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El Salvador: ¿Nuevas ideas o viejas mañas?

Evolución

Más que un millenial carismático y bonachón, como muchos ignorantes le ven, se perfila como una versión actualizada del populismo inescrupuloso y autoritario.

El domingo pasado se llevaron a cabo las elecciones legislativas en nuestro hermano país.A pesar que al momento no se han oficializado los resultados, se prevé que el partido Nuevas Ideas, del actual presidente Bukele, tendrá 56 de 84 diputados que conforman la Asamblea Legislativa. El resto, previsiblemente se dividirá de la siguiente manera: 14 de ARENA, 5 de GANA, 4 del FMLN, 2 del PCN, y uno para cada uno de los partidos PDC, Vamos y Nuestro Tiempo. 

De acuerdo con la Constitución Salvadoreña, existen diferentes niveles de mayorías requeridos en la Asamblea Legislativa para diferentes tipos de asuntos. Se requiere mayoría simple (absoluta) de 43 votos (mitad más uno) para aprobar y derogar leyes, decretar impuestos, aprobar el presupuesto, crear y asignar fondos, elegir presidente y magistrados de la Corte de Cuentas, nombrar comisiones especiales para investigar asuntos de interés de la nación, interpelar a ministros, entre otros. Más que el evidente poder que tendrá Bukele y sus aliados en la asamblea para ejercer estas funciones sin restricción ni control, se debe tener en cuenta que toda la oposición junta no alcanza si quiera la mayoría simple en la legislatura, por lo cual será totalmente inerte para avanzar cualquier iniciativa de legislación y para cumplir una labor de fiscalización al gobierno, como podrían ser los casos, por ejemplo, de crear comisiones de investigación o interpelar ministros.

Luego se requiere mayoría calificada, de 56 votos (dos terceras partes), los cuales tendrá, para temas como aprobar préstamos contraídos por el ejecutivo, elegir magistrados de la Corte Suprema de Justicia, Fiscal General, Procurador General, Procurador para la defensa de derechos humanos. Este es un tema también trascendental que sin duda preocupa a muchos debido a la concentración de poder que puede implicar tener el control absoluto de los tres poderes del estado, por esta vía indirecta que implica que sus correligionarios en el congreso elijan la Corte a su conveniencia.

Por último está la mayoría denominada especial, que requiere 63 votos (tres cuartas partes) para suspender garantías constitucionales o cambiar la fecha de las elecciones por causas de caso fortuito o fuerza mayor. Para aprobar alguna de estas decisiones, evidentemente el partido de Bukele necesitaría de 7 votos más, lo cual implica que lo podría lograr ya sea con una alianza con ARENA o sumando los votos necesarios entre los restantes. 

Varios analistas salvadoreños han denunciado que Bukele se sirvió del aparato estatal a su disposición para incrementar su “popularidad” y para debilitar a sus rivales políticos. Se ha denunciado que Bukele utilizó ilegalmente recursos del estado para repartir alimentos en beneficio de su campaña. También se menciona que inauguró obras y repartió computadoras durante el período de prohibición electoral, entre otros actos clientelares y populistas. Se le acusa de haber retenido la deuda política a los partidos, lo cual limitó su capacidad de hacer campañas, y de haber restringido fondos a las alcaldías, particularmente de oposición, quienes no pudieron llevar a cabo obras. También se ha mencionado que muchos de los grandes financistas tradicionales prefirieron aliarse con Bukele, en protección de sus intereses, que con el partido ARENA al cual históricamente apoyaban.  Se argumenta que desplegó la pauta publicitaria más cara de la historia del Salvador y que superó a la de sus rivales en más de 10 veces.

A muchos ha sorprendido la abrumadora aplanadora que ha logrado Bukele en la asamblea. Y, como es lógico, muchos estamos preocupados por la concentración de poder irrestricto que ello implica y sus riesgos. Más que un millenial carismático y bonachón, como muchos ignorantes le ven, se perfila como una versión actualizada del populismo inescrupuloso y autoritario históricamente típico de nuestras latitudes, y del cual no aprendemos a deshacernos. Y ahora tendrá vía libre para seguir endeudando al país que, al igual que Guatemala, ya está en niveles de deuda pública peligrosos también bajo el pretexto de la pandemia, y para avanzar cualquier iniciativa legislativa, incluido presupuesto, que se le antoje. Desde luego que siempre hay incautos que se aferran a la esperanza que dado la enorme concentración de poder que tiene, pueda usarla para bien, pero considerando la forma abiertamente denunciada por muchos mediante la cual se agenció del poder, la falta de transparencia en su gestión, su intolerancia a la crítica y sus ataques a sus oponentes, difícilmente se puede creer que sus objetivos serán loables. Hay quienes incluso contemplan la posibilidad de que quiera perpetuarse en el poder. La constitución salvadoreña no permite la reelección. Y para reformar la constitución se requiere que la reforma sea aprobada por una asamblea y ratificada por la siguiente, de manera que la ratificación de cualquier reforma constitucional en ese sentido, en circunstancias normales, tendría que darse una vez Bukele haya dejado el poder. Pero hay quienes incluso han encontrado similitudes con Nicaragua en su proceder. Y existe posibilidad, si bien menor, que con una mayoría especial en la asamblea y valiéndose de ciertas circunstancias provoque la convocatoria a una constituyente previo a soltar el poder, lo cual sería el mecanismo previsible que usaría para perpetuarse en él. Esperemos por el bien de nuestro hermano y querido país, y por el bien de nuestra región, que la población advierta su error y tome conciencia del riesgo en que se encuentran y que sean quienes hagan la labor de control y oposición.

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Alejandro Baldizón

Abogado y Notario, catedrático universitario y analista en las áreas de economía, política y derecho.