La alternativa

Teorema

La prensa publicó que este sábado, una caravana de migrantes hondureños intentaría ingresar al territorio nacional. El Gobierno ha respondido endureciendo las exigencias sanitarias para impedir este acontecimiento. El Comando Antimotines y otros cuerpos de élite de la Policía Nacional Civil, serán trasladados a la frontera con Honduras. El Ejército Nacional se mantendrá en estado de alerta en caso sea necesaria su intervención. La Aviación Nacional no ha sido convocada.

A los hondureños se les exigirá presentar el certificado negativo de un PCR hecho 72 horas antes, o menos. Además, deberán mostrar certificación de que ya fueron vacunados dos veces. Se deben identificar plenamente con pasaporte u otro documento recién emitido por autoridad competente. También deberán demostrar que cuentan con dinero suficiente para la estadía que soliciten, la cual podrá o no ser autorizada por el oficial a cargo, quien decidirá cuánto tiempo les puede permitir. En fin, crearon todas las barreras imaginables para impedir que ingresen.

El gobierno parece inspirado en el terror que sufrieron los romanos cuando Atila amenazaba derrumbar su imperio. O los checos cuando supieron de la inminente llegada de Hitler. Quizá tanto espanto como el de los rusos cuando Napoleón se acercaba a Moscú o su hermano José se abría paso hacia Madrid. Pero no hay nada de eso. Se trata de personas nacidas en Honduras, donde también nació el cacique Lempira, Francisco Morazán, José Cecilio del Valle…

Con los hondureños compartimos tradiciones, costumbres, historia… Nuestro desarrollo enfrenta dificultades semejantes a las suyas. Nos unen los malos gobiernos causantes de la falta de salud, la pobreza, el analfabetismo… Otras características como el idioma, el origen étnico y muchas más nos hermanan con los hondureños prontos a llegar.

Migran rumbo a Estados Unidos donde esperan ingresar en busca de un mejor futuro para su descendencia. Saben que, en parte de ese país hay territorios tan extensos y poco poblados como Alaska, donde solo hay un habitante por cada dos km2 de territorio. Entienden que allí hay mucho por hacer y que el trabajo arduo merece recompensa. Parece que nuestras autoridades han olvidado lo anterior. Quizá sea necesario recordar que, además, cientos de miles de guatemaltecos han hecho y siguen haciendo lo mismo, por idénticas razones.

La búsqueda de felicidad, o al menos alejarse de la pobreza extrema, es una meta de todo ser humano. Cada uno decide cómo tratar de alcanzar ese deseado estado de bienestar en el largo plazo. Quienes favorecen la postura del gobierno argumentan, con plena razón jurídica, que todo Estado tiene, no solo el derecho, sino también la obligación de proteger sus fronteras.

Pregunto: ¿Debemos los guatemaltecos utilizar la fuerza para proteger nuestras fronteras ante los hondureños que necesariamente deben pasar por nuestro país para llegar a su destino? Creo que no, estoy convencido de que hay una forma alterna, más civilizada de alcanzar el mismo objetivo. Además, si el gobierno muestra tanto celo por cumplir las ahora multiplicadas regulaciones migratorias eso no obedece a una visión de soberanía nacional sino a una vergonzosa sumisión ante Estados Unidos.

Los lazos que nos unen con Honduras son más numerosos e intensos que los que nos unen con Estados Unidos que son mayormente comerciales. No tenemos la misma raza, no hablamos el mismo idioma ni tenemos iguales costumbres. Nuestra historia es distinta. Somos diferentes.

Sin embargo, nuestro gobierno parece decidido a sacrificar a nuestros vecinos hondureños para conseguir el beneplácito de Estados Unidos. Es como quien reniega de su madre, esposa e hijos creyendo que de esa manera obtendrá la simpatía de su jefe. Pero solo consigue merecido desprecio.

Además, nos aquejan graves problemas que requieren de la fuerza policial que será enviada a la frontera con Honduras. Empezamos a ver posibles consecuencias del encierro, que podrían agravarse y ser frecuentes. Según reportes de prensa, el fin de semana anterior un joven asesinó a su propia madre utilizando un martillo y un cuchillo. Durante el encierro el parricida se refugió en la internet, mereciendo quejas y regaños de su mamá los que llegaron a desesperarlo. Hizo planes para asesinar a su progenitora y unas semanas después los ejecutó. El muchacho debió sufrir grave arrepentimiento porque un par de días después se presentó a la policía y confesó su delito.

¿Será este un crimen aislado? O estamos ante el primero de una serie de casos que, quizá no tan graves, reflejan el daño que el encierro sanitario haya causado en la salud mental de parte de la población.

Enfrentamos graves problemas de seguridad a lo interno del país. La violencia doméstica ha repuntado. El conflicto entre Ixtahuacán y Nahualá ha dejado muchas personas muertas. El asesinato callejero está de regreso. Se sabe de sicarios menores de edad. La muerte de Mauricio Canahuí Tista, subinspector de la Policía Nacional y cinco agentes heridos de bala en los enfrentamientos de Nahualá la semana anterior es tremendo. Pero no es el único, muchos otros policías han muerto recientemente en cumplimiento de su deber.

El asesinato de policías, muertos en enfrentamientos con pobladores es un crimen doblemente grave. Perder el respeto a la autoridad pone en alto riesgo la supervivencia civilizada.

Algunos policías corruptos buscaron obtener dinero de migrantes haitianos el año pasado, práctica extendida entre policías mexicanos, misma que ahora alcanza a autoridades de EU. Así, la política de enfrentamiento que sigue el gobierno también es causa de corrupción entre nuestros agentes policiales.

El riesgo de que el intento de detener a los viajeros hondureños derive en violencia es alto. Incluso podría haber muertos, tanto de agentes como de migrantes. Las bombas lacrimógenas, los garrotes y otros medios con que cuenta los agentes, causarán que hombres mujeres y niños sufran la embestida policial. Sangre, dolor, lágrimas…

Junto con la policía, la frontera será el destino de la prensa nacional y extranjera. Los fotógrafos se esforzarán por conseguir las tomas más dramáticas. Buscarán rostros pintados de dolor, angustia en la madre del niño extraviado en la trifulca, el mudo rencor del padre, hermano o amigo del muchacho que sangra herido… La violencia desata odio y este se expresa en la mirada de los vapuleados. Los fotógrafos de prensa estarán allí para informar de la peor parte de tales hechos.

El mundo no va a aplaudir a nuestra policía, ni considerará que nuestro gobierno es eficiente. No. Se identificará con los migrantes, hará suyo su dolor, sentirá su pena, su comparativa fragilidad, su impotencia… De nuevo seremos vistos como bestias, como salvajes. Volveremos a lucir como ese país tercermundista que otorga prioridad a la fuerza y a la violencia sin buscar formas alternas más acordes con el siglo en que vivimos.

Las agencias de derechos humanos, nacionales, extranjeras e internacionales estarán pendientes de estos sucesos y seremos nuevamente condenados por ellos. Nos harán sentir vergüenza por nuestro proceder, nuestra conducta, nuestra falta de humanidad.

¿Es esa nuestra única opción para enfrentar la supuesta invasión de migrantes hondureños al territorio nacional?

Propongo la siguiente alternativa:

Primero: Instalar agencias de nuestro consulado en Honduras, en tiendas de campaña temporales, ubicadas en la población hondureña más próxima a la frontera. En esas instalaciones, otorgará permisos temporales de estadía en Guatemala a todos los migrantes. Solicitará requisitos mínimos como una identificación básica (DPI o similar, cédula, partida de nacimiento, incluso que tercera persona declare conocer al interesado y lo identifique por su nombre).

Segundo: Permitir que transportistas privados que así lo deseen puedan llevar sus unidades (de cualquier tipo y tamaño) a esa frontera y llevar a los migrantes a la frontera con México. El gobierno no debe interferir en la negociación (precio) entre unos y otros.

Tercero: Derogar las regulaciones sanitarias recién impuestas. Es importante considerar que, al viajar en caravana, cada viajero ha asumido el riesgo de contagio por otro marchista. Este riesgo se mantiene al viajar en vehículo cerrado de frontera a frontera. Y si uno o más de uno llegan contagiado a nuestra frontera, pues habrá que ayudarlos a su sanación en la misma forma como se hace con los nacionales.

Cuarto: Proveer una bolsa con alimentos a cada uno de los migrantes hondureños como una cortesía del pueblo de Guatemala. Esta deberá contener emparedados suficientes para dos días y agua o bebidas gaseosas. Además, convendría preparar un botiquín básico de primeros auxilios que sería entregado al conductor de cada unidad de transporte para ser usado en caso necesario.

Quinto: Formular en nombre del pueblo de Guatemala nuestro mejor deseo porque lleguen con bien a su destino y que logren alcanzar las metas de vida que ellos eligieron.

Seguramente las autoridades mexicanas y estadounidenses van a protestar ante nuestro país. Pero la respuesta oficial es la mejor parte de esta propuesta: ¿Por qué no proceden ustedes de igual forma? ¿Por qué no ven en esas personas a seres con dignidad en vez de considerarlos delincuentes? ¿Acaso no es un acto de heroísmo haber iniciado tal travesía?

En vez de preparar a la policía y endurecer las reglas para impedir el paso de los migrantes, por qué no ver en esto una oportunidad para mostrar al mundo que hemos dejado de ser esa tribu de salvajes que hemos sido en ocasiones anteriores. Demostremos que podemos comportarnos como ciudadanos del mundo, que somos personas que viven en el siglo XXI, que privilegian la inteligencia sobre la fuerza bruta. Expresemos con hechos que comprendemos la esperanza de los hondureños, salvadoreños y habitantes de otras naciones de tener un futuro mejor y que estamos dispuestos a ayudar a otras naciones que hoy se muestran cansadas, decadentes, corroídas en sus más altas esferas. Que sepan que estamos dispuestos a aportar la energía, la fuerza y la predisposición al sacrificio que el hambre y la pobreza, misma que sus ancestros tuvieron cuando acudieron a formar esos países.

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José Fernando García Molina

Guatemalteco, 67 años, casado, dos hijos, ingeniero, economista.Tiene una licenciatura en ingeniería eléctrica de la Universidad de San Carlos, una licenciatura en ingeniería industrial de la Universidad Rafael Landívar –URL–, una maestría en economía en la Universidad Francisco Marroquín –UFM–-, estudios de especialización en ingeniería pentaconta en la ITTLS de España.