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¿Una ética en lo virtual?

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Posiblemente la edad influya en que los hechos se olviden – aunque no es un dogma -, sobre todo aquellos que tiene menor impacto en los sentimientos de una persona, por ejemplo: nombres de estudiantes, amigos del colegio o instituto, historias escuchadas en el seno familiar.

Si retrocedo décadas donde estudie para ser docente por una casualidad (no existiendo antecedentes en el árbol genealógico), tal vez por la curiosidad de trabajar desde una edad temprana (19), como una “salida u opción justificada”, ya que dos años antes había culminado el bachillerato, coincidiendo con la carencia en el país de profesores.

Cursos emergentes, título y a mi primer trabajo (estudiantes de enseñanza media, que en su mayoría tenían atraso escolar, entiéndase 20 a 25 años en tercer año, cuando lo adecuado eran entre ¿10 -14?, cuyo precedente no eran los más ideales: embarazadas, – aún no existía la “certificación” de madres solteras – varones recién salidos de prisión por delitos menores, etc.) que me permitió conocer un mundo real (el lado oscuro de la sociedad) pero además entender a los jóvenes y sus problemas.

Pasaron los años y con ello fui consolidando la ética, como componente intrínseco del comportamiento de alguien que se sitúa frente a un aula no solo para impartir contenidos, añadiendo a ello la transmisión de los mejores valores, que surgieron desde el núcleo familiar, siendo “moldeado” con premios, castigos, exigencia y otros.

No recuerdo que hayan existido reglamentos o normas de comportamiento de un docente – si asignaturas de la carrera como sociología, psicología en la carrera – de que se podía hacer o no, sin embargo, quedaba claro que algunas acciones resultaban lógicas y que no podían permitirse: el fraude ante la copia de exámenes, irrespetar y ser irrespetado.

Y me detengo en esto último a colación de más de un hecho reciente compartida por mis excompañeros/as de trabajo, donde me relatan el indebido comportamiento de estudiantes (no todos) cuando desarrollan sus clases bajo la modalidad remota o virtual, donde unos se desconectan, otros bromean, no prestando la atención necesaria y que genera bajos resultados académicos.

¿Cómo debe sentirse un(a) docente, cuándo esto sucede?, ¿acaso será la misma reacción cuando un padre de familia siente que su hijo(a) le desobedece?

Es cierto que las clases no presenciales han provocado en los estudiantes un sinnúmero de trastornos tales como: falta de apoyo del docente y de sus compañeros de clase o grupo de estudio, generando frustración ante la posible pérdida de la clase o asignatura, para lo cual no necesariamente han sido capacitados para “entender” esta modalidad remota o virtual por la institución, se da como un hecho que ya saben y no es cierto.

Existe acaso – analizado y discutido – un Manual sobre ética profesional en el cual se recopilen criterios de acción y conducta humana, que facilite la puesta en práctica en el quehacer de los docentes, ¿en base a las demandas de una sociedad que exige responsabilidad, credibilidad y compromiso de todos, actualizado para la educación en línea?

¿Fueron capacitados los profesores para desempeñarse como docentes en línea, de modo tal que se garantizase un eficiente servicio al estudiantado en cuanto a ayuda técnica y como apoyo de orientador pedagógico, en fomentar la interacción y colaboración entre sus estudiantes?, ¿Se les enseño a diseñar una carga lectiva y una evaluación adecuada, a mostrarse y ser flexible, accesible y ser empático?

Considero que es necesario reflexionar ante tantas interrogantes, porque la tecnología llegó para quedarse, amén de la pandemia o no.

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Ernesto González Valdés

Nació en la ciudad de La Habana, Cuba y es nacionalizado Nicaragüense tiene estudios superiores de Licenciatura en Pedagogía y posgrados en Química Orgánica y elaboración de materiales didácticos.

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