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La USAC de ayer

Teorema

En los años 60, las instalaciones de la USAC en la zona 12 lucían un gran rótulo cerca de su ingreso por el lado Norte que decía «No entres a este sagrado templo del saber, sin bien probado amor a la libertad«. Lo cito de memoria, así que las palabras e incluso el mensaje podrían ser un poco diferentes.

Algunas facultades habían empezado ya, poco a poco, a separarse de la formación estrictamente académica que durante casi tres siglos había prevalecido en la USAC (fundada en enero de 1676). Se mencionaba a las facultades de Humanidades, Derecho y Economía liderando este movimiento que buscaba hacer espacio al «compromiso».

Este razonaba que la élite profesional de aquellos tiempos debía transformar el país en uno más incluyente e igualitario. Muchos estudiantes en colegios e institutos se habían involucrado en protestas, a veces violentas. Algunos estudiantes de la USAC formaban parte de la guerrilla. Guatemala perdió muchos jóvenes valiosos, a unos durante 30 años, a otros, para siempre ¡Qué pérdida inútil!

La Facultad de Ingeniería (en adelante solo Ingeniería, con mayúscula para evitar ambigüedad), se mantuvo privilegiando la formación académica unos diez años más que otras. Los estudiantes con activismo político eran pocos y uno conocía a la mayoría. “Los comanches”, como se les llamaba, se auto marginaron formando un grupo cerrado. Prácticamente no había estudiantes comprometidos con partidos políticos de derecha. La inmensa mayoría de estudiantes asistíamos con el claro propósito de estudiar. Entendíamos que ser buenos profesionales sería nuestro mejor aporte a Guatemala.

Los graduados de la USAC, se decía, eran recibidos sin mayor trámite en las mejores universidades del mundo, adonde llegaban a estudiar los postgrados que no existían aquí. Algunos ―los de vena académica más fuerte―, al regresar se convertían en profesores. El cuerpo docente era de primera.

Conversando al respecto con un amigo y condiscípulo de Ingeniería, buscamos identificar a los “malos” profesores. Con mucho esfuerzo logramos señalar a tres que «solo» eran medio buenos. Los cincuenta restantes reunían condiciones de excelencia.

En Ingeniería había académicos de calibre internacional, como Jorge Arias de Blois quien había sido Decano de Ingeniería y Rector de la Universidad. Don Jorge (uso el término Don, como trato deferencial), en vez de estar afiliado a un partido político, pertenecía a diferentes sociedades científicas internacionales, algunas creadas por él, como la Sociedad Centroamericana de Física.

Desde la rectoría se pueden hacer cambios fundamentales y él lo sabía. También sabía que tales cambios enfrentan oposición tanto en estudiantes como en profesores. Era necesario estar académicamente persuadido de que los cambios son necesarios y beneficiosos en el largo plazo. Don Jorge también sabía que la preparación de los estudiantes de provincia, de los institutos nacionales y de los colegios privados era diferente y que esa diferencia causaba un nivel académico más bajo en toda la USAC. Así, en 1964, inauguró el Departamento de Estudios Básicos para homologar la preparación de los estudiantes previo a ingresar a las carreras facultativas.

Aquel fue un cambio trascendental que afectó a todas las facultades y a las nuevas generaciones de estudiantes. También a los profesores de los primeros años, quienes fueron reacomodados unos y despedidos otros. Un equipo de nuevos profesionales, algunos con estudios de doctorado, formaron el claustro de Estudios Básicos. Bernardo Morales, Eduardo Süger, Jorge Antillón, César Fernández y Leonel Pinot, entre otros, entraron en escena. Muchos con grado de PhD.

Me pregunto si alguno de los rectores de este siglo habría tenido el valor de introducir un cambio de tanta repercusión. Creo que ninguno. Después de algunos años, las autoridades “descuidaron” el nivel académico y lo clausuraron. La Universidad volvió a recibir estudiantes con formación disímil. El problema es que la enseñanza termina dirigiéndose al nivel de preparación más bajo.

Si como Decano y como Rector, Don Jorge tuvo condiciones de excelencia, como profesor lo fue tanto o más. Pero tal condición no era prerrogativa solo de él. Hubo muchos otros excelentes profesores en Ingeniería y en las demás facultades de toda la USAC. Generaciones anteriores recordaban a Francisco Vela, Claudio Urrutia, Óscar T. Cojulum, Diego O’Meani, Raúl Aguilar Batres, Jorge Meani y otros que, como Don Jorge, colaboraron en crear ese “Templo del saber”.

En los años 60 brillaban Obiols, Sittenfeld, Becker, Billeb, Centeno, Lottman, Köenisberger… Pero había más, muchos más como ellos. Los estudiantes teníamos honda y genuina admiración por Pierre, Maurice y Roland Castillo Contoux tres hermanos graduados en la USAC que se habían convertido en excelentes profesores.

A principios de los años 70 un suceso fatal tuvo graves consecuencias para el futuro de la ingeniería nacional. Maurice Castillo, quien entonces era el Decano sufrió un accidente y perdió la vida. Aquel fue el punto de quiebre. La academia empezó a perder lugar ante la política. Ingeniería se unió a otras facultades proclives al bochinche y la holganza.

Los sectores afines al movimiento guerrillero y al entonces proscrito PGT, así como a otras organizaciones de izquierda y activistas pro Kruschev, pro Brézhnev, pro Castro, pro Mao, admiradores de personajes como el Árbenz, el Che, Turcios… emblemáticos del comunismo internacional y del socialismo, tomaron control de todas las facultades de la USAC.

Fue un cambio de fondo, no solo de mando. Hicieron una USAC más inclusiva. Aunque entendían que al aumentar el número de estudiantes se reducía la calidad de la enseñanza, no dudaron en sacrificar la academia. Al contrario, hicieron más pronunciada su pérdida despidiendo a casi todos los profesores brillantes antes referidos. Ellos fueron sustituidos por otros cuyas calificaciones importaban menos que su filiación política. Progresivamente, la USAC dejó de ser aquel “Templo del saber” declarado en el rótulo al ingresar. Incluso el cartel fue retirado.

En los años 60 pagamos Q5.00 al mes, más una cuota también muy reducida de inscripción anual (entonces la URL cobraba seis veces más pero aún no tenía Ingeniería). Entonces, con Q5.00 se podía comprar 100 pasajes de autobús urbano, 10 galones de gasolina, 100 tazas de café o 50 panes con frijol en la cafetería de Ingeniería. En otras palabras, aquellos Q5.00 que ninguno protestaba equivalen a entre Q400.00 y Q600.00 de ahora.

En una ocasión la asamblea general de estudiantes por votación casi unánime decidió pintar el edificio de Ingeniería. Hubo que convencer al Decano para que comprara pintura, brochas y otros enseres. El sábado siguiente muchos fuimos a pintar. En los años que siguieron, a quienes se recostaban en la pared, alguien decía «bajá la pata de la pared vos…»

No quiero decir que fuéramos ejemplo de nada. En algunas clases se copiaba, había quienes jugaban papi fútbol en el patio en vez de entrar a clase. Los Viernes de Dolores se consumía demasiada cerveza…

Sin embargo, actitudes como las vistas este año eran inimaginables, algo que simplemente no podía suceder. Si un estudiante hubiera cometido un acto vandálico como los recientes, los demás lo habrían detenido y solicitado su expulsión. No éramos estudiantes modelo, pero respetamos el edificio, las instalaciones, las autoridades y los profesores. Cuidamos de los teodolitos como si fueran propios. Era nuestra Facultad, nuestra “Alma Máter”

Fuimos estudiantes y no delincuentes con disfraz. Sabíamos que estábamos forjando nuestro futuro y lo hacíamos dentro de las reglas establecidas. Seguíamos caminos civilizados para derogar toda regla o disposición que encontramos inconveniente.

Nunca supe de ningún profesor, decano y mucho menos un rector sometido a un juicio penal, menos aún, puesto en prisión. Tal extremo era impensable. Uno no podía imaginar siquiera que un candidato a Rector hubiera podido, jamás, enviar encapuchados a asaltar el recinto de votaciones para boicotear el acto.

Hoy, los graduados de entonces, vemos con inmensa tristeza los cambios acontecidos tanto en las autoridades como con esos maleantes que se hacen pasar por estudiantes. El proceso para elegir al último Rector y la actuación del candidato perdedor, quien siempre careció de las condiciones éticas mínimas para pretender serlo, nos llenan, a casi todos los de entonces, de estupor y vergüenza ajena.

Digresión: Mis disculpas si he dado la impresión de generalizar. Sé que en la USAC de ahora hay estudiantes, profesores y autoridades merecedores de elogio por su esfuerzo, dedicación y competencia.

Lea todo aquí: El resarcimiento

José Fernando García Molina

Guatemalteco, 67 años, casado, dos hijos, ingeniero, economista.Tiene una licenciatura en ingeniería eléctrica de la Universidad de San Carlos, una licenciatura en ingeniería industrial de la Universidad Rafael Landívar –URL–, una maestría en economía en la Universidad Francisco Marroquín –UFM–-, estudios de especialización en ingeniería pentaconta en la ITTLS de España.