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Una historia sobre el día de los muertos

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Durante los primeros siglos del cristianismo, con el fin de conmemorar a todos los santos que habían muerto, las iglesias del hemisferio oriental habían elegido el primer día domingo después del día de Pentecostés, el cual se celebraba cincuenta días después del comienzo de la Pascua. Precisamente la palabra Pentecostés deriva del griego pentekoste, que significa quincuagésimo día o día número cincuenta.

El papa Bonifacio IV, que ejerció el papado entre los años 608-615, eligió el día 13 de mayo; pero el papa Gregorio III, que ejerció el papado entre los años 731-741, eligió el día 1 de noviembre, y asignó una capilla de la basílica de San Pedro, en Roma, para tal conmemoración. En el año 800 el influyente teólogo imperial Alcuino aprobó tal elección; y en el año 837, la reiteró el papa Gregorio IV.

¿Por qué celebrar el 1 de noviembre, el Día de Todos los Santos? Todavía investigo el motivo; pero provisionalmente, y con intrepidez, conjeturo que tal motivo, o uno de los motivos, reside en un festival celta. 

Los celtas eran indoeuropeos que se habían dispersado en Europa, quizá a partir del segundo milenio antes de la Era Cristiana, hasta el primer siglo después de esa era. Aproximadamente a partir del siglo III la religión cristiana había comenzado a sustituir, por lo menos parcialmente, a la religión de los celtas. En el año 664 se había celebrado el Sínodo de Whitby, que congregó a monjes cristianos romanos e irlandeses. En ese sínodo la iglesia celta había aceptado la liturgia de la iglesia romana y luego, progresivamente, se sometió a la autoridad del papa. 

En antigua Inglaterra y en antigua Irlanda los celtas, ya convertidos al cristianismo, conmemoraban, precisamente el 1 de noviembre, el día de All Hallows, que significa Todos los Santos. Aquel día era denominado Samhain. Era el comienzo de un nuevo año. 

En la víspera de ese día los celtas celebraban un festival denominado Halloween. Esta palabra es una abreviatura de la expresión All Hallows Eve, es decir, Víspera del Día de Todos los Santos. En ese día se extinguían viejos fuegos. Se encendían nuevos fuegos. Eran repelidos los espíritus malévolos, y las nostálgicas almas de los muertos visitaban sus antiguos hogares.

Ya que se conmemoraba el día de todos los santos que habían muerto, ¿por qué no conmemorar también el día de todas las almas de quienes no habían sido santos, las cuales, quizá, sufrían terribles martirios en un implacable purgatorio? 

Precisamente algunas iglesias cristianas dedicaban algunos días del año a orar por las almas que presuntamente sufrían en el purgatorio. Eran almas que, aunque hubieran sido bautizadas, no habían expiado algún pecado menor, que eran causa de un castigo mayor. Se presumía que la oración contribuiría a purificar esas almas, y a prepararlas para disfrutar de una gloriosa vida celestial. 

Entonces un abad llamado Odilónabad de la abadía de Cluny, en Francia, propuso orar por las almas de todos los cristianos que sufrían en el purgatorio. El día dedicado a esa oración se llamó Día de Todas las Almas, y debía ser el día que seguía al Día de Todos los Santos, es decir, el 2 de noviembre. Odilón murió en el año 1048,

En algunos países, el Día de Todas las Almas se denomina Día de los Muertos, y se celebra en la misma fecha que el Día de Todos los Santos, es decir, el 1 de noviembre. 

La celebración del Día de Todas las Almas o el Día de los Muertos presupone que solo el cuerpo es perecedero, y que el alma es imperecedera. ¿Es así? He aquí un gran misterio, propicio para la audacia de la filosofía, la humildad de la ciencia y la esperanza en una renovada vida ultra-terrestre.

Post scriptum. Los indoeuropeos eran aquellos que hablaban idiomas de la familia lingüística denominada indoeuropea. Pertenecen a esa familia algunos idiomas que actualmente se hablan en Europa, India, Pakistán y Asia Central (constituida por Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán).

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