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El inconmensurable costo de la indiscreción

Existe Otro Camino

La política contemporánea peca de imprudencia crónica

La eterna compulsión que invita a hacer grandilocuentes declaraciones trae consigo permanentes incorrecciones. A estas alturas podrían aprender algo de sus propios yerros, sin embargo, repiten el mismo derrotero sin medir sus consecuencias.

La pretendida espectacularidad de ciertos anuncios genera inexorablemente expectativas desproporcionadas. La falta de criterio para diseñar una narrativa verosímil acarrea inevitables y secuenciales tropiezos.

Aquel refrán que sostiene que “el pez por la boca muere” está omnipresente recordando que ciertas frases quedan arraigadas en la memoria colectiva de una sociedad y no se borran rápidamente como desearían sus autores.

Algunos analistas asocian esta recurrente dinámica con la inseguridad propia de quienes necesitan vociferar logros antes de conseguirlos. Otros, más temerarios, hablan de la impunidad discursiva de una casta corporativa que no tiene escrúpulo alguno y que desprecia el valor a sus dichos.

Aquello de que “cada uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras” termina siendo una verdad irrefutable, aunque muchos insistan en ignorar deliberadamente esta regla tan categóricamente elocuente.

El descrédito que tanto les preocupa a esos líderes que intentan devolverle cierta honorabilidad a esa actividad emerge a cada instante y buena parte de esa pérdida de reputación tiene que ver con sus presuntuosos alegatos.

La mayoría tiende a poner en duda la veracidad de lo que escuchan de sus ocasionales referentes. La historia demostró fehacientemente que muchas de las más rimbombantes alocuciones jamás se transforman en hechos.

Sólo un reducido número de fanáticos fundamentalistas puede aplaudir cualquier dislate sin reflexionar mínimamente sobre la viabilidad de un argumento débil tan burdamente compartido con la comunidad.

Alfonsín decía que “con la democracia se come, se cura y se educa”; los disparatados “vuelos a la estratósfera” de Menem; De la Rúa diciendo que “el 2001 será un gran año”; Duhalde asegurando que “el que depositó dólares, recibirá dólares”; el “salto a la modernidad” del tren bala de Cristina Kirchner; el “segundo semestre” de Macri… son sólo ejemplos aislados de una interminable nómina que no distingue colores ni épocas.

Es que el problema no es solamente la mentira. Cualquiera podría tener una percepción equivocada y creer genuinamente que el futuro será de una manera que luego no se termina verificando en el mundo real.

La tragedia mayor es la ausencia de autocrítica. La patética actitud de no asumir los compromisos incumplidos que se agrava con el miserable apego hacia la búsqueda de ese enemigo al cual endilgarle las culpas de los propios fracasos, no ayuda para nada a restaurar esa ya alicaída imagen.

Con el coronavirus apareció la peor versión de ese detestable hábito. A la ya condenable postura rutinaria se agregó la malversación de cifras de muertes, internaciones y contagios en el ámbito de la salud, adicionando además la manipulación de datos económicos cotidianos.

Es relevante establecer la diferencia entre un error involuntario y la premeditada decisión de adulterar información clave, sólo para que la misma no deje en ridículo al poder de turno y encaje en su retorcido relato.

Ufanarse de dudosos triunfos sanitarios que jamás ocurrieron para luego hacer de cuenta que nunca se mencionó palabra alguna al respecto, habla muy mal de la integridad personal de los involucrados. Confiar en que los mismos que mintieron descaradamente y mostraron sin pudor alguno su costado más arrogante, pueden tener alguna autoridad moral para conducir los destinos de un gobierno es un contrasentido.

Algunos suelen ofenderse cuando se los critica por sus contradicciones o, peor aún, por sus prédicas fallidas. En realidad, deberían repasar sus conductas y asumir sus responsabilidades. Después de todo, nadie los ha obligado a prometer lo imposible o a proponer metas irrealizables.

Habrá que hacer un llamado a la sensatez. Nadie espera que cambien su esencia ni que lo hagan inspirados en un falso altruismo cívico sino en todo caso como producto de su más mezquina y egoísta conveniencia.

Deberían poner en la balanza todos los elementos y analizar la situación con detenimiento. Una proclama pomposa que no se podrá concretar finalmente trae más desprestigio que esa ansiada ganancia electoral que los desvela.

Si el resultado de una impertinente diatriba sólo consigue levantar el ego temporalmente, parece una pésima idea ir por ese camino. Quizás haya que ser más austero al hablar y trabajar con esmero en las cuestiones de fondo.

Un político genuinamente exitoso es aquel que efectivamente aporta soluciones evidentes y no aquel que dice que lo hará vaya a saber cuándo. Es difícil para los que están dentro del sistema percibirlo, pero la gente identifica velozmente a los charlatanes.

Si la política tradicional pudiera comprender acabadamente el valor que tiene la palabra empeñada no caería, tan livianamente, en la trampa del discurso superficial, demagógico y de corto plazo. La clase política podría revisar sus paradigmas. La verdad suele ser un camino orientador repleto de bondades. Los especialistas dirán luego cómo plantearlo con inteligencia.

A la luz de la evidencia empírica se puede concluir que “la mentira tiene patas cortas” y que el costo de la ansiedad a la hora de brindar ampulosos sermones es elevadísimo y muchas veces irreversible.

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Prisioneros de sus propias recetas clientelares

Alberto Medina Méndez

Es argentino, radicado en Corrientes. Es analista político, conferencista Internacional, columnista de: INFOBAE en Argentina, Diario exterior de España y El CATO de EEUU. Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana. Alberto conduce los ciclos radial y televisivo “Existe otro camino”. En 2002 recibió el “Premio Poepi Yapo” por su labor periodística y el “Premio Convivencia” como Periodista del Año. Poco después en 2006 fue galardonado con el “Premio a la Libertad”, de la Fundación Atlas. En 2009 recibió el “Premio Súper TV” por su labor como periodista

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