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La universidad en su laberinto

Sueños…

La universidad es una institución central del Estado capitalista. De su definición clara y su entorno democrático o dictatorial emergen sus funciones contradictorias. Contradictorias como ente diseñado para formar profesionales liberales que sirvan como ejes de la construcción de mercados competitivos y democracias de bienestar social, o como entes diseñados para generar profesionales para mercados organizados con fuertes resabios medievales de terratenientes, entes militares y creencias. La contradicción se amplía cuando tomamos en cuenta la tarea de la universidad como ente generador de cambios y promoción de la ciencia, es decir, buscadora de la verdad, la equidad y el progreso.

La universidad tiene variadas funciones sociales. Lo sepa o no lo sepa la universidad tiene una función esencial en el manejo del entramado social. El tema siempre es: la función de la universidad es preparar, simplemente, profesionales bien preparados técnicamente, que cumplan sus funciones en un sentido adormecedor y funcional al funcionamiento del sistema; o, deben resignarse a formar profesionales y adormecer a la ciencia y la tecnología simplemente para que el sistema se mantenga tal y como existe, existió y existirá. O, en ocasiones te invita a conocer la realidad, sin cambiarla, luchando contra molinos de viento imaginarios, y que por lo tanto puedo criticar sin necesidad de enfrentarlos, (neoliberalismo, por ejemplo); y en ocasiones puede la universidad ser un faro revelador de los problemas esenciales, proponiéndole a la sociedad el cambio, hacia una mejor sociedad, que sea tan deslumbrante y democrática como la que soñamos.

Guatemala es una economía capitalista semifeudal. Es una economía que desde la colonia y como continuación de esta está conformada por una clase de terratenientes y banqueros, que dominan el proceso productivo y generan bienes y servicios para la exportación y el consumo interno. Es decir, una sociedad basada en los mercados desde el punto de vista económico. Pero, en lo político y lo social, es una sociedad con una estructura de clases diferenciadas en donde la discriminación, el aislamiento y la condena a no progresar está determinada para la mayoría de grupos de la sociedad.

En ese sentido hay que leer el papel y las funciones de la universidad. Así como el caos que rodea la elección de su Rector. La mayoría del llamado consejo superior universitario apoya la elección del nuevo rector, aislando a sectores electorales no amigables con la decisión tomada desde las cúpulas del poder. Una población relativamente importante no se opone a esta acción y la tilde de fraudulenta, proponiendo la repetición del proceso.

En medio de este caos, que no es más que el reflejo en el sector profesional de la desorganización de esta sociedad, es que tenemos que evaluar las funciones, la misión y las tareas de la sociedad en el momento actual.

Guatemala, al ser un Estado represivo, la mayoría de grupos de oposición fueron disueltos a sangre y fuego. Partidos, sindicatos, cooperativas, casi cualquier grupo sospechoso de oposición real fue cercenado. Solamente sobrevivieron las instituciones educativas, colegios de secundaria y universidades. Que sí fueron descabezadas, pero el sistema no puede, en tiempos del discurso moderno, eliminarlas como instituciones. Sería de muy mal gusto, y una gran presión internacional, si se cerraran colegios y universidades. Pero sí fueron cooptadas, por la vía tradicional del capital, por privilegios académicos y participación en la conducción de organismos del Estado.

Pero, los problemas estructurales de la sociedad persisten. Periódicamente, profesores y estudiantes, vuelven a la carga levantando las banderas de la reforma social, la modernización del Estado, la desmantelación de las estructuras de poder sobre la tierra y las vidas humanas. En tiempos de paz y aparente estabilidad, profesores, profesionales y estudiantes se acomodan a las delicias de los puestos de poder. En instituciones y ongs. Pero, en épocas de crisis económica y comercial, los obstáculos que impiden el desarrollo resurgen, y el estudiantado y los profesores vuelven a la batalla, recuerdan su compromiso con el pueblo y levantan con energía las banderas del cambio.

Es el caso del momento actual. En que el mundo vive enfrenta un momento fatal.  Primero, la pandemia, que trastocó nuestras vidas y nuestras economías, y que aún no ha terminado. Segundo, la guerra: La invasión rusa en Ucrania, que ha devastado la economía de muchos países, ha producido ondas sísmicas que repercuten en el mundo entero. Tercero, Las consecuencias económicas de la guerra se propagan rápido y lejos, a los países vecinos y más allá, golpeando con especial dureza a los segmentos más vulnerables de la población mundial. Cientos de millones de familias ya estaban luchando con un bajo nivel de ingresos y con el encarecimiento de la energía y los alimentos.

La guerra ha agravado mucho su situación y amenaza con profundizar la desigualdad. Cuarto,  por primera vez en muchos años, la inflación es un peligro siniestro que apunta a desmejorar la situación social en el mundo. Ante tanta calamidad, que nos queda en la universidad. Lo de siempre, encajonarse en consignas o en aceptar la salida casual de habituarse al soborno del sistema. Luego del fuego arrasados de los 70 y 80s, la universidad que quedó tiende al concilio con el sistema imperante.

Analizar la universidad y su papel en la sociedad es indispensable para comprender sus grandes tareas y sus limitaciones. En términos estructurales es una institución del Estado y su función de es variada y compleja. Primero, tiene que velar por la estabilidad del sistema, es propagadora de la ideología y las funciones técnico-profesionales indispensables para que el sistema capitalista funciones; segundo, prepara profesionales y técnicos con capacidades para insertarse en el sistema; tercero, tiene que promover el conocimiento y analizar las causas reales de los problemas que aquejan al ente social.

Es decir, la universidad no es ajena a los problemas de la sociedad en la que está inserta. La universidad refleja, en forma ideológica y política los problemas esenciales de su propia sociedad. En ese sentido le muestra a la sociedad su estructura de atraso o progreso. La universidad refleja las contradicciones de clase y de desarrollo de su propia sociedad. Ya se decía en la proclama de Córdoba, en el lejano y presente 1918:

“si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el sagrado derecho de la insurrección. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, la resonancia del corazón nos lo advierte, estamos pisando sobre una revolución”.

Era la voz de la burguesía que en aquel lejano momento los intereses de la nación por superar los resabios del atraso feudal, y buscaba construir sociedades democráticas, capitalistas competitivas, y con el respeto de los derechos humanos de las mayorías para insertarlas en el mundo de capitalismo progresista y dinámico. Al final, la revolución burguesa quedó a medio camino. Fue traicionada por la misma burguesía que prefirió una leve apertura al comercio exterior y la riqueza para la mayoría, dejando en la opresión a los grupos campesinos, obreros y de pequeñas empresas.

La reforma de Córdoba expresaba los intereses de transformar los Estados conservadores y caducos de rancias aristocracias terratenientes en sociedades de competencia y mejora de la ciencia y la tecnología. La reforma avanzó en forma limitada en la mayoría de países de la región, que continúan siendo naciones semifeudales.

Hoy, la crisis internacional refleja nuevamente contradicciones de clase. La universidad, como institución que refleja la visión progresista y de cambio, basada en la ciencia y el conocimiento, se enfrenta con las viejas estructuras que constriñen los recursos para unos pocos y la miseria para las mayorías. La intelectualidad universitaria aboga por fortalecer la tradición democrática, laica y nacional reformadora sobre la cual se construyó la reforma universitaria. No obstante, nunca hay que menospreciar al sistema y sus grupos dominantes. Quienes crearon un sinfín de privilegios para que  las clases medias encuentren en la universidad el trampolín para incorporarse a la empresa capitalista, para formar parte de la burocracia del gobierno o para ser una institución funcional al Estado.

Hay que devolver en forma constante a la universidad a su tarea esencial, desde el punto de vista político-social. Fortalecer la revolución social, democrática y nacional. Es indispensable levantar la bandera de la equidad y la justicia social.

El drama está abierto de nuevo. Podrá la universidad ser un instrumento de cambio y luz para la sociedad, o finalmente solamente será un instrumento para mantener un sistema obsoleto que dura más de 200 años.

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Cristobal Pérez-Jerez

Economista, con maestría en política económica y relaciones internacionales. Académico de la Universidad Nacional de Costa Rica. Analista de problemas estratégicos, con una visión liberal democrática.

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