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En el supuesto nada menos que de la sola verdad

Mi Esquina Socrática

Las mentiras nos bombardean a diario desde todos los ángulos. Por otra parte, “Nada nuevo bajo el Sol”.

Pero en la forma tecnológica, masiva, compleja e incisiva de nuestros días sí me resulta algo con lo que ya estoy en exceso familiarizado.

¿A quién pues creer?

Tal como va el rumbo de nuestro mundo, a nadie excepto a Dios. Pero tampoco “nada nuevo bajo el Sol”. Y siempre sujeto a innumerables interpretaciones sectarias tan superficiales como veleidosas.

Pero lo inaudito, insisto, me resulta lo masivo de las mentiras con las que nos aplastan los modernísimos medios de comunicación digitales y análogos tales como Facebook, Instagram, Twitter, YouTube, TikTok y demás acrónimos, las más responsables de nuestra tan dudosa información de cada día.

Y las menciono porque doy por supuesto que todos conocemos esas múltiples agencias habituales de la mentira en la prensa, la radio, la televisión y las muy informales del chisme, de la calumnia, de las propagandas y, por supuesto, la de cualquier otro rumor mal intencionado.

Y por todo ello me pregunto: ¿Es eso que pretextamos conocer con certeza la verdadera condición humana, la que con tanta frecuencia usamos de pretexto para zaherirnos y hasta matarnos?

Por de pronto, quiero aquí ceñirme a esas contemporáneas y tan aberrantes supuestas “noticias” digitales.

Que jamás por cierto constituyen las de cada uno de nosotros en lo particular sino siempre las de otras “fuentes”, como lo reconociera poéticamente hace muchos años el peruano Ciro Alegría con su maliciosa caracterización de este mundo que en realidad nos es siempre ancho y ajeno” pero jamás el nuestro.

Nos hallamos hoy más que nunca inmersos en las cadenas de innumerables “fuentes de noticias” y de supuestas realidades engañosas y desde todos los ángulos del planeta.

Y así hasta se nos han vuelto todos los mundos posibles cada vez más “ajenos” y cada vez menos propios.

¡Cuánta inseguridad!

Pero lo peor nos sobreviene cuando basados exclusivamente en esas corrientes muy probablemente falseadoras de la verdad juzgamos, condenamos y hasta a veces absorbemos o justificamos hechos y actitudes reprensibles de otros y aun de nosotros mismos.

Y así, Ucrania me resulta hoy un ejemplo más.

Para mí en todo ello se transparentan demasiados trucos interesados publicitariamente, o sea políticos, y de ambas partes, a los que me referiré en otra ocasión.

Pero no nos es lícito por ello olvidar, tal cual nos lo recuerda el Evangelio de Juan 8:44, que el “padre” de la mentira es el diablo, según aquello de que: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.

Realismo tétrico. Y si eso es cierto, ¿quién se salva?

Tal vez los niños, o también los así llamados “santos”, o sea los hombres y mujeres heroicos en su conducta y, encima, constatablemente en la correcta voluntad de sus móviles.

Y asimismo algunos otros que nos resultan en lo personal muy desconocidos pero que en evidente apariencia todavía se conducen con rectitud.

Por muchos años me dediqué a la “filosofía”, o sea etimológicamente al amor a la sabiduría. En eso no es preponderante ni la mentira, ni el dinero, ni el poder, ni el sexo. Simplemente busqué ingenuamente la verdad.

Y ahora casi a punto de tornarme en un centenario, me pregunto con Francisco Pérez de Antón y otros muchos prohombres del saber: ¿una pérdida de tiempo?

De ninguna manera, porque precisamente al menos hoy me puedo referir a tales cuestionamientos sin hipocresía alguna por mi parte.

Entonces, será la verdad última, ¿siempre inasequible para nosotros? Tampoco.

Pues, por demás me creo modestamente dueño de algunas certezas legítimas: la de que habito un planeta tan azul como minúsculo; y que solo aquí hay agua y, por lo tanto, vida. Que nuestros orígenes humanos se pierden por millones de años en el tiempo y los no humanos que les precedieron hasta hace trece mil millones de años según la ciencia física contemporánea.

Que también Jesús de Nazaret ha sido lo más admirable y lo más fecundo que yo, tan limitado, he podido descubrir.

Que asimismo una posible redención de nuestras miserias nos ha sido garantizada para siempre en la cruz sobre la que se desangró un galileo.

Esas son mis preciosas y únicas certezas en tanto vacío cósmico.

Pero igualmente creo que he devenido hoy hasta cierto punto una marioneta inconsciente de los poderosos del internet, de las redes sociales, de la prensa diaria, de los chismes y diretes del día a día de tantos otros interesados lejos, muy lejos de donde habito.

Pues ya hasta los griegos antes de Cristo habían derramado su escepticismo a todos los ámbitos del Mediterráneo: Heráclito, Demócrito, Crátilo… o hasta el inquisitivo Sócrates. Y lo mismo digamos en nuestros días con Sartre, Hawking o Saramago…

Pero yo no me veo un escéptico como ellos; mucho menos “universalmente” incrédulo.

Porque he aceptado definitivamente una Revelación divina, también en un punto y en un momento muy preciso de nuestra historia colectiva.

No menos como en el saber desinteresado de un Amable Sánchez, o en la honestidad humilde de un Joseph Keckeisen, o hasta en la rectitud de algunos en la vida pública como en la del otrora Arturo Herbruger u hoy de don Alejandro Maldonado Aguirre; o en la generosidad ilimitada de un Juan José Hurtado o de una Isabel Gutiérrez de Bosch…

Incluso todo ello lo creo extensible a la rectitud moral de un Manuel Colom Argueta o de aquellos otros coterráneos míos de la Cuba de mi juventud cuyas memorias todavía atesoro.

Por todo eso, nunca me he podido conceptuar como un escéptico. Y, por lo tanto, tampoco hasta hoy como un desilusionado de todo y de todos.

Y, en consecuencia, de cara a tanta falsedad noticiosa que ahora me circunda, ¿quedo como un ignorante sin remedio?

Lo dejo para mis próximas entregas.

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Lea más del autor:

Armando De La Torre

Nacido en Nueva York, de padres cubanos, el 9 de julio de 1926. Unidos en matrimonio en la misma ciudad con Marta Buonafina Aguilar, el 11 de marzo de 1967, con la cual tuvo dos hijos, Virginia e Ignacio. Hizo su escuela primaria y secundaria en La Habana, en el Colegio de los Hermanos De La Salle. Estudió tres años en la Escuela de Periodismo, simultáneamente con los estudios de Derecho en la Universidad de La Habana. Ingresó en la Compañía de Jesús e hizo los estudios de Lenguas Clásicas, Filosofía y Teología propios de esa Institución, en diversos centros y universidades europeas (Comillas, España; Frankfurt, Alemania; Saint Martin d´Ablois, Francia).