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Matteo Ricci

Editado Para La Historia

Cuando se nos habla de la China antigua, lo primero que nos viene a la mente es el veneciano Marco Polo con sus famosos viajes. Se dice incluso que si el espagueti llegó a convertirse en uno de los platos típicos de Italia fue porque Marco Polo lo trajo desde China. El detalle con las narraciones de Marco Polo es que son un poco fantasiosas y muchas veces nos preguntamos dónde comienza la imaginación del autor y dónde termina la verdad. Sin embargo, sí hay un personaje bastante menos conocido que no solo hizo un trabajo de mayor importancia en cuanto a China se refiere para nosotros occidentales, sino que cada uno de sus pasos fue debidamente documentado.

Y una vez más les estoy hablando de un italiano, Matteo Ricci. Matteo nació en 1552 en la ciudad de Macerata en el centro-este de la bota italiana. Era de una familia relativamente acomodada en la medida en que su padre era farmacéutico y quería que su hijo Matteo fuera abogado. Entró a hacer estudios de leyes, pero a los 19 años los abandona porque la vocación de Matteo era otra, era el sacerdocio; más precisamente quería convertirse en evangelizador de los habitantes del lejano oriente. En contra de la voluntad de su padre fue con los jesuitas, al Colegio de Roma, para comenzar los estudios que le permitirían cumplimentar sus deseos. Estoy hablando de finales del siglo XVI cuando, a pesar de que para este momento casi todos los grandes descubrimientos de tierras lejanas ya se habían concluido, no por eso los viajes dejaban de ser peligrosos y tardados. Los portugueses, en su afán de encontrar un camino que sustituyera la ruta de la seda que se había roto con la toma de Constantinopla por los otomanos en 1453, decidieron circunvalar todo el continente africano para llegar al Océano Índico y de allá a la India. Esto era también lo que perseguía Colón al viajar hacia el este, sin considerar que se iba a encontrar con todo un continente en el medio. 

El objetivo de los portugueses era monopolizar el mercado de las especias abundantes en Asia y tan deseadas en Europa. El camino trazado por los mercaderes portugueses era el que seguían los sacerdotes evangelizadores para llegar a esas lejanas tierras. Ricci había decidido unirse a la congregación de los jesuitas. Y, como futuro sacerdote jesuita, no solo estudiaba las materias necesarias para ordenarse como sacerdote, sino que, como casi todos los sacerdotes de esta congregación, también se dedicaba al estudio de las ciencias y de otras ramas del saber humano. Ricci era un hombre con una gran inteligencia, en el Colegio de Roma de los jesuitas se hizo notar de inmediato por sus evidentes facilidades para estudiar la astronomía, la matemática y, como hobby, la relojería y la música. Eso sin contar con grandes facilidades para el aprendizaje de lenguas extranjeras.

Con todos estos conocimientos se dirigió a Lisboa, desde donde salían todos los barcos con destino al lejano oriente. En esta ciudad aprendió portugués y, después de mucho tiempo, logró llegar a la ciudad de Macao, donde había un asentamiento de mercaderes portugueses. En Macao, Matteo se dedicó a estudiar chino y, cuando a los pocos meses ya se consideró con suficientes conocimientos de este idioma, se embarcó hacia Cantón. La intención de Ricci era, por medio de la inculturación, poder llegar hasta las más altas esferas del Imperio del Medio, que era como se llamaban los chinos en esta época, y una vez evangelizados el Emperador y todos sus allegados, evangelizar con más facilidad al pueblo. 

Pero ¿qué cosa es la inculturación? Pues sencillamente el proceso de integración de una cultura en otra, sincretismo dirán otros. Entendió Ricci que no podía llegar imponiendo la nueva fe en China por la fuerza. Consideró que era a través de un amplio conocimiento y adaptación a la cultura de ese país que podía hacer más fácil su tarea. Se vestía como un monje budista y, gracias a los muy avanzados conocimientos que para esa época tenía Ricci de astronomía, a todos impresionó, en particular con un mapamundi en el que se presentaban todos los continentes, incluso la recientemente descubierta América. Los chinos, a pesar de tener una cultura muy avanzada y refinada, tenían grandes lagunas en los conocimientos geográficos. En particular consideraban que su país era el centro del mundo, que el mundo era una cosa mucho más pequeña y que lo realmente grande era su país. Creían que el mundo era plano y cuadrado y, cuando vieron en un mapa del mundo lo pequeño que era su país respecto al resto del planeta, quedaron absolutamente sorprendidos. Esto le abrió mucho camino a Ricci en su afán de llegar hasta el propio Emperador. Otra cosa que impresionó extraordinariamente a los chinos fueron los relojes que él mismo fabricaba, relojes que incluso tenían sonidos de campanas. En China, la norma en aquella época eran los relojes de sol. Por si fuera poco, los conocimientos de astronomía permitieron a Ricci situar con exactitud de latitudes y longitudes la posición de cada y una de las grandes ciudades de ese país. Los letrados de China venían a verlo y fue esto lo que le facilitó su viaje hasta Pekín, aunque hay que decir que nunca se pudo encontrar personalmente con el Emperador porque el ocultismo que había en aquella época dentro de la Ciudad Prohibida, donde vivía la Emperador y su corte, impedía que el Emperador se encontrará con extraños. 

Entre los méritos de Matteo está el de haber dado a conocer las realidades culturales y políticas de China en Europa y lo mismo en sentido contrario. Era un gran admirador de la cultura china, incluso del confucionismo, por muy ferviente católico que fuera. Se dedicó a traducir los grandes clásicos occidentales al chino y también libros sobre el confucionismo y sobre China al latín para su difusión en Europa. Como músico que era, transcribió música china a instrumentos occidentales y lo contrario. Tan impresionado estaba el Emperador por los conocimientos del italiano, que lo nombró director del observatorio imperial y tutor de su hijo preferido, llamado a ser el próximo Emperador. Y hay que decir que la tarea de introducción de Matteo Ricci en Italia no estaba destinada a ser fácil. En primer lugar, reinaba la dinastía Ming, reconocida en la historia por ser particularmente poco amistosa con los extranjeros que venían a su país. Por otra parte, China y Japón estaban en guerra y con mucha facilidad los chinos consideraban que cualquier extranjero que estuviera en su país forzosamente era un espía de Japón. 

El hecho de que Matteo se vistiera como un sacerdote chino le facilitaba su adaptación y aceptación y, cuando le preguntaban qué hacía él en China, pues decía que venía del lejano occidente donde se hablaba de la grandeza del Emperador de China y que él, admirado, había venido a China para servirle al Emperador y a Dios. Esta forma de actuar de Ricci evidentemente no fue muy bien vista ni comprendida por muchos de sus contemporáneos al adaptar las formas occidentales del cristianismo a la manera de ver de los chinos (una vez más, la inculturación). Incluso hay representaciones de la Virgen vestida como una emperatriz china y con su pequeño hijo en brazos también representado como un chinito. Hubo que esperar el pontificado de Pío XII para que se considerara como apropiada la forma en que Ricci había emprendido su labor de evangelización. Sin embargo, a la muerte de Ricci en 1610 es necesario decir que no había logrado evangelizar a muchas personas. Sin embargo, casi todas estas personas pertenecían a la élite intelectual. Del Emperador Wanli logró obtener el permiso para construir una iglesia en Pekín, la primera de la ciudad, que se encuentra en lo que hoy en día es el arzobispado. 

Tan apreciada fue su labor de enseñanza, de científico y de hombre de bien, que a su muerte fue autorizada la construcción de su tumba en las inmediaciones de la puerta oriental de la Ciudad Prohibida, allí donde lo había escogido Matteo en vida.

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Franck Antonio Fernández Estrada

traductor, intérprete, filólogo ([email protected])

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