Napoleón y la condición humana en la política
Evolución
Este 5 de mayo de 2,021 se cumplieron 200 años de la muerte de Napoleón Bonaparte en la isla Santa Elena. Previo a lo que sería su último exilio, Napoleón ya lo había estado en la isla de Elba, del archipiélago Toscano en el mar Tirreno, donde estuvo cautivo poco menos de diez meses. Napoleón abdicó como Emperador, en el palacio de Fontainebleau, el 11 de abril de 1,814, tras su derrota en la guerra de la sexta coalición, integrada por el Reino Unido, España, Portugal, Rusia, Prusia, Suecia, Austria y otros estados germánicos. Fue sucedido por el Rey borbón Luis XVIII. Napoleón fue exiliado a la isla de Elba, donde arribó el 30 de mayo de 1,814.
Valiéndose de la ausencia del comisionado británico y de navíos británicos y franceses, logró escapar de la isla el 26 de febrero de 1,815 partiendo de Portoferraio a bordo del bergantín francés Inconstant. Arribó en Golfe-Juan en las costas francesas el 1 de marzo. Acompañado de alrededor de mil hombres, el 7 de marzo fue interceptado en Grenoble por el quinto regimiento, que había sido enviado por el rey para capturarlo. Napoleón se acercó a enfrentarlos solo y les dijo: “Soy su Emperador, reconocedme. Si hay un soldado entre ustedes que desee matarme, aquí estoy”. Los soldados, incluido el Coronel Charles de la Bédoyère, se le unieron y marcharon hacia París. El Rey envió al Comandante Marshal Ney a arrestar a Napoleón en Auxerre. El 14 de marzo, Ney y sus seis mil hombres también se le unieron. Ambos serían ejecutados posteriormente por traición. Luis huyó y Napoleón entró a París el 20 de marzo de 1,814, lo que marcó el inicio de su gobierno de los cien días.
En su relato sobre esta historia, Lana Kortchik apunta que el retorno exitoso para Napoleón fue posible gracias a que aún contaba con mucha simpatía en Francia. Tenía el apoyo del ejército que deseaba recuperar su gloria y los estipendios de los que gozaba, de los campesinos que temían tener que volver a pagar impuestos feudales, de terratenientes que no querían perder sus tierras a la nobleza y a la iglesia, y de trabajadores de la administración pública del imperio que habían perdido sus empleos frente a los simpatizantes de la monarquía. Recuenta que en su proclamación como Emperador, Napoleón dijo: “Luego de la caída de París, mi corazón fue destrozado, pero mi espíritu permaneció resuelto. Franceses, en mi exilio he escuchado sus quejas y sus deseos. Así, habiendo sorteado todo tipo de peligros, he llegado con ustedes a recuperar mis derechos, los cuales son suyos”.
El 13 de marzo de 1,815 Napoleón disolvió las cámaras y convocó a una asamblea pública denominada Champ de Mai para reformar la Constitución. El 22 de abril de 1,815 se promulgó la nueva Constitución del imperio y se crearon la Cámara de los Pares, compuesta por miembros nombrados por el Emperador y de corte hereditaria, y la Cámara de Representantes, integrada por miembros electos por los colegios electorales de los departamentos para un período de 5 años. El 18 de junio de 1,815 Napoleón fue derrotado en la Batalla de Waterloo por fuerzas aliadas comandadas por el Duque de Wellington. Advirtiendo que la legislatura y su pueblo se habían volcado en su contra, abdicó, en favor de su hijo, el 22 de junio. El 15 de julio se rindió ante el capitán de la armada británica Frederick Maitland; fue trasladado a la isla de Santa Elena, ubicada en el Océano Atlántico a casi dos mil kilómetros al oeste de la costa de África, donde murió el 5 de mayo de 1,821.
Napoleón es uno de los grandes personajes de la historia universal que simboliza todo lo que se aprecia como bueno y malo de un hombre que ejerce poder, de un déspota percibido benévolo. En su figura se reúnen todas las emociones posibles de la condición humana respecto de cualquier gobernante. Se le glorifica por sus programas e iniciativas en el campo de la administración pública, habiendo en buena medida sentado las bases de los sistemas burocráticos modernos y, particularmente, en términos de la educación implementada y dirigida desde el Estado. Se le reconoce por el legado e influencia para los sistemas jurídicos modernos del Código Civil Francés. En esa época, post revolución francesa, es donde se sentaron las bases para las democracias en su denotación moderna, como sistemas de gobierno, a pesar que nominalmente se titulen como Repúblicas. Esas donde se cree que ley es cualquier cosa producto de acuerdos entre intereses minoritarios que suman mayoría en asambleas que únicamente representan a intereses y patrocinios. De las cuales resultan normas impuestas a conveniencia política, y cuyo éxito se mide por su apetencia populista para masas adoctrinadas e irreflexivas que ignoran sus consecuencias e implicaciones reales. Su historia de breve reivindicación demuestra que al político o gobernante se le tolera y perdona lo que fuere, en tanto sirva a intereses. Epitomiza la figura del político megalómano, del que se cree infalible, del que persigue a toda costa el poder, y mejor si es absoluto; pero que a la vez es carismático y convincente. Puede comportarse de forma autoritaria o totalitaria, siempre que sea para imponer una sensación de orden, seguridad, desarrollo o sentido de nacionalismo. Se le aborrece por su corruptibilidad, por sus abusos y atropellos.
Cualquiera y todos los sentimientos que se tengan hacia alguien como Napoleón, engloban el sistema de creencias que en general la sociedad tiene del Estatismo en la actualidad. A Napoleón se le atribuye la frase: “Si deseas tener éxito en el mundo, promete todo y cumple nada”. Su historia evidencia también lo poco o nada que hemos aprendido. A la fecha, continuamos en una sociedad que se hunde en la dicotomía en la que se enaltece el estatismo y se desprecia a la clase política, bajo la ilusión que el nuevo emperador no se comportará igual. Cuánto más tardaremos en aprender que la única solución y esperanza radica en dejar de confiar en la presunta magnanimidad del gobernante, y empezar a reconocer y apreciar el valor de un sistema de gobierno limitado por el respeto a la libertad individual, donde es la cooperación pacífica y voluntaria entre ciudadanos libres la que conduce al bienestar de la sociedad.

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