Corrupción: Un mal que nos aqueja

Antropos

Hace algún tiempo, leí una de las lúcidas y orientadoras declaraciones de La Conferencia Episcopal de Guatemala respecto a uno de los problemas que impide un desarrollo equitativo para la ciudadanía. Es uno de esos documentos que no pierden vigencia, porque para entender nuestra realidad actual, sigue teniendo más vigencia que nunca. Afirman los religiosos, que a los guatemaltecos nos cubre un entorno de “corrupción generalizada” y señalan los daños que provoca este fenómeno en la sociedad, particularmente, la falta de transparencia del gobierno, lo cual incide en el empeoramiento de problemas sustantivos en salud, educación, seguridad y bienestar económico. Señalan que prevalece “una política sin moral que ignora la ética social, la política partidista ve más los intereses particulares que el interés general”.

Diversas organizaciones de la sociedad civil, con ausencia de los partidos políticos o de sus dirigentes, señalan y denuncian que el actual gobierno no ha dado muestras fehacientes de avances en el combate de la corrupción. En efecto, podríamos pensar analógicamente que este fenómeno inmoral, es una especie de llaga que al estar abierta, cada vez que se ponen las manos sucias sobre ella, causa más dolor, porque no se ve en el futuro cercano, posibilidades de una mejoría o bien de curarla de un sólo tajo.

La corrupción siendo un fenómeno institucionalizado en el Estado guatemalteco, forma parte del estilo de vida de algunas personas desde hace décadas y se ha constituido en un modus operandi. Es una especie de perversidad que atenta con la práctica democrática, principalmente porque los ciudadanos confían en las decisiones que sus gobernantes toman y, al convertirse esto, en una especie de traición de los funcionarios hacia el pueblo que los ha electo, hace germinar la desconfianza hacia prácticas gubernamentales que atentan contra la ética y lo moral, desligándose, de la honestidad y búsqueda del bienestar general.

La expansión de la corrupción en todo el accionar del Estado y en las organizaciones partidarias, genera escepticismo en la ciudadanía, desconfianza en las instituciones: Gobierno Central, Administración de Justicia y Congreso de la República; lo cual nos conduce a expresiones de ingobernabilidad, que se traduce en una especie de desorden nacional, parecido a la figura de la lucha libre de todos contra todos sin límite de tiempo.

Y esta es nuestra realidad guatemalteca. La corrupción se convirtió en el camino para el enriquecimiento ilícito sin importar a quienes se daña, sino sólo el logro de las apetencias personales cueste lo que cueste. Es la vía que hasta hoy, concretan los políticos que llegan al gobierno, impulsados por la ambición y la avaricia, a fin de asegurarse una fortuna personal y familiar, “desviando fondos, como bien lo señala D. Bautista de las arcas públicas, extorsionando a individuos y a empresas, favoreciendo intereses de grupo, aceptando sobornos para realizar operaciones ilícitas, repartiendo cargos entre amigos”, y esto, duele porque lo que hacen los funcionarios del gobierno, Congreso de la República, Sistema de Justicia y otras instancias estatales,  pareciera que no tienen ni el menor sentido de sensibilidad humana ante los graves problemas de nuestra sociedad.

Para reafirmar lo que hemos descrito, hago mío lo que señala El Informe Global de la Corrupción, en el sentido que “ningún país en el mundo es inmune a la corrupción política. Incluye, por ejemplo, actos proscriptos por las leyes nacionales e internacionales así como actividades que no son ilegales, pero que tienen una influencia corruptora en el proceso político, como cuando las compañías del sector privado acuden al cabildeo para obtener favores políticos”,  o bien diríamos nosotros, cuando estos evaden e impugnan los impuestos necesarios para el fortalecimiento del Estado.

Los corruptos violentan la vida ciudadana a partir del poder posicional que ostentan y actúan con tal nivel de cinismo que no logran visualizar que entre el cielo y la tierra no hay nada oculto y que más temprano que tarde, la justicia los alcanzará o al menos, el desprecio de la ciudadanía con el hecho de no olvidarlos como personajes siniestros de la historia nacional.

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