Todos contra todos, sin límite de tiempo
Antropos
Siendo adolescente, disfruté de la lucha libre en el Gimnasio Teodoro Palacios Flores. Allí vi desfilar por el cuadrilátero a luchadores mexicanos como el Santo, el Carnicero, Tonina Jacson, Médico Asesino y Huracán Ramírez, quienes se enfrentaron a José Azzari, al negro Kumalí, Máscara Negra, Máscara Roja y al Rayo Chapín, entre muchos más.
Por un lado estaban los rudos y por el otro, los técnicos. La lucha que se daba entre maniobras, llaves sucias tramposas y patadas voladoras, era sin cuartel. Máscara contra cabellera o para obtener el cinturón de un campeón.
En medio del enfrentamiento de estos gladiadores, surgía por orden de los árbitros, la lucha campal de todos contra todos sin límite de tiempo. Técnicos contra rudos. Rudos contra rudos. Técnicos contra técnicos. Rudos y técnicos contra árbitros. El ring se convertía en un juego cruzado, que nadie lograba entender. No se atinaba por dónde surgían las llaves, las quebradoras, las tijeretas, puñetazos fingidos y sangre de colorante rojo que se derramaba por doquier. El melodrama en todo su esplendor acompañado de griterías.
Este escenario del ring, tengo la sospecha que tiene un gran parecido con la vida nacional, en donde opera ni más ni menos que la lógica de la lucha libre de todos contra todos sin límite de tiempo. Existen evidencias de bulto, en la práctica política en la que se tejen los hilos de una lucha campal. La pelea es a campo abierto, con traiciones y conductas leales. Se juntan amigos y enemigos, contra amigos y enemigos.
Quizás porque nuestra historia es un proceso lleno de tiranos y pequeños espacios de libre expresión y participación ciudadana. Guatemala es un país que va del autoritarismo a la anarquía, al desorden, al caos social. Obedecemos ordenadamente, cuando hay alguien que nos obliga a actuar bajo patrones de fuerza. Es la forma de entender el principio de autoridad. Todo lo contrario de lo que esto significa cuando está plenamente legitimada el principio de autoridad, por actos que demuestran transparencia, justicia, equidad y un alto sentido de responsabilidad colectiva.
De ahí que al abrirse las compuertas de una forma distinta a la de un Estado autoritario, en las que se privilegian el respeto a los derechos humanos, responsabilidad, tolerancia, sucede curiosamente y de manera contradictoria, la expresión de la lucha campal de todos contra todos, como si ese fuera nuestra manera de vivir. No hemos comprendido qué, para superar el modelo del autoritarismo, debemos lograr la convivencia para unir todo nuestro esfuerzo, con el propósito de avanzar por el camino de la democracia y consolidación del Estado de derecho.
Se trata de ir más adelante que la propia psicología de la lucha libre como modelo de la sociedad y el Estado guatemalteco. O sea, debemos establecer los límites del poder y los espacios político-ideológicos de grupos, organizaciones y partidos políticos, frente a una realidad en la cual no hay respeto de los ideólogos ni de las ideologías.
Ciertamente, esto es resultado, de alguna manera, del accionar de los políticos que juegan la lógica abierta del modelo de la lucha libre de todos contra todos. De ahí que mi propuesta consista en promover, desarrollar y estimular la producción de un pensamiento político democrático, para trascender y superar las luchas y heridas intestinas hechas a mansalva y en la oscuridad. Nos corresponde descubrir una claridad que nos marque un camino en el que el respeto de unos hacia otros, sea el eje de la rueda que nos lance a un mejor futuro. De otra manera, no vamos a poder construir una ética y sentido de comunidad para superar el escepticismo que aplasta hoy a la sociedad guatemalteca, ni la lucha frontal de todos contra todos sin límite de tiempo.

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