Aprender a convivir en Democracia
Antropos
Pensar la democracia en nuestra sociedad, se debe hacer sobre la base del reconocimiento de la diversidad cultural, lo que se traduce en un nuevo concepto de ciudadanía en donde desde la diferencia, podamos tender los puentes de un proceso intercultural que nos abra el camino de un ideario ético, en el que se privilegie el diálogo, la solidaridad, la confianza, la comprensión, el respeto a los otros y a nuestra propia humanidad.
En torno a lo expresado, acudo a las palabras del pensador francés, Edgar Morin, quien en su libro Mi Camino, señala que “la ética de la comprensión me parece ser una exigencia capital no sólo en la relación con el extranjero, sino también en las relaciones con nuestros más próximos. La incomprensión reina a menudo en nuestras relaciones de trabajo, de vecindario, y genera estragos en las familias, en las relaciones entre padres e hijos. La incomprensión engendra desprecio, intolerancia, odio; gangrena nuestras vidas”.
Es, en este sentido, que la solidaridad y la responsabilidad se convierten en los resortes o bases de la conducta humana. Así es como la interculturalidad resulta ser el hilo articulador de esta acción ética, en cuanto es el reconocimiento de la necesidad de una dimensión fundamental en la práctica de la cultura, que nos acerca a los otros. En el ámbito de la educación intercultural existe el reconocimiento de las diferencias culturales de sus miembros, tratando a los alumnos como personas individuales, y en términos de identidad bajo el marco de la diversidad.
La educación intercultural debe incluir las demandas de reconocimiento de identidades culturales que configura un país, orientado a la formación de una ciudadanía de identidad nacional. En tal sentido, es necesario aprender a convivir, alimentar la comprensión, la fraternidad y la responsabilidad. La educación es fundamental porque educar significa creación de hábitos, costumbres, formación de valores y competencias. La convivencia es una de las virtudes hoy más necesarias. Inculcarla es formar el carácter de la ciudadanía.
Por ello, en Guatemala para lograr el fortalecimiento y la institucionalización de relaciones sociales igualitarias no discriminatorias, que signifiquen democracia de calidad para todos y todas, se tienen que realizar procesos de educación ciudadana.
Para alcanzar la convivencia, comprensión y responsabilidad social, es necesario convertir la enseñanza en un aprendizaje para la democracia, que promueva los ideales de un buen ciudadano o ciudadana. Una sociedad justa, equitativa, en donde se privilegie la confianza, así como un buen estilo de calidad de vida para todos y todas.
Un proyecto de sociedad que incorpore ideales como valores sociales, entendidos los de libertad, igualdad, solidaridad, afecto y responsabilidad, para que se conviertan en guías de la acción social. Se trata de llevar a la práctica una educación para la democracia, para la educación ambiental, para la solidaridad, para la comprensión, para una educación intercultural, para una formación de competencias, educación para la paz, educación para la igualdad, y educación cívico vial.
De ahí que sea recomendable la puesta en marcha de programas educativos relacionados con aspectos como los derechos y deberes de las y los ciudadanos, la ciudadanía, la democracia, el Estado, la nación. Forjar en los jóvenes las virtudes centrales de la humanidad.
Sin duda alguna, señala Rodolfo Stavenhage, “el mundo ha alcanzado ya madurez suficiente para ser capaz de suscitar una cultura cívica democrática, basada en los derechos de la persona humana, y alentar al mismo tiempo el respeto mutuo entre las culturas fundado en el reconocimiento de los derechos colectivos de todos los pueblos del planeta, grandes o pequeños, cada uno de los cuales tiene tantos méritos como los demás. Esa es la empresa que aguarda a la educación en el siglo XXI”
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