Saberse vender

Editado Para La Historia

Se dice que Porfirio Rubirosa fue el mayor Casanova del siglo XX.

No considero que fuera el caso, ya que Casanova, como su émulo, Don Juan Tenorio, tenían sus conquistas femeninas con el solo afán de engrosar la lista de sus conquistas. En el caso de Rubirosa, el interés era el de engrosar su cuenta bancaria. A eso se le llama gigoló, aunque en español existen palabras más obscenas. Porfirio Rubirosa nació en 1909 en San Francisco de Macorís, pequeña ciudad del norte de República Dominicana. Tercero de una familia de la mediana burguesía, su padre era militar y en 1915 fue nombrado embajador de su país a París.

El pequeño Porfirio se impregnó de todo el refinamiento, las buenas maneras y la elegancia de la alta sociedad parisina. A los 17 años regresa todo un apuesto joven a su país con la intención de estudiar leyes o incluso dedicarse al boxeo, tanto como boxeador como empresario. Finalmente, en el Country Club de la ciudad de Santo Domingo, fue visto por el entonces presidente de ese país, el dictador Rafael Leónidas Trujillo, quien supo mantenerse en el poder más de 30 años gracias al asesinato de todo aquel que de cerca o de lejos oliera a oponente. Pronto llegó de sus estudios en París la hija de Trujillo, Flor de Oro. Al llegar de vuelta a República Dominicana, el gallardo la recibió hablándole en perfecto francés y ambos quedaron prendados uno del otro. Después de muchos inconvenientes, porque era evidente que la joya más preciada de Trujillo era su hijita, lograron casarse Porfirio y Flor de Oro, él con 22 años y ella con 17.

De inmediato la pareja fue enviada a Berlín, donde Rubirosa comenzaría una larga carrera como diplomático de su país. Con posterioridad fue nombrado en la legación diplomática en París y fue allí donde Flor de Oro, ante la inmensa cantidad de infidelidades, solicitó el divorcio. En aquellos momentos, la gran estrella del cine francés y europeo era la muy hermosa Danielle Darrieux y pronto se convirtieron en amantes. Con la llegada de los alemanes a Francia, Rubirosa fue apresado por los ocupantes. Danielle logró sacarlo de las mazmorras nazis, unos dicen que ofreciéndose al Kommandant de París y otros alegan que lo amenazó con no hacer más cine en Francia ni en Alemania si su amado no era liberado. Al salir de la cárcel, Rubirosa y Danielle se instalaron en la ciudad de Vichy, donde se había establecido el régimen vasallo del Mariscal Petain.

Después de la guerra, la multimillonaria norteamericana Doris Duke, heredera de un gran emporio de generación de energía y de los cigarrillos Chesterfield, propuso a Danielle la suma de un millón de dólares para que se divorciara de Rubirosa. Danielle aceptó complaciente el dinero, porque sabía que de todas formas ese divorcio llegaría tarde o temprano. Doris era el equivalente femenino de Rubirosa. Ella trataba a los hombres como Rubirosa a las mujeres. Ese matrimonio duró 2 años hasta que la millonaria descubrió a su marido en la cama con Flor de Oro. Se tramitó el divorcio no sin cuantiosos regalos y una sustancial cantidad de dinero para el dominicano. A Doris siguió la otra mujer más rica del mundo y heredera de los almacenes Woolworth, la conocida como la “pobre niña rica”, Bárbara Hutton. Barbara a estas alturas de su vida estaba consumida por el alcohol y las drogas. En esta boda no hubo luna de miel, el matrimonio solo duró 53 días, pero nuestro Porfirio obtuvo en el contrato de divorcio generosos regalos y en efectivo la coqueta suma de dos millones y medio de dólares de la época.

Entretanto, las conquistas amorosas de Rubirosa hacían leyenda. La mayor parte de las mujeres hermosas o ricas de la época formaron parte de esa leyenda: Eartha Kitt, Marilyn Monroe, Soraya de Persia, Dolores del Río, Ava Gardner, Joan Crawford, Kim Novak, Evita Perón. El gran amor de su vida fue la fulgurosa húngara Zsa Zsa Gabor, con quien mantuvo una alarga, pública y escandalosa relación.

A pesar del divorcio y la traición a su hija, Trujillo lo mantenía como embajador de su país. Representó a República Dominicana en Alemania, Inglaterra, Bélgica, Francia, Cuba y Argentina. Rubirosa no solo fue el perfecto proxeneta que desplumaba a cuanta mujer se le pusiera por delante, sino que también era capaz de los actos más horrendos. Se sospecha que fue el asesino de algunos de los opositores a Trujillo y Europa vendía por altas sumas visados dominicanos a los judíos para que pudieran huir de las garras nazis. Nunca trabajó, él mismo consideraba que ser embajador no era trabajo. Su trabajo era estar en los mejores lugares con las mejores personas. Supo rodearse de personas muy conocidas como Frank Sinatra y la familia Kennedy.

Al final de su vida, se casó con una joven francesa aspirante a actriz, 30 años más joven que él, Odile Rodin, con quien aparentemente se calmó un poco, sin por ello dejar de visitar cada tarde los establecimientos de Madame Claude, última Madame reconocida de Francia. A diferencia de todas sus otras esposas, Odile no tenía dinero. Rubirosa se dio a la tarea de pulirla para convertirla en la perfecta esposa de un embajador miembro de la jet-set internacional. Entre los hobbies de Porfirio Rubirosa estaba el polo, deporte elitista y que dominaba con mucho éxito. También le gustaban los coches de carrera. Tuvo un exitoso equipo de polo y una escudería de coches de carreras. Después del triunfo de su equipo de polo por cuarta vez en el Abierto de París y de una fiesta de jolgorio y alcohol fallece al estrellar su Ferrari convertible en el Bosque de Boloña, al oeste de París en 1965.

Rubirosa era un hombre que siempre estaba perfectamente vestido y peinado. Su ropa y sus zapatos se los hacían a la medida los mejores artesanos de París y Londres. No era alto ni tampoco particularmente apuesto. Cuidaba mucho su cutis aplicando a diario miel sobre su rostro. El secreto de Rubirosa para con las mujeres estaba en la forma como las trataba, era extraordinariamente caballeroso y atento, siempre dispuesto a correr para abrirle una puerta, acercarle una copa o encenderle el cigarrillo. Sus mujeres decían que al lado de él creían ser el centro del universo. Pero esto no era todo, la muy famosa dimensión de su enorme virilidad y la perfecta atención a la dama en los momentos de intimidad, que solían durar toda la noche, eran ingredientes importantes en el cóctel del éxito del famoso gigoló. En su testamento, Rubirosa legó todos sus bienes a su última esposa, porque el gran macho latino, tan excelente amante y devorador de mujeres, no pudo tener hijos… era estéril.

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Franck Antonio Fernández Estrada

traductor, intérprete, filólogo (altus@sureste.com)