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A propósito del día internacional contra la corrupción

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El 31 de octubre de 2003, la Asamblea General de las Naciones Unidas, ONU, aprobó, que anualmente cada 9 de diciembre, se celebrase el “Día Internacional Contra la Corrupción”, a fin de aumentar la sensibilización respecto a este tema, en su combate y en su prevención.

Según se publica en el portal electrónico de Naciones Unidas, “La corrupción es un complejo fenómeno social, político y económico, que afecta a todos los países, socavando instituciones democráticas al distorsionar procesos electorales y pervertir el imperio de la ley”.

Este fenómeno debe entenderse como lo más nocivo que le puede ocurrir a las sociedades, cuya participación implica agentes tanto del sector público como del  sector privado.  La corrupción incluye la recepción de sobornos, la malversación de fondos públicos, la subvaluación o sobrevaluación de precios, dicho de otra manera,  todo lo que se refiere al saqueo del patrimonio del Estado.

Sin embargo, debe también debe entenderse por corrupción, la compra de voluntades a periodistas y dueños de medios para obtener un silencio cómplice, el uso de la fuerza pública para reprimir manifestaciones ciudadanas, al denominado empresario que no paga el tributo que corresponde por la actividad económica que realiza y  por supuesto, el pastor, el cura,  que extorsiona la voluntad humana en el nombre de Dios.

Más que la definición de la ONU o el Banco Mundial y más allá de un debate filosófico sobre el tema, debe situarse sobre la maldición que constituye la corrupción para las sociedades y para las personas en general, pues establece una forma de obtener recursos públicos con un altísimo costo de oportunidad para la convivencia en sociedad.

Costo de oportunidad, que significa las escuelas que el gobierno o la municipalidad dejo de construir, el agua que no se entubo y menos se pudo potabilizar, el alumbrado eléctrico que se dejó de instalar, los programas de riego que nunca llegaron, las medicinas que dejaron de comprarse y la falta de vacunas por la cual murieron tantos niños, etc.

Pues como apunta el papa Francisco, en su libro Curar la Corrupción, “Este no es un acto sino un estado, un estado personal y social en el cual la persona se acostumbra a vivir a través de la generación de costumbres que van deteriorando y limitando su capacidad de amar y de servir”.

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