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Rumor de pasos pausados

Por: Walter Enrique Gutiérrez Molina
Historiador

Alberto Flores Rodríguez creó en 1969 un poema cuyas líneas son parte ya del encanto de la Semana Santa guatemalteca: la mengala moderna que atisba tras el enrejado balcón… el silencio roto por las voces de clarines… la ciudad entera respira en el aroma del corozo. Todas las frases alusivas al paso de las procesiones, paso que corre el riesgo de quedar pausado en La Antigua Guatemala.

Desde hace casi quinientos años, la Semana Santa guatemalteca ha sido parte esencial de la vida de la sociedad.  No tardó mucho en incorporar a la estructura católica toda la espiritualidad maya que encontró una forma de expresar a través de los ritos occidentales lo que ella misma comprendía y asimilaba. De ahí que después de transcurridos los siglos coloniales y llegada la historia contemporánea, la Semana Santa en Guatemala sea aún la fiesta colectiva más grande, sincrética, participativa, colorida y extensa de este país.

Por acuerdo ministerial 560-2008 de fecha 4 de septiembre de 2008, el Estado la reconoció como patrimonio intangible de la nación y, el 24 de marzo de 2021 presentó ante la UNESCO la solicitud para que sea reconocida como patrimonio de la humanidad.

Aunque su importancia no radica en estos actos políticos, si es interesante que, a partir de esa protección estatal, cuando menos contenida en el ordenamiento legal, la Semana Santa necesite de este auxilio al encontrarse en un peligro inminente.

Con la llegada a Guatemala de la pandemia de Covid-19, las procesiones fueron inmediatamente canceladas el 13 de marzo de 2020.  Aunque es difícil establecer qué hubiese pasado con procesiones en la calle cuando aún no había contagios masivos, la Iglesia Católica y las hermandades, asociaciones y cofradías acataron la orden sin chistar.  Solamente Jesús de La Merced tuvo ese año una procesión intramuros con carácter penitencial que conmovió a los fieles en Viernes Santo.  Para el año 2021 se reanudaron las actividades, a puerta cerrada o con actividades intramuros que terminaron siendo masivas dada la importancia espiritual que representa la conexión de los fieles con las imágenes de pasión.

Sin embargo, cercanos a la organización de la Semana Santa 2022, con el país prácticamente abierto a todas las actividades deportivas, turísticas, sociales, culturales y principalmente económicas; con un porcentaje elevado de personas vacunadas en la Ciudad de Guatemala y Sacatepéquez, baja ocupación hospitalaria, descenso de fallecimientos y una menguante  peligrosidad del virus, surgen posiciones contrarias a la reanudación de esta importante manifestación espiritual y cultural nacional cuya tendenciosidad parece ser directamente contra su realización.  

Bajo pretexto de cuidar de la salud, sin conocimiento de cifras reales de comportamiento epidemiológico y, sobre todo, pretendiendo organizar actividades a puerta cerrada, aún más riesgosas que una actividad al aire libre, hermandades como la de Santo Domingo en la capital y prácticamente todas las de cuaresma en La Antigua Guatemala han ido declinando el realizar sus procesiones.

El hecho ha levantado pasiones y posiciones encontradas entre todos los grupos involucrados.  Sin embargo, llama poderosamente la atención el comportamiento de tres actores:  Algunos sacerdotes que, contraviniendo la autorización arzobispal, especialmente en La Antigua Guatemala, se han dedicado a sabotear la realización de las procesiones con una agenda difícil de establecer con claridad.  Audios, instrucciones subrepticias y sobre todo un total ostracismo han sido el pan diario en la ciudad colonial de parte de quienes son llamados a estar del lado del bastión del catolicismo en aquella urbe.

Incomprensible resulta también la actitud de juntas directivas y representantes ante asociaciones de religiosidad popular, que, con los argumentos ya señalados, y sobre todo faltando a la única misión que tienen en la sociedad, se niegan a salir aduciendo falta de tiempo y preparación, situación a todas luces anómala cuando ya varias de las hermandades de la capital han iniciado exitosamente sus procesos de actualización para poder salir procesionalmente.

Tampoco se entiende el silencio de las autoridades de cultura que teniendo un expediente y un compromiso con la Semana Santa han hecho poco por apoyar a quienes desean la realización de las procesiones, especialmente en La Antigua Guatemala. 

Loable ha sido la postura del clero jesuita, carmelita y diocesano del Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala que con celeridad resolvieron sus procesos logísticos y se aprestan a cumplir con la tradición de siglos de las procesiones capitalinas. Acompañados de sus respectivas hermandades, alcaldías y grupos laicos demuestran que la comprensión de la espiritualidad, la realidad actual y la cultura guatemalteca van de la mano y que, a pesar de la difícil situación que aún existe, deben integrarse a la nueva normalidad, venciendo el miedo, siguiendo los nuevos protocolos de bioseguridad y mostrando que el tejido social de la tradición no se ha roto, sino por el contrario puede fortalecerse y seguir nutriendo las raíces de los guatemaltecos.

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