USA: Se oye un fragor de tormenta, con rayos y truenos
Sueños…
Desde todos los rincones de pensamiento se escucha el clamor de la incertidumbre.
A la pandemia sanitaria que provocó acelerar los problemas críticos del mundo, hasta la sorprendente debilidad de la democracia en los Estados Unidos, que hasta hoy era la tierra prometida para todos los que buscaban alcanzar el sueño americano.
Están los optimistas de siempre. Como Joseph Stiglitz, que considera que desde los países de élite del capitalismo será posible reescribir las reglas de la economía para alcanzar un mundo nuevo. Un mundo que será respetuoso de la naturaleza y solidario entre humanos. Necesitamos una reescritura integral de las reglas de la economía. Considera que hay esperanzas pues la crisis ha mostrado que los países líderes por la democracia y el libre mercado han mostrado las dos caras de la moneda. Nueva Zelanda, insinúa Stiglitz representa lo que es un país moderno con un gobierno competente, que confía en la ciencia y la unidad nacional para tomar decisiones. La fuente de un buen desempeño como nación es provocar “un alto nivel de solidaridad social —los ciudadanos reconocen que su comportamiento afecta a los demás”, donde el gobierno se gane la confianza de los ciudadanos por su eficiencia, honradez y compromiso con el trabajo.
Todo lo contrario, ocurre en otras naciones. En donde los atributos destructivos, el narcotráfico, el lavado de dólares, la propensión al uso de las armas, generan menor inclusión social y una grave polarización.
El mencionado Stiglitz hace un llamado a rebato por el cambio del sistema sin tocar sus fundamentos. Se concentra en creer que el problema esencial es reducir la desigualdad en los ingresos. En el mundo existe una espectacular concentración de la riqueza, y al mismo tiempo una escandalosa liquidez en todo el planeta. Las cantidades de dinero ocioso, de capital financiero son increíblemente grandes, Guatemala acumula más de 317 mil millones de quetzales en medios de pago; en Costa Rica los ahorros de capital superan los 20 billones de colones. Y los organismos financieros como FMI tienen enormes masas dinero para trasladar al público.
Aquí reside el dilema principal de la economía. Sí con una desigualdad de ingresos tan monstruosa, el humano está destruyendo el planeta, sí elevamos el ingreso promedio de todos los habitantes del mundo, entonces, las décadas para exterminarlo se reducirían aún más dramáticamente. Es un tema tabú. Muchos creen que humanismo significa que el humano está predestinado por un ser superior que le dio permiso para no ver la naturaleza como un milagro de la creación, sino como recursos ilimitados que tenemos que utilizar intensivamente para un vago concepto de bienestar del ser elegido. El problema actual sigue siendo: la economía eficiente y competitiva crece en forma acelerada a tasas compuestas, lo cual genera un aumento exponencial de la población humana, que a su vez provoca un aumento del consumo humano, la destrucción de los recursos naturales y la extinción de todas las especies de animales que el humano no puede encerrar para su explotación.
La conclusión parecería clara. El humano tiene que rediseñar su organización social y económica con un decrecimiento de la población humana, una vida más solidaria y equitativa y garantizar que las pocas especies de animales y plantas que quedan en el planeta no se extingan.
Con un lenguaje diplomático Stiglitz es consciente en el diagnóstico, es nóbelmente ignorante en la venta de la solución. “El programa debe reconocer primero que el modelo de equilibrio competitivo (mediante el cual los productores maximizan los beneficios, los consumidores maximizan la utilidad y los precios se determinan en mercados competitivos que equiparan la demanda y la oferta) que ha dominado el pensamiento de los economistas durante más de un siglo no proporciona una buena imagen de la economía hoy en día…”
En palabras llanas, el sistema capitalista de producción de bienes y servicios, en forma eficiente y competitiva, acelera el uso intensivo de los recursos naturales y de la fuerza de trabajo humano. Concentran la riqueza en los productores que maximizan los beneficios, y generan bienestar para una cada vez más reducida clase media (los profesionales, políticos, funcionarios de instituciones del Estado, dueños de la tierra y administradores profesionales de grandes empresas), es decir, en los consumidores privilegiados que viven de las rentas que les conceden los capitalistas grandes como pago por su alianza frente al trabajo.
La solución es inalcanzable. Un nuevo sistema supondría romper el paradigma de que la racionalidad de los agentes económicos consiste en maximizar ganancias, maximizar utilidades y maximizar las oportunidades de ser electo en cargos públicos. La solución sería un sistema económico con la naturaleza como eje central, en que la racionalidad sea maximizar la protección de los animales, plantas, bosques, ríos, mares y vida natural. Soñar no cuesta nada, y lo sueños, sueños son.

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