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Condenados a girar en círculos

Existe Otro Camino

Sin horizonte a la vista, el país no encuentra el rumbo

Los mandatos se suceden, las esperanzas se renuevan, pero la caída libre no se detiene nunca. El deterioro es económico, pero además es político y fundamentalmente moral.

Los indicadores más relevantes muestran una parte del diagnóstico. Esas cifras hablan por sí mismas, pero omiten decir que los inconvenientes se condensan en una lista de indebidas conductas que se explicitan a diario.

El miserable hábito de señalar culpables sin hacerse cargo de nada es un deporte nacional muy arraigado. La capacidad para endilgar responsabilidades a terceros sobresale en todo discurso político contemporáneo.

Por estas latitudes, los dirigentes de distintas vertientes se han especializado en el arte de construir relatos que los eximen de cualquier participación en los nefastos procesos del pasado. Ellos parecen ignorar los orígenes reales de la tragedia y endosan la carga de lo acontecido a otros sin admitir jamás su evidente e innegable rol protagónico.

Cada funcionario que toma la posta arranca de cero, como si fuera siempre el inicio de algo fundacional. Lo anterior desaparece y todo se inicia en ese instante. Lo retórico, con estos argumentos, se vuelve muy atractivo generando en cada ocasión un renovado entusiasmo. Bajo esta lógica tramposa, el nuevo “gobierno” conoce pormenorizadamente lo que ocurrió, puede explicar en detalle el desastre heredado, interpreta al dedillo la situación imperante y está repleto de habilidosos, lo que le permitiría resolver todo y así alcanzar la cima tantas veces anhelada.

Finalmente, los hechos refutan con crueldad esa parodia. A poco de andar, sobrevienen los tropiezos, la pretendida claridad conceptual se desvanece y las contradicciones asoman gracias a la coyuntura que justifica los nuevos dislates. Bajo estos paradigmas, muchos individuos prefieren creer que la clase política doméstica no sabe cómo salir de este cíclico embrollo. Esa afirmación es una verdad a medias. Efectivamente algunos no tienen la más mínima noción acerca de cuál es la salida. No entienden absolutamente nada. Son incompetentes con talento para seducir votantes y estafarlos premeditadamente. Esa casta sabe que no sabe, subestima el desafío y cree que esto sólo requiere de un poco de liderazgo y algo de sentido común.

El dilema es bastante más complejo y dada la dimensión de la catástrofe, desenredar esta madeja constituye un reto difícil que precisa de un ejército de expertos con extraordinario nivel conducidos por una grilla de criteriosos con probadas destrezas políticas para resolver cada uno de los intríngulis.

Pero no menos cierto es que algunos operadores del sistema propietarios de un enorme cinismo y una cobardía ilimitada identifican perfectamente el camino, sin embargo, deliberadamente se inclinan por no seguirlo.

No se puede esperar una actitud diferente de la política. La demagogia es una marca registrada omnipresente, que cada vez toma más fuerza. Convocar al esfuerzo y pedir sacrificios no está en el radar de los partidos que terminan optando por brindar buenas noticias y evitar las malas.

Pero esta postura canalla y mediocre no debe sorprender. Está en el ADN de la dirigencia y es hora de confesar que no sobran estadistas dispuestos a inmolarse para hacer lo correcto. La calidad humana de los lideres es elocuente y esperar otra mirada sería pedirles algo imposible.

Vale la pena profundizar en la causa primaria para no quedarse en la superficie del análisis renegando con las consecuencias de un patético fenómeno cuyas raíces se ocultan. La política, al final del día, sólo es reactiva a los estímulos. No hace más que ofrecerle a la ciudadanía lo que ella demanda. Si la sociedad desea “pan y circo”, pues eso es lo que proponen los candidatos de todas las facciones en cada campaña electoral.

Al reconocer este mecanismo habría que hurgar en las razones por las cuales la comunidad no es capaz de asumir su propio papel. Si la política sólo ofrece lo que todos piden, quizás el problema radica en las equivocadas creencias cívicas y no solamente en la escasez de valientes visionarios.

Esta incómoda arista se esconde para evitar esclarecer las actuales circunstancias, como si los ciudadanos no tuvieran bastante que ver con esta realidad y fueran meras víctimas involuntarias de una jauría de depravados conspiradores oportunistas.

Las soluciones no las proporcionarán los políticos salvo que aparezca una generación de temerarios virtuosos con el valor suficiente para tomar el timón ignorar las críticas y, de la mano de una gigantesca determinación, soportar una feroz transición hasta que florezcan los efectos soñados.

Es la gente la que debe cambiar. No se concretarán las grandes transformaciones hasta que los votantes acepten que se sale con menos impuestos y regulaciones que sirvan para estimular la inversión, con menos Estado y más mercado, con apertura económica y no con proteccionismo, con trabajo genuino y no con programas sociales, con una moneda sana y no con inflación o deuda.

Mientras las excusas para no hacer lo que hay que hacer superen al entendimiento de que sin reformas el progreso jamás llegará nada bueno ocurrirá por aquí y el país estará condenado a continuar girando en círculos sin posibilidades de salir jamás de esta trampa letal.

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Alberto Medina Méndez

Es argentino, radicado en Corrientes. Es analista político, conferencista Internacional, columnista de: INFOBAE en Argentina, Diario exterior de España y El CATO de EEUU. Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana. Alberto conduce los ciclos radial y televisivo “Existe otro camino”. En 2002 recibió el “Premio Poepi Yapo” por su labor periodística y el “Premio Convivencia” como Periodista del Año. Poco después en 2006 fue galardonado con el “Premio a la Libertad”, de la Fundación Atlas. En 2009 recibió el “Premio Súper TV” por su labor como periodista

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