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La tolerancia: Apuntes históricos

Antropos

1996 fue declarado por Naciones Unidas, como el año de la tolerancia, lo que indica que este viejo tema sigue siendo de enorme actualidad. Lo contrario de la tolerancia es la intolerancia, que se convierte en un grave problema para la convivencia humana y para la paz social. Los niveles de tolerancia de una sociedad nos muestran la calidad de las relaciones interpersonales de un pueblo y su grado de madurez humana.

La tolerancia exige que la realización del ser humano es posible como individualidad y como ser social, siempre y cuando no se limite la libertad personal. Desde esta perspectiva se presuponen la aceptación de valores como la búsqueda libre de la verdad -nadie tiene el monopolio de la verdad- la libertad de conciencia y de expresión, al respecto a las diferencias e identidad de cada persona, la igualdad y las diversidades culturales.

Siendo la tolerancia el respeto, la consideración y la condescendencia con otras maneras de pensar y sentir, se convierte hoy día en la virtud más útil en la vida pública y social. Históricamente, a partir de los siglos XVl y XVll, autores como Milton y Spinoza defendieron la tolerancia en el marco de las guerras religiosas. En el siglo XlX, surgen dos corrientes, una argumentó que la intolerancia impidió el florecimiento de las artes y las ciencias, así como toda creatividad intelectual. Frente a esta posición, se alzó la contraparte que sostuvo la tesis en el sentido que la intolerancia era legítimo ejercicio de la defensa de la verdad contra el error.

Autores como Proudhon defendieron la tolerancia total a fin de darle preeminencia a la justicia universal. Jeremy Bentham abogó por una tolerancia que hiciera posible una libertad verdadera. Francois Guizot sostuvo que la tolerancia fue uno de los motores de la civilización europea al hacer posible la coexistencia plural de principios de ideas diferentes.

John Locke y John Stuar Mill argumentaron a favor de la tolerancia. Locke escribió Carta sobre la Tolerancia, en donde se pronuncia en contra del dogmatismo y hace una defensa de la libertad religiosa. Herbert Marcuse advierte que la tolerancia es un fin en sí, sólo cuando de verdad es universal, practicada por gobernantes y gobernados, por señores y siervos, por los verdugos y por sus víctimas. De tal suerte que puede ocurrir que una sociedad autoritaria se aproveche de la tolerancia para sus propios fines. Para este autor, el fin de la tolerancia es la verdad. De ahí que el disentimiento sea necesario para el logro de dicho fin. En su libro El hombre Unidimensional, critica la tolerancia represiva propia de las sociedades desarrolladas en las que proliferan las falsas necesidades impuestas por el capitalismo, generando en la persona una incapacidad para discernir.

La tolerancia sólo es posible cuando conduce al progreso, a la verdad y a un régimen de igualdad social en donde prevalezca el respeto a las diferencias culturales, el respeto a las ideas, a la manera de asumir los derechos y responsabilidades en la sociedad, tomando en cuenta los valores esenciales del ser humano, como la convivencia, la sensatez, el consenso y la transparencia moral en la vida pública y privada.

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