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Pobreza y desnutrición de cara al bicentenario

De acuerdo con la definición que hace la Organización de Naciones Unidas, ONU, la pobreza es la condición caracterizada por una privación severa de necesidades humanas básicas.

La pobreza incluye, entre otras condiciones, el acceso a alimentos, agua potable, instalaciones sanitarias, salud, vivienda, educación, así como la información. De carecer de estas condiciones, la ONU considera dicha condición como estado de pobreza. En otras palabras, toda aquella persona que no tenga acceso a unas condiciones mínimas que permitan el desarrollo de una vida básica, pero digna.

La pobreza es uno de los grandes males que puede presentar un país, pues tiene una serie de efectos negativos en la sociedad, los cuales empeoran el nivel de vida de esta.  La principal consecuencia es que cuando existe pobreza en un determinado territorio, se entra en un círculo vicioso del que es muy complicado salir, al menos que haya una voluntad decidida de sus tomadores de decisión por varias generaciones y de manera sostenida. 

En este sentido, entre las consecuencias que se destacan de una sociedad que se encuentra con niveles de inequidad que rayan en la pobreza, se destacan: 

  • Elevada mortalidad.
  • Escaso desarrollo e innovación.
  • Desarrollo de enfermedades.
  • Violencia y delincuencia.
  • Desequilibrios mentales.
  • Organizaciones mafiosas.
  • Escaso nivel educativo.

En síntesis, poco desarrollo humano en general.

Un estudio de la Universidad de Granada en 2016, determino como las condiciones de pobreza afectan el desarrollo del cerebro durante la infancia, en este sentido se obtuvieron datos de niños que provenían de familias con menores niveles económicos y menores niveles educativos, estos, mantenían un mal funcionamiento en las áreas del cerebro relacionadas. 

Otras investigaciones, identifican que la desnutrición temprana provoca alteraciones anatómicas y metabólicas en diferentes estructuras cerebrales relacionadas con las competencias educativas.  En un país donde casi la mitad de sus niños sufren desnutrición crónica, como Guatemala, no hacen falta mayores estudios para determinar la urgencia estratégica de atender esta problemática o resignarnos a las terribles consecuencias sociales que ello implica. 

Si a lo anterior sumamos, los efectos de la actual crisis generada por el COVID, en materia económica y sanitaria, es fácil predecir lo difícil que será para buena parte de la población los próximos meses y años, especialmente aquella población excluida y marginada de oportunidades. 

En el año en el que se dice celebrar el bicentenario de la Independencia, merece la pena que los factores de poder en el país procuren establecer al menos un acuerdo básico para reducir la desnutrición en Guatemala.

Más allá de las razones humanitarias que ello implica, no hacerlo nos sigue condenando a vivir en el atraso, dado que la nutrición es uno de los pilares de la salud y el desarrollo, ante lo cual alimentar adecuadamente a la población, es un elemento fundamental para tener una mejor calidad de vida.

La nutrición es una inversión invaluable, pues es un insumo esencial para el desarrollo social y económico de cualquier sociedad, seguir postergando la solución a esta problemática, es seguir postergando cualquier posibilidad de progreso social en Guatemala.

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