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Lo prometió Martí, el mundo no cumplió

Sueños…

Usted puede ser de los que creen que el año 2022 será el final del capitalismo depredador, que tiene al planeta al borde del colapso con el cambio climático y la desigualdad social; o usted puede ser de los que consideran que no hay que ser alarmistas, que el mundo continuará su curso, recuperándose de la crisis financiera y energética y nos traerá nuevamente el crecimiento económico como panacea de un mundo feliz.

No olvidemos los años viejos, nos dejaron cosas muy buenas. Después de la segunda guerra mundial, se vivió un mundo de cambios tecnológicos, culturales, productivos y de consumo exagerados. La fiesta terminó. Nos ha quedado la tendencia de la abundancia, y como un rayo del cielo, como un trueno, el virus Covid nos despertó, seguido de una crisis sanitaria y financiera, que nos muestra como los humanos, ante las crisis nos dispersamos, y sale nuestra principal característica a flote. El egoísmo. Cada quién quiere salvarse sin importar los demás. Solamente existo yo y mi grupo social.

Pareciera ser que vivimos una ilusión. Que la crisis pasó y volvemos a lo mismo. Al pasado de producción intensiva, destrucción de la naturaleza y construcciones de cemento sin fin, con transportes y procesos basados en la energía del carbón, que nos ahoga; pero nos hace felices. Sin embargo, como apunta el financiero Steen Jakobsen, los problemas ecológicos, económicos, sociales y ambientales se acumulan y apuntan a un final del ciclo, con muy pocas esperanzas de volver a la anterior “normalidad”.

Cuando escuchamos los pronósticos económicos del 2022 nos encontramos una tendencia de las expectativas muy marcada. Los bancos centrales narran una historia de triunfos y victorias impresionantes. El banco de Guatemala, por ejemplo, indica que el país crecerá mucho más del 7%, como nunca, es como música para los oídos de la burocracia. Mientras que los organismos internacionales indican que el mundo está lleno de incertidumbre, y que las cosas serán diferentes a los esperado. La inflación, el Voldemort de los bancos centrales, sale de las sombras de ultratumba y amenaza la estabilidad, el bienestar, el consumo, la producción y el empleo en todo el mundo.

Casi todo debe cambiar si queremos lograr cero emisiones, menos desigualdad, energía estable y, lo que es más importante, más productividad.  2021 fue un año en el que pensamos que podíamos dejar atrás el Covid, pero a medida que 2022 avanza, simplemente aún no estamos allí. Fue un año con transferencias fiscales sin precedentes, incluso a hogares de bajos ingresos, que crearon un exceso de demanda en un mundo fragmentado geopolíticamente y de la cadena de suministro. El mundo físico simplemente se hizo demasiado pequeño para absorber las buenas, aunque equivocadas, intenciones de los políticos y los bancos centrales de mantener la economía en un camino uniforme. Ahora nos encontramos con una crisis energética en nuestras manos, y esa no es una llamada escandalosa. Pero la forma en que lo manejamos podría crear errores de política y cambios fundamentales. Un invierno frío, por ejemplo, podría desencadenar una contrarrevolución contra la narrativa actual de energía alternativa, lo que requiere que reconfiguremos nuestras expectativas sobre la rapidez con la que podemos abandonar los combustibles fósiles (¡Predicción escandalosa número 1 para 2022!) e incluso reclasificar la energía nuclear como verde. Hacer cualquier otra cosa simplemente no es viable si queremos evitar un colapso en la economía real.

Para muchos de nosotros, la palabra Revolución llama a la Revolución Francesa de 1789 con su llamado a la «Libertad, Igualdad y Fraternidad», pero también a la Revolución Rusa y sus principios de «aplastar a los capitalistas». Pero nuestra intención es la definición más amplia de revolución: no el derrocamiento físico de los gobiernos, sino momentos eureka que desencadenan un cambio de pensamiento, un cambio de comportamiento y un rechazo del statu quo insostenible.

Ya los medios anuncian que las nuevas revoluciones traerán efectos marginales que pondrán al humano en pie. Ya se anuncian los misiles hipersónicos, las terapias de variación de ADN, con terapias de longevidad y cambio de la piel y el color de los ojos de los nuevos bebés. Los gobiernos sostienen las utilidades del capitalismo gracias al financiamiento extraordinario del déficit fiscal y la emisión abundante de dinero. Los grandes monopolios dominan el mundo y podrán definir en qué momento se lanzarán humanos al espacio a conquistar otros mundos y en qué momento iniciará la eliminación de los humanos sobrantes.

Los tambores triunfantes nos anuncian que solamente un gran acuerdo de seguridad nacional de las superpotencias, tipo Proyecto Manhattan, puede salvar la lógica del capitalismo, el sistema del que todos dependemos.

Se anuncia que reunir a los cerebros más poderosos de la ciencia y la estrategia podría diseñar “desalinizar el agua, hacer que las granjas verticales sean factibles en casi cualquier lugar, permitir el salto a la computación cuántica y continuar explorando nuevos límites en biología y física.” Hasta transformar el mundo en una sociedad de ciborgs, ultras razonables.

Rusia y China se preparan para lo imposible, derrotar a unos Estados Unidos y sus aliados europeos por medio de la intimidación de armas super modernas. No lo lograrán, a menos que cuenten con el apoyo del sistema financiero dominado por la nación más profunda en el análisis de matemáticas financieras del mundo. Las grandes transnacionales, los gobiernos, el FMI y sus bancos centrales reclaman por qué se les quiere quitar el poder del dinero. De lo que se trata no es eso. Lo que se quiere es saber quiénes van a contribuir a una nueva lógica de producción y consumo que no destruya el planeta.

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Cristobal Pérez-Jerez

Economista, con maestría en política económica y relaciones internacionales. Académico de la Universidad Nacional de Costa Rica. Analista de problemas estratégicos, con una visión liberal democrática.

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