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El tercer centenario

Teorema

Me pregunto cómo será la conmemoración del 15 de septiembre de 2121. ¿Será tan escuálida como la de esta semana? O será conmemorada a lo grande, con desfiles, actos cívicos, bailes, música, luces, fuentes de agua cristalina… Ojalá la música, si la hay, provenga de nuestro instrumento de maderas.

Ninguno de quienes hoy habitamos el planeta lo sabrá. Pongo en duda que antes de un siglo la ciencia prevalezca sobre la muerte y seamos una estirpe de inmortales. Pero transcurrido un siglo, todo podrá haber ocurrido.

¿De qué dependerá que haya un escenario festivo o uno depresivo?Obviamente, del espíritu que prevalezca entre la población y de que sus autoridades puedan comprender su importancia.

Festejan las naciones prósperas, aquellas donde sus miembros se sienten exitosos en su profesión o trabajo, que son productivos y sienten que la sociedad remunera justamente su talento, habilidades, conocimientos, experiencia…

Festeja una sociedad de hombres libres que ha superado el crimen y confía en sus autoridades e instituciones. No es necesario ser ricos para celebrar. Eso lo podemos ver en las familias cuando conmemoran los cumpleaños, las bodas, la Navidad… Festejar es una forma de expresar felicidad.

Quienes se perciben derrotados no festejan. Consideran que la vida ha sido injusta con ellos. Que la sociedad les ha negado la posibilidad de expresar lo que son capaces. En algunas ocasiones, el desarrollo tecnológico nacional o el tamaño del mercado ha hecho que artistas y científicos hayan tenido que llevar su brillo a otros países.

Empero, para la inmensa mayoría, culpar a la sociedad o al Estado de su falta de éxito, es una forma de evadir la exigencia de manejar correctamente su propia vida y esa es una responsabilidad personal, indeclinable e intransferible.

Este mes hubo discursos afirmando que, al independizarnos de España hace dos siglos, sólo cambiamos de amo repetidas veces, que, por lo tanto, no hay nada que celebrar. Disiento radicalmente de tan infortunada visión de nuestra Guatemala.

Afirman que la independencia benefició a los ricos, pero nada cambió para el pueblo que sigue siendo pobre. La independencia no es un acto de transferencia de riqueza. Es equivocado percibir al país como un botín que puede cambiar de manos. La riqueza hay que construirla y hacerlo requiere no solo de trabajo intenso, sino también de ahorro y espíritu de sacrificio, de asumir riesgos, de tener confianza en sí, en Guatemala y su futuro. Precisa de habilidades y un espíritu creativo que no es común a todos, que es escaso.

Quienes argumentan que nada cambió y que, por lo tanto, nada hay que celebrar, parecen desconocer el período histórico de hace dos siglos y negarse a reconocer lo que ahora tenemos. Conozco muy poco de antropología, pero sí sé lo suficiente como para entender que puedo estar equivocado. Si ese fuera el caso, ofrezco disculpas por intentar incursionar en la época previa a la conquista.

A la llegada de los conquistadores, las poblaciones indígenas estaban formadas por cuatro clases sociales. El Gran Señor (Halach Uinic), era considerado como un dios; los sacerdotes, desarrollaban actividades religiosas y tenían a su cargo las ciencias (principalmente matemática y astronomía); la nobleza gobernaba, cobraba tributos y tenía el control de la población. En las guerras, los jefes pertenecían a la nobleza. Ellos eran una minoría que vivía con comodidades, pero ese confort no era superior al de la casa de una familia pobre actual.

El pueblo estaba formado por las otras dos clases sociales: los plebeyos y los esclavos. Eran campesinos, tejedores y alfareros; ejecutaban las tareas más arduas, pero no eran propietarios de lo que producían, lo mejor estaba destinado a mantener a las clases sociales altas. Cuando se construyeron las pirámides, los templos y calzadas elevadas, fueron ellos quienes cargaron las enormes piedras y realizaron otros trabajos extenuantes.

El pueblo vivía en las afueras de las ciudades. Alejado. La condición social de cada uno estaba definida por la distancia de su casa a la plaza central. Los esclavos, el último círculo social, adquirían esa condición por nacimiento u orfandad, por haber sido comprados, por haber caído como prisioneros de guerra o por degradación social al ser encontrados culpables de robo u otros delitos menores que no ameritaban la pena máxima.

Uno no puede dejar de preguntarse si las personas que hoy reclaman derechos no registrados sobre la tierra de sus antepasados, los montes, los bosques y los ríos, provienen de esa minoría de nobles y sacerdotes o sí, como es más probable debido a la proporción entre uno y otros, sus antepasados están dentro de los plebeyos y los esclavos. Porque aquellos no tenían propiedad alguna.

Durante la colonia, la condición de vida de los plebeyos y los esclavos mejoró notablemente. La esclavitud de los indígenas fue prohibida en 1542. Tres siglos después la organización social había cambiado. Los peninsulares (españoles nacidos en España) quienes no vivían aquí permanentemente, actuando en nombre del Rey, tomaban todas las decisiones de gobierno y recolectaban los impuestos para mantener el gobierno local y para la Corona. Los criollos, hijos de españoles nacidos aquí, no tenían acceso a posiciones importantes dentro del gobierno. Se convirtieron en finqueros, comerciantes e industriales.

Los mestizos (hijos de español o de criollo con indígena) crecieron casi con tanta rapidez como los indígenas. No participaban en las decisiones de gobierno. Trabajaban para los criollos o por cuenta propia. Su condición social era superior a la de los indígenas, quienes trabajaban para ellos o para los criollos bajo remuneración o lo hacían por cuenta propia ya que no tenían impedimento legal. Los esclavos, que eran originarios de África, constituían una minoría (siguen siendo menos de 1% en Guatemala). Fueron liberados en el siglo XVII, cuando quedó prohibida la esclavitud.

La independencia significó expulsar a los peninsulares, la clase intrusa, del gobierno. Los ciudadanos, todos ellos quedaron exentos de tributar a la Corona. Cada uno asumió la libertad y consecuente responsabilidad de construir un futuro para su respectiva familia. Así, se construyó Guatemala, con el concurso de todos. Quienes progresaron más, contribuyeron mejor al engrandecimiento patrio.

Decidir por la independencia fue más fácil que desarrollar las tareas que implicó hacerlo. Ser independiente significó comprometerse con el futuro, trabajar, desarrollarse, hacer las cosas por uno mismo sin esperar que otro u otros lo hicieran. En aquella concepción original, el ciudadano cuidaba de los suyos y les procuraba albergue, alimento, educación y salud. En la práctica, solo delegaba en el Estado y sus instituciones, las funciones de seguridad y justicia.

A estos cometidos se agregó posteriormente la construcción de obra pública, la salud y la educación que siguen siendo responsabilidad conjunta de la iniciativa privada y el Estado. Un sector funciona razonablemente bien, el otro no. En 1984 el Estado guatemalteco creció abarcando nuevas áreas que lo han vuelto progresivamente ineficaz.

Declarar la independencia el 15 de septiembre de 1821, quizá fue una decisión impulsiva para aprovechar los acontecimientos en España, que permitían hacerlo sin sacrificar la vida de ciudadanos dispuestos a ofrendarla. Otros países, como Cuba y Panamá, en cambio, difirieron sus propios procesos independentistas, más de 70 años. No se puede concluir que unos estaban equivocados y otros en lo correcto, porque hacerlo implicaría juzgar la historia, lo que carece de sentido.

Hoy, somos lo que somos, tenemos lo que tenemos, nuestras fortalezas y debilidades, nuestra cultura y tradiciones, nuestra pobreza, nuestro bienestar, nuestras carencias… Todo es fruto de lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer en los dos siglos anteriores.

Hemos elegido con razonable libertad a nuestras autoridades y si nos hemos equivocado demasiadas veces, debemos asumir la responsabilidad por tales desaciertos. No podemos regresar al pasado a subsanar los errores. Lo hecho, hecho está.

Pero sobre el futuro, quizá sí hay algo que se pueda analizar. Al menos, podemos señalar, con base en dos siglos de experiencia acumulada, cual es el camino equivocado. El que no hemos conseguido superar y nos deja en este segundo centenario, rodeados de dificultades frente a un porvenir que nos resulta incierto y diciendo: la celebración del tercer centenario será lo que será.

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José Fernando García Molina

Guatemalteco, 67 años, casado, dos hijos, ingeniero, economista.Tiene una licenciatura en ingeniería eléctrica de la Universidad de San Carlos, una licenciatura en ingeniería industrial de la Universidad Rafael Landívar –URL–, una maestría en economía en la Universidad Francisco Marroquín –UFM–-, estudios de especialización en ingeniería pentaconta en la ITTLS de España.

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