Ciudadanía e Interculturalidad
Antropos
América Latina, es una región bañada por una diversidad de culturas que se entretejen en medio del proceso de la globalización que se manifiesta en una tendencia a la uniformización de la cultura. En esta línea de ideas, el sociólogo chileno, José Joaquín Brunner, ha dicho que “la tarea de las nuevas generaciones es aprender a vivir, no sólo en el amplio mundo de una tecnología cambiante y de un lujo constante de información, sino ser capaces al mismo tiempo de mantener y refrescar también nuestras identidades locales. El desafío, enfatiza Brunner, es poder desarrollar un concepto de nosotros mismos como ciudadanos del mundo y, simultáneamente, conservar nuestra identidad local como guatemaltecos, mexicanos, chilenos, argentinos, brasileños. Posiblemente tal desafío representa para las escuelas y la educación en general, una carga como nunca en la historia”.
Esta apreciación del intelectual chileno, es una pincelada de lo que ha sido la historia del continente latinoamericano, en el cual, desde la conquista, la colonia y los procesos de creación de los Estados Nacionales, el indígena, ha sido oprimido y explotado o como muy bien lo dijo el apóstol José Martí en su libro Guatemala, al referirse a los pueblos originarios “derribaré el cacaxte de los indios, el mecapal ominoso y pondré en sus manos el arado, y en su seno dormido la conciencia”. El racismo y la discriminación en contra de la población indígena en América Latina, es lo que dificulta la construcción de la interculturalidad como eje central de una nueva democracia política, social, económica y cultural.
Efectivamente, el nuevo concepto de ciudadanía ha de abrirse profundamente a lo diferente, que conecta con el concepto de persona, pueblo y trabajador. Ser ciudadano es una realidad que debe inventarse. Todo ello requiere repensar la democracia y profundizar en su concepción de la participación, el encuentro recíproco y una integral política del reconocimiento del otro. La diversidad ha de ser el alma de todo proceso de interculturalidad. Ser ciudadano es habitar la diferencia y abrirse a las fuentes de la creatividad y al proyecto ético de los otros. La meta será la formación de ciudadanos activos y responsables, motivados por la necesidad de establecer y fortalecer las bases políticas que requiere nuestro continente para hacer un proyecto de nación incluyente, acorde a sus características multiculturales.
Por eso el multiculturalismo se ha convertido en el tema de nuestro tiempo. Aceptar la diversidad cultural significa reconocer lo que nos distingue sin abdicar de la igualdad básica que debe unirnos. El discurso del multiculturalismo trata de convencernos de que sólo accidentalmente somos distintos, pero esencialmente somos iguales.
De ahí que la rica multiculturalidad del continente, a pesar de todos los esfuerzos hechos hasta ahora, aún no ha logrado encontrar la fuerza que articule a través de la interculturalidad, los “vasos comunicantes” entre las diferentes expresiones culturales y de esta manera, descubrir las fuentes de superación de la conflictividad social.
Hoy más que nunca, debemos revitalizar el derecho a la vida como valor ético. Habrá que comprender, como lo señala el pensador cubano Raúl Fornet, “la interculturalidad no es un reclamo de ahora sino una demanda de justicia cultural que se viene formulando desde hace tiempo. La interculturalidad, quiere designar una disposición para que el ser humano se capacite y se habitúe a vivir sus referencias identitarias en relación con los llamados otros, es decir, compartiéndolas en convivencia con ellos. Se trata de una actitud que abre al ser humano y lo impulsa a un proceso de reaprendizaje y de reubicación cultural y contextual. Es romper el analfabetismo cultural en el sentido de que no basta una cultura para leer e interpretar el mundo. Así, interculturalidad es experiencia y vivencia. Es aquello que nos conduce a prácticas culturales que deben ser también prácticas de traducción. Significa en términos políticos, que la interculturalidad, en una sociedad multicultural como las nuestras, incide en el desarrollo de la democracia, la equidad y la calidad de vida”.
A todo esto, habrá que agregar en palabras de Ruth Moya, que “una política de género debe situarse de manera más apropiada en la dimensión de la interculturalidad, hecho que supone la creación de conocimientos específicos sobre las cuestiones de género de las mujeres indígenas y afrodescendientes en cada una de sus culturas”.

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