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Los partidos políticos en Guatemala

Nueva Sociedad

El consenso por la legitimidad de la democracia, como forma de gobierno en Guatemala, no está aún consolidado. Sufre una importante crisis de legitimidad y de aceptación de los ciudadanos, al estar marginados de la vida electoral del país. Su historia lejana y reciente así lo demuestra. Las opiniones del consenso sobre la necesidad de la democracia son relativamente bajas. Guatemala no es incluida en las listas de los estudios recientes sobre las democracias latinoamericanas más fuertes. Juan J. Linz, 2007, (citando a Diamond) 1999 dice que tanto en las democracias consolidadas como en las no consolidadas o inestables también hay un acuerdo de que los partidos políticos son esenciales para el funcionamiento de la democracia. La debilidad de la democracia guatemalteca y su particular forma de interpretar la necesidad de los partidos políticos, hace que cada vez más se les considere como una vía para desarrollar proyectos personales y privados, y como forma de tener acceso a los recursos económicos y materiales del Gobierno, y no como parte del proceso de profundización de su democracia. 

En los últimos años se está convirtiendo en una vía y como un negocio para unos cuantos que invierten y organizan partidos electorales para participar en alguna elección, como una estrategia para enriquecerse y llegar al poder, y, determinar el rumbo que debe tener el gobierno de acuerdo con sus intereses personales. Esto genera como en otros países, pero de manera exponencial, la insatisfacción y desconfianza en los partidos. Los partidos son percibidos como instituciones que se están volviendo obsoletas o en declive, según J.J Linz y Hans Daadler (1999) y las democracias son percibidas como peligros en países como Guatemala. No son una vía para fortalecer una vida entre iguales, sino todo lo contrario, es el camino de unos cuantos para acceder al poder y a los recursos públicos. Cada cuatro años diferentes grupos o personas organizan partidos coyunturales y temporales, no permanentes, para tomar el poder, utilizando estrategias de propaganda para llegar al poder, con el fin de hacer realidad sus objetivos, todo lo cual ha debilitado el sistema de partidos, y por ende al mismo Estado y al sistema democrático. 

La vida de partidos tradicionales como organizaciones estables -cerradas y de masas permanentes, o abiertas-, y de proyección a diversos grupos, no existen en Guatemala desde hace muchos años. Esto hace que el sistema presidencialista y de partidos democráticos genere muchas críticas, opiniones y sentimientos negativos. Responden al proceso de desviación de las organizaciones partidarias. Además de que en los sistemas presidencialistas es menos probable que los partidos articulen programas de gobierno y políticas públicas amplias, pues consideran que esto le corresponde al poder ejecutivo y no al poder legislativo. Los políticos deben llevar a cabo la voluntad del pueblo o al menos de los que votan por ellos. Deberían ser receptivos para Linz J.J  

Como marco de referencia señala Linz J.J que “la carencia resultante de cohesión, disciplina y compromiso programático e ideológico de los partidos emerge como otra fuente de insatisfacción con los partidos” (279) y que “en todas partes los partidos se han convertido en un foco de una letanía notablemente similar de quejas y de críticas”. (280). Estas críticas a los partidos no reflejan un rechazo a la democracia que incluso considera a los partidos como parte necesaria de la misma, aunque expresa también desconfianza en los partidos y en un amplio espectro de actitudes críticas a menudo contradictorias, continúa Linz J.J. 

En Guatemala esta situación es como la describe J.J Linz. La vida democrática y partidaria es muy débil al concentrarse en intereses particulares. La participación ciudadana como forma de hacer democracia tiene poca tradición en la población al no existir medios o formas para la acción ciudadana cotidiana de los votantes y dirigentes. El Estado de Bienestar: educación, salud y seguridad es de mala calidad. Para muchos es más bien un depredador de la población. Y la vida partidaria en el buen sentido democrático es inexistente al no contar con bases electorales estables y definidas ideológicamente. Se reduce a los procesos eleccionarios en los que los ciudadanos se concretan a ir a votar y en su mayoría a no votar. La criticidad al proceso electoral se concentra en algunos periódicos, con voces calificadas, y de analistas que van a programas de estaciones de radio y televisión a analizar las elecciones y a opinar sobre sus consecuencias.

En un estudio realizado en el año 1997 en América Latina sobre datos del Latinobarómetro que incluyó a Uruguay, Argentina, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Chile, México, Bolivia, Panamá y Colombia, no a Guatemala, mostró que un 62% de los encuestados estaba de acuerdo con la afirmación de que sin partidos políticos no puede haber democracia; y un 28 % afirmó tener alguna o mucha confianza en los partidos. De todos los países incluidos en este estudio de 1997, fue en Uruguay donde hay mayor apoyo a los partidos políticos, a la presidencia, al congreso, a las fuerzas armadas y a la televisión.  El segundo lugar lo ocupó Argentina, el tercero Chile, el cuarto Ecuador, el quinto Venezuela y el sexto México. Evidentemente en algunos de estos países se han dado cambios o transformaciones negativas para la democracia como Venezuela, Argentina y México, en estos 24 años.

Finalmente, se considera que los partidos también son vistos, al igual que muchas otras instituciones, como instancias estrechamente vinculadas con la corrupción y dentro del contexto de corrupción generalizada, los partidos se ven imposibilitados a combatirla, sino que son parte de ella pues les es imposible excluir a candidatos corruptos. Muchos de los puestos ofrecen posibilidades para la corrupción al ser designados los candidatos por los partidos políticos. La cuestión del dinero en la política también ha generado mucho rechazo de los ciudadanos a los partidos. Para Linz J.J. los ciudadanos y los políticos son reacios a admitir que la política democrática en una sociedad de masas es muy cara, y, como en otros temas discutidos, los ciudadanos en sus opiniones y en sus votos tienen sentimientos contradictorios.

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