Lo curioso es que esta actitud a menudo viene de una clase intelectual progresista que en otros tiempos rechazaban la injerencia de Estados Unidos, país que algunos todavía llaman el “imperio”.  Los críticos intelectuales de Estados Unidos atacan, tanto desde adentro como de afuera, cada aspecto fundamental de ese país. Para su gusto, Estados Unidos exalta demasiadamente a la libertad sobre la igualdad y seguridad, la eficiencia sobre la equidad, la competencia sobre la solidaridad, la economía sobre el ambiente. En la apreciación de la clase intelectual, en Estados Unidos todavía se reza demasiado, se debate el aborto, y mucha gente todavía se aferra a sus armas. Para la izquierda intelectual guatemalteca, Estados Unidos simplemente no es modelo para seguir. Por eso resulta curioso que la misma gente insiste a su vez que las injerencias de Estados Unidos en los asuntos internos de los países centroamericanos son infalibles.

No es fácil aceptar semejante incongruencia. Según la historia contada por la izquierda intelectual, la política exterior de Estados Unidos ha sido la principal causa del estancamiento democrático de Guatemala, en particular. Estados Unidos sufragó el golpe contra Jacobo Árbenz que puso fin a la Revolución Democrática de 1944-1954. Posteriormente, Estados Unidos apoyó a los regímenes autoritarios que suprimían la democracia durante el conflicto armado interno. Por eso sorprende ver a la gente que a la fecha celebra los logros de los gobiernos de Arévalo y Árbenz, y que adopta la postura que la guerrilla marxista luchaba contra el mal representado por los regímenes aliados con Estados Unidos, ahora vitorear con lubricidad cualquier evidencia que Guatemala sigue siendo un país bajo la tutela yanqui.

La celebración de la aspirada sumisión guatemalteca ante Estados Unidos por parte de sus elites intelectuales es aún más perpleja cuando se considera que por otro lado la izquierda felizmente mueve la narrativa que de Estados Unidos no hay nada rescatable, ni nada bueno que se pudiera y debería de imitar. La izquierda intelectual en Estados Unidos en estos tiempos mueve varias narrativas que descalifican a ese país como referente de la democracia, la justicia o la institucionalidad.  Esto viene al caso porque, fundamentalmente, la izquierda intelectual guatemalteca comparte la visión de la izquierda de Estados Unidos en cuanto a que “América jamás fue grande.” Según esta visión, Estados Unidos es un país estructuralmente racista. Estados Unidos nació, no con la idea de la libertad, sino la de la propagación de la esclavitud.

Se celebran los comentarios críticos de Guatemala de parte de políticos (Demócratas por lo general, pero no exclusivamente) que monitorean la situación política en estas latitudes. Estos mismos políticos, sin embargo, muchas veces son partícipes en las narrativas que, si se creyeran, descalificarían a Estados Unidos como referente político, desde cualquier óptica.  En la concepción de los funcionarios Demócratas, Estados Unidos es un país racista, cuyas instituciones no sirven; un país que necesita urgentemente una gran transformación y refundación de todas sus instituciones.

Si se acepta el argumento Demócrata de lo que es y representa Estados Unidos, surgen preguntas básicas y sencillas: En vista de los argumentos de los activistas radicales de izquierda, ¿qué autoridad moral tiene Estados Unidos para intervenir en los asuntos internos de Guatemala? ¿a qué vendría Estados Unidos a enseñar a países como Guatemala? ¿A ser racistas, excluyentes, opresores? Si Estados Unidos es tan malo cómo dicen, ¿por qué postrarse con tanto entusiasmo ante las expectativas de que ese país vendrá a solucionar nuestros problemas?

La realidad es que Estados Unidos no es lo que la izquierda pinta que es. Ni es la causa del retraso latinoamericano, de su corrupción, de su pobreza, ni tampoco será su salvación.

No hay atajos para el desarrollo. No es algo que un país le puede entregar a otro. El desarrollo al que aspira Guatemala va a requerir de conciencia y consenso amplio desde todos los estratos de la sociedad; se necesitará mucho esfuerzo y trabajo disciplinado por generaciones. En este proceso Estados Unidos podrá ayudar, sirviendo de ejemplo de que hacer y que no hacer. Lo que Guatemala debe hacer es lo que Estados Unidos hizo en su camino a ser grande. Aquí toca enfatizar la libertad, la seguridad, el clima de inversión y negocios, el libre comercio, la economía de libre mercado, y el papel fundamental de un estado limitado, firme y fuerte.  Ese es el Estados Unidos que representa oportunidades para Guatemala.

Lo que Guatemala no debe hacer es lo que Estados Unidos hoy hace en su camino al declive y decadencia. Aquí resaltan muchas lecciones aprendidas. Solo para mencionar algunas: la pérdida de valores cívicos, procesos educativos e informativos capturados por activistas políticos, la explosión del gasto público y la intervención estatal en la vida de los ciudadanos, el surgimiento de cortes activistas, la instrumentalización de la justicia con fines políticos, funcionarios sediciosos que subvierten la agenda de los líderes políticos electos, y la deslegitimación del Estado a tal punto que no puede ejercer su función primordial de garantizar la paz y seguridad de sus ciudadanos ante las acciones violentas de personas antisociales. De ese Estados Unidos, Guatemala no necesita nada.

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