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Ciudadanía y valores humanos (primera parte)

Antropos

En una democracia, un ciudadano se define por su solidaridad y su responsabilidad con respecto a su patria.

De acuerdo al sociólogo francés Alain Touraine “la construcción de la ciudadanía significa la construcción libre y voluntaria de una organización social que combine la unidad de ley con la diversidad de los intereses y el respeto a los derechos fundamentales”. Este enfoque tiene un carácter de relación política del individuo como miembro de una determinada comunidad y arranca en los siglos V y IV a.j.c., en la Atenas clásica. En esa época, es el ciudadano la persona que se ocupa de las cuestiones públicas. Sin embargo el devenir de la historia ha ido mostrando otros rostros de la ciudadanía que se encaminan al sentido de pertenencia, de identidad, de compromiso, de cohesión a través de la libre adhesión, lo cual articula orgánicamente el concepto de ciudadanía con el de democracia. En este sentido, señala Beatriz Villarreal, en países como Guatemala “para lograr el fortalecimiento, la institucionalización de relaciones sociales igualitarias no discriminatorias, que signifiquen democracia de calidad para todos y todas, se tienen que realizar procesos de educación ciudadana”.

Es en esta línea de pensamiento que Edgar Morin nos explica que “la educación debe contribuir a la autoformación de la persona y a enseñar a hacerse ciudadano. En una democracia, un ciudadano se define por su solidaridad y su responsabilidad con respecto a su patria. Lo cual supone el arraigo en él de su identidad nacional”. O sea, es necesario para la convivencia social convertir la enseñanza en un aprendizaje para la democracia, que promueva los ideales de un buen ciudadano o ciudadana, una sociedad justa y equitativa, así como un buen estilo de vida para todos y todas. Un proyecto de sociedad que incorpore esos ideales como valores sociales, entendidos como los principios de libertad, igualdad y solidaridad que se conviertan en guías para la acción social. 

Tal y como lo enfatiza Rodolfo Stavenhagen, “únicamente una educación que tienda a una cultura realmente cívica compartida por todos, conseguirá impedir que las diferencias sigan engendrando desigualdades y las particularidades inspirando enemistad”. Precisamente hoy que nos enfrentamos a un quiebre de valores, surge la necesidad de un ideario ético en el que se rescaten los ideales humanísticos y el sentido de la vida, a fin de sobrecogernos a una utopía que nos lance a un mejor futuro. Por ello, la educación moral y la educación ciudadana tienen como propósito, dice Villarreal, “en primer lugar, lograr que todas y todos se sientan ciudadanos y ciudadanas y que se sientan parte de un proyecto de nación que les asegure el reconocimiento de sus derechos y deberes, considerando que la educación es tarea de sujetos. Hacer que su meta sea la de formar personas sensibles con una orientación democratizadora igualitaria e incluyente, respetuosa y tolerante”. Porque, insiste Adela Cortina, “un ciudadano que no se siente protagonista de su vida política, ni tampoco de su vida moral, cuando lo que exige un verdadero Estado de justicia es que los ciudadanos se sepan artífices de su propia vida personal y social”.

De ahí, que sea recomendable la puesta en marcha de programas educativos relacionados con aspectos como los derechos y deberes de los ciudadanos y ciudadanas, la ciudadanía, la democracia, el Estado, la nación, así como forjar en los jóvenes, a través de diversas modalidades pedagógicas, las virtudes centrales de la humanidad, porque “uno es verdaderamente ciudadano, enfatiza Edgar Morin, cuando se siente solidario y responsable”.

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