En política, eludir las señales no modifica la realidad
Existe Otro Camino
Muchos dirigentes han decidido desconocer lo evidente en los momentos más difíciles la sociedad reacciona como mejor puede frente a sus inocultables frustraciones. Su enojo e impotencia van gestando un clima peligroso que los más astutos deberían advertir. Sin embargo, no vienen agendando lo que acaece, minimizan lo que no encaja en sus matrices y siguen adelante como si nada.
El debate emerge. Algo está ocurriendo y eso ya es indisimulable. Casi nada es como era antes, ni tampoco permanecerá inmutable por siempre. Habrá que acostumbrarse a que el presente se va transformando y que el futuro no es una simple extensión temporal e inercial de lo que hoy se experimenta.
El mundo actual plantea desafíos a diario, los escenarios mutan rápidamente y todo se ha convertido en un espacio demasiado líquido en el que no hay respiro y la adaptación no se da a la velocidad requerida. Son muchos los que siguen el recorrido como les sale, pero eso a veces no resulta suficiente para acompañar el ritmo óptimo.
Se viene manifestando un hartazgo que crece ininterrumpidamente. Es un síntoma inconfundible de un malestar que tiene asidero. Han confiado en el pasado, en esas grandilocuentes promesas que parecían ser las soluciones, pero han sido embaucados sin piedad. Eso finalmente no ha acontecido a pesar de la voluntad de una comunidad que desea superar sus eternos problemas. Ante el contundente fracaso, las decepciones brotan y cuando los tropiezos se reiteran, invariablemente todo empeora, generando una desazón que provoca una irrefrenable bronca.
La secuencia es predecible y bastante razonable. Las expectativas cívicas eran muy elevadas porque la política les propuso un horizonte de felicidad que se obtendría fácilmente y eso no sucedió jamás. La sensación de estafa entonces es más que comprensible y nadie debería subestimarla.
La gente no sólo siente que se han incumplido todas las premisas que les fueron propuestas, sino que eso se ha constituido en un engaño premeditado, en el que los interlocutores sabían el resultado de antemano.
No se ha tratado de un mero error involuntario, sino de una mentira flagrante y eso merece no solo un reproche circunstancial sino un castigo ejemplar a los perpetradores. Es lo que corresponde frente a tanto daño.
Del otro lado del mostrador, los líderes se enfadan haciendo berrinches contra la ciudadanía, demostrando una vez más que no han comprendido absolutamente nada y que no están a la altura de la situación. Las quejas cotidianas, los reclamos ante cada desilusión y hasta los exabruptos otorgan una gigantesca oportunidad a quienes son capaces de tomar nota de esta fabulosa chance. Tal vez el primer paso tenga que ver con asumir la postura adecuada y de interpretar correctamente una a una esas demandas. Sería muy saludable intentar ese recorrido escuchando activamente y hablando menos.
Lamentablemente la inmensa mayoría de los dirigentes han seleccionado un trayecto inadecuado e ineficaz. Negar lo que está pasando, disgustarse con el electorado y acusar a los nuevos líderes por sus apreciaciones o su controversial estilo no es lo que deberían estar haciendo. No parece ser ese el mejor camino si es que se sueña con reconquistar los corazones de esos habitantes que sólo esperan ser, al menos, comprendidos. Solo están exigiendo respuestas sensatas, explicaciones detalladas y un plan para salir de esta coyuntura insoportable. Ignorar las señales no tiene sentido. La tragedia que hoy se atraviesa no es producto de la casualidad sino de una secuencia de pésimas decisiones. Claro que los políticos no tienen el monopolio de esos actos fallidos, pero indudablemente han sido protagonistas y no pueden hacerse los distraídos.
La combinación de una clase política perversa, inútil y corrupta con una ciudadanía cómplice, apática y algo ingenua, ha dado paso a este desmadre del que nadie quiere hacerse cargo como corresponde.
Esta es una instancia bastante particular. Quizás sea el turno de las autocríticas, de hecho, son completamente imprescindibles para no repetir, al menos, los mismos errores. Todos deberían hacerlo, en alguna medida, ya que nadie puede considerarse exento de responsabilidades.
No se ha llegado hasta aquí como producto de la mala suerte. Sería muy infantil y hasta cínico atribuir semejante nómina de desaciertos al destino, la providencia o a unos anónimos rufianes, o peor aún a las fuerzas del mal.
Buena parte de las patéticas determinaciones que se han tomado hasta aquí, han contado no solo con la anuencia explícita de millones de electores en las urnas, sino también con aplausos efusivos frente a cada resultado en los comicios. No hay margen pues, para mirar al costado. Las propuestas superficiales de los candidatos, la ausencia de equipos profesionales y la exigua preparación para enfrentar los retos tampoco dejan lugar para plantear buenos argumentos con suficiente asidero que los respalden.
En definitiva, existe hoy la posibilidad concreta de mirar la realidad desde diferentes perspectivas. Una alternativa es ver todo con pesimismo y presagiar nuevas derrotas cíclicas. La otra variante es utilizar estas incómodas reacciones para dar vuelta la página y comenzar a construir un porvenir más promisorio, ese con el que tantos se ilusionan pero que pocos están dispuestos a esforzarse para conseguirlo.
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