Francesca da Rimini

Editado Para La Historia

Después de la caída del Imperio Romano, en Italia se formó toda una serie de entidades administrativas independientes. Su destino básicamente era hacerse la guerra entre ellas para obtener territorios y riquezas.Reinos, ducados, repúblicas, condados… todos convivían en una Italia dividida. Remanente de esta gran división es la República de San Marino, la más antiguas de las repúblicas del mundo.

También estaban los territorios vaticanos que eran posesión de la Iglesia. En la noche de Navidad del año 800 surge el llamado Sacro Imperio Germano Romano, lo que en la historia se conoce como primer imperio alemán o Primer Riech, al declararse emperador Carlomagno. Habiendo sido ungido Carlomagno por el Papa, no quedaba claro cuál de los dos tenía más poder: el Papa o el Emperador.

Como si ya todas las luchas intestinas entre todos estos territorios italianos no fueran suficientes, surgió un nuevo motivo para hacerse la guerra: aquellos que consideraban que era el Papa el que tenía mayor mandato, llamados güelfos, y el bando contrario que consideraba que era el Emperador el que tenía el mayor mandato: los gibelinos. Es dentro de este contexto que se produce la historia que les quiero contar. Pudo haber pasado como un crimen pasional más, de los tantos que vemos en todos los lugares y en todas las épocas, pero este fue retomado por la mano de un gran escritor y pasó a la posterioridad.

Lugar: la ciudad de Rímini con sus bellas playas que dan al Mar Adriático. Año 1289. Los datos y la documentación existen, esta es una historia real. No es una invención del escritor. Se trata de una hermosa joven, Francesca da Polenta, originaria de la ciudad de Rávena, cerca de Rímini. Su padre, Guido de Polenta, era el Señor de Rávena y de Cervia. Guido, el padre, estaba en deuda con Giangiotto Malatesta porque lo había ayudado en su larga lucha contra la familia Traversari. Esto de las luchas entre familias es una recurrente en la Italia de estos tiempos, lo vemos en Romeo y Julieta, la lucha entre la familia Capuleto y la familia Montesco.

Para ponerle más pimienta a nuestra historia, unos eran güelfos y los otros gibelinos. Todo hubiera sido para bien si el bravo y aguerrido Giangiotto no fuera un hombre desagradable a la vista. Era extremadamente cojo y, al caminar, se balanceada de un lado a otro. Giangiotto, consciente de su defecto, temía no ser del agrado de la joven Francesa. Como las mujeres en esa época solo eran moneda de pago o de negociación, Guido consideró que, una vez consumado el matrimonio, a Francesca solo le quedaría aceptarlo. Y pactaron una mentira.

Para la boda mandaron a un joven hermano de Giangiotto, Paolo, joven muy apuesto y que, a diferencia de Giangiotto, sí le gustaría a la inocente y engañada Francesca. Cuando ella vio al que creyó iba a ser su esposo el día de la boda ni sospechaba que era una boda por procuración y su marido no sería el joven galán que tenía delante. A pesar de todo, Francesca, obediente, consumó su matrimonio con el hombre al que por engaño la había casado su padre. Incluso tuvo dos hijos: Concordia y Francesco. 

Pasaron los años y de regreso de una de las batallas entre güelfos y gibelinos, se presenta Paolo en casa de su hermano Giangiotto. A estas alturas, ya Paolo estaba casado, pero de solo volverse a ver Francesa y Paolo nació el amor entre estos dos seres. Alguien se dio cuenta del sentimiento que había nacido entre ellos, fue otro hermano Malatesta, Malatestino dell’Occhio, así conocido por no ver de un ojo… pero muy avisado con el que le quedaba. Cuando Giangiotto salía de casa por la mañana a sus obligaciones, por un pasadizo secreto entraba Paolo. Se cree que su amor fue sincero pero platónico. Una mañana leían un libro en el que se hablaba del amor imposible.

Se trataba de un libro de caballería, tan a la moda en aquellas épocas. Este libro narraba el amor entre Lancelot, caballero de la mesa redonda, con Ginebra, la esposa del Rey Arturo. Al calor de aquella lectura que narraba un amor adúltero, se dieron su primer beso. Lamentablemente para ellos, Giangiotto entró precisamente en ese momento y descargó toda su furia contra el hermoso hermano y su joven esposa. En la medida en que el cornudo sorprendía a los amantes en pleno beso no era considerado culpable del horrible asesinato que se iba a perpetrar en esa habitación.

Paolo trató de huir, pero su ropa se enganchó con un clavo que sobresalía de la puerta y allí mismo su hermano lo cruzó con su espada. Francesca tuvo el mismo destino. Debido a la importancia de los personajes, este suceso digno de un periódico amarillista fue conocido en todos los territorios italianos. De no haber sido por Dante Alighieri, que conocía de cerca el caso, no hubiera tenido resonancia en las generaciones futuras. Al escribir la Divina Comedia, Dante recogió en su obra a estos dos personajes presentándolos en el infierno, por su culpa de adulterio, en el lugar destinado a los pecadores de lujuria.

En la Divina Comedia, Dante narra su recorrido por el infierno, el purgatorio y el paraíso teniendo como guía al antiguo escritor romano Virgilio. Es en el quinto canto donde se encuentra con las almas de Francesca y Paolo, castigados que son por la eternidad a ser arrastrados sin rumbo por una terrible tormenta. Es el alma de Francesca quien le da los datos al autor para que los reconozca. A pesar de lo pecaminoso del acto que los llevó a la muerte, Dante no deja de tener simpatía por estas dos almas cuyo único pecado era haberse amado. 

Con la Divina Comedia, las generaciones futuras supieron de este amor imposible entre Francesca y Paolo y su pena en los infiernos ha sido tema de inspiración de múltiples artistas. Pintores, escritores, músicos han tomado el tema del dolor de Francesca y Paolo en la creación de sus obras. Después de todo, en el más allá, las almas de Francesca y Paolo lograron lo que más deseaban: estar juntos por la eternidad.

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Franck Antonio Fernández Estrada

traductor, intérprete, filólogo (altus@sureste.com)

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