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“Cuando hay hambre, no hay pan duro”

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Con la frase como título del artículo al cual comienzas a dar lectura, terminamos el anterior , donde abordábamos la situación un tanto compleja, diría de vacío, cuando tomas la decisión de jubilarte y que todos lo que desarrollabas antes, simplemente “deja de existir”.


Se pierde el contacto con tus ex estudiantes, compañeros de la institución (obviamente otros muchos más jóvenes continúan); cambia por completo tus “reglas” de los hábitos o costumbres: horario para levantarse, aseo, desayuno, indagar el entorno familiar en cuanto a su desempeño estudiantil o laboral, ¡besos…! hablamos más tarde, hoy tengo clases hasta las…”


Tomar el transporte ya fríamente calculado, en cuanto a la hora que pasa, y de tener vehículo tener claro las vías de menos congestión para llegar ¿15 minutos antes de la clase?, marcar o registrar tu entrada, un tanto socializar con el resto de los docentes que están “en posición anotadora” y trasladarte a través de los pasillos, hasta “aterrizar” en el aula de clase, abriendo la puerta que separa y … una sonrisa, donde a continuación das unos ¡buenos…!


Cuando trasnochas para revisar las tareas y calificar; cuando a tu celular entran chat fuera del horario que estableciste; cuando te “llueven” problemas de tus discípulos que no reciben el apoyo suficiente de sus padres y confían mucho más en tus buenos consejos o al menos ser escuchado, mientras que por tu parte “abandonas” un tanto tus propios problemas.


Es cierto, que cuando alcanzas una edad determinada, el cuerpo se lo siente (al menos en el campo de la Educación en muchos países, los docentes por ley pueden jubilarse con mucha más antelación que en otras profesiones), más cuando la organización escolar no te favorece como puede ser un grupo, tras otro de clase; cuando impartes varias asignaturas y tienes que cambiar el “chip”; cuando los grupos son muy numerosos y se te dificulta el control. Nota: sea bajo la modalidad “virtual” o presencial.


Todo eso cambia con tu decisión “de colgar los guantes”, pero … “… no hay pan duro”, de aquí que analicemos opciones – en lo personal me han resultado utilísimas – que nos permitan ejercer y que tal vez antes no lo hacías debidamente, justamente por carencia de tiempo, citándote varios ejemplos: leer, no solo referente a los contenidos que impartías (que no viene mal, ya que no debes cerrar las “puertas” acorde a lo nuevo), y me refiero a temas que en más de una ocasión “guardaste en el tintero” o pospusiste; fortalecer un idioma además del tuyo; escribir ¡maravilloso! Y no me refiero a tus memorias, sino ir retomando tus mejores experiencias (personales o laborales) los cuales te ayudarán a recordar, hechos, acciones, que harán PENSAR, SONREIR, LLORAR, …; organizar tus documentos, títulos, diplomas, fotos, …


Un factor primordial resulta el mantener las comunicaciones con tus familiares, amigos/as – y para ello las redes como un elemento POSITIVO, que acerca las distancias -; La búsqueda de páginas

vinculadas a tu rol profesional, donde puedes opinar e intercambiar; descargar libros que no tuvieron nunca a tu alcance, accediendo a librerías de bajo costo.

¡Y descansar! Sí te lo mereces, así de sencillo; dormir algo más, cuando antes lo hacías mucho menos; tratar de tomar las cosas con calma (aquí me cuesta); establecer un horario para cada cosa, tratando de respetarlo, ya que eso se traduce en una buena salud.

El tiempo que perdiste en compartir con tu familia, deberás fortalecerlo, es el momento adecuado para ello, sin importar que te sumes a las actividades domésticas, que por cierto son muchas e interesantes. Luego, ¡un día más de vida!

Lea más del autor: Cuando me lees para conciliar el sueño

Ernesto González Valdés

Nació en la ciudad de La Habana, Cuba y es nacionalizado Nicaragüense tiene estudios superiores de Licenciatura en Pedagogía y posgrados en Química Orgánica y elaboración de materiales didácticos.

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