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El gobierno duele

TEOREMA

Entre diferentes épocas y autores, como concepto, el término “país” ofrece contradicciones. Quiero agregar mi propia versión. Creo que un país es la gente que lo habita, es la historia de esas personas, de sus familias y ancestros. Son sus costumbres, sus tradiciones, sus formas de ver y entender el mundo. Por eso los países son únicos, no hay dos iguales.

Un país es, entonces, la suma de todas las personas que viven en un territorio geográfico, con sus temores y sus esperanzas. Es su gente buena y la que no lo es tanto, incluso sus criminales más abyectos. Algunos autores llaman nación a lo que aquí estoy llamando país.

Guatemala es entonces el país de los guatemaltecos. Somos nosotros quienes lo conformamos. Tanto quienes nacimos aquí, como quienes proceden de otra parte. Lo es de quienes tienen antepasados anteriores a la colonia y de quienes llegaron después, incluso de los recién llegados con intención de permanencia.

A los guatemaltecos nos basta unas cuantas semanas afuera de Guatemala para percibirnos extraños dentro de nosotros mismos, como que algo hace falta allí, muy adentro. Nos damos cuenta de que, sin importar las comodidades y las atracciones del país adonde hayamos ido, siempre hay algo que extrañar.

A veces resulta difícil identificarlo. Uno podría pensar que le hacen falta las tortillas y los frijolitos. O este clima bendito de frío o calorcito con humedad. Tal vez el olor de la tierra cuando llueve, los amaneceres o los celajes del atardecer. Cuando se está lejos, se piensa en Guatemala y el recuerdo de sus montañas y volcanes o sus ríos, lagos y mares acude junto a una sensación de nostalgia.

Vienen a la memoria nuestras playas de esa arena negra que sucesivas erupciones volcánicas formaron durante millones de años y que las lluvias llevaron al mar para que este las puliera y depositara en la costa del Pacífico. En fin, después de unas semanas estando lejos, uno desea regresar. El exilio debe ser tremendo para quien ama a Guatemala.

Pero Guatemala es más que su clima y paisaje, que sus comidas, tradiciones, textiles o música. Es más que la flora exuberante o la enorme diversidad de su fauna.

Guatemala es fundamentalmente su gente, con esa sonrisa generalmente afable, es su cortesía y ese permanente deseo de ayudar a los demás. Es el timbre de su voz y la preocupación por ser amable y no molestar u ofender a otros sin intención de hacerlo. Son los saludos, como el “buenos días”, que intercambiamos con desconocidos.

Las manos de nuestros artesanos son mágicas. Pueden crear productos en madera, metales, hilo, barro… que causan admiración en propios y extraños. Los pequeños empresarios son numerosos, lo que denota un alto nivel de empresarialidad.

El Global Entrepreneurship Monitor estima que, en 2021 había 1.22 millones de pequeños empresarios establecidos. Otros 2.71 millones conforman el grupo que denomina “Actividad emprendedora temprana”.

Muchas empresas grandes tienen más de 70 años de antigüedad. Algunas son centenarias. Varias abrieron sucursales en países centroamericanos donde venden directamente al público. Pero no solo allí, también han alcanzado mercados en todo el Continente y en Europa. Una empresaria local llegó a vender sus aguacates a un supermercado en Moscú. Los empresarios guatemaltecos son admirables.

Pero Guatemala también es nuestra organización social, nuestro gobierno. También, como lastre, somos el resultado de las leyes que nos rigen y de nuestro precario sistema de justicia. Es en este sector donde el Paraíso deja de serlo. Me atrevo a afirmar que el gobierno concentra nuestras fallas como país. Aquí, todo funciona, pero el gobierno no. Esa es la parte donde Guatemala duele.

El gobierno duele. Es causa de la mortalidad infantil, de la mala salud, de la pésima educación escolar. De que  en muchos indicadores sociales ocupemos los peores lugares. ¿Acaso puede usted, estimado lector, identificar tres entidades del Estado que funcionen bien? ¿Dos? ¿Una? El gobierno crea la pobreza y el sufrimiento que causan la migración de nuestros jóvenes, haciendo que la gente más valiosa piense en irse. Guatemala es un paraíso que muchos desean abandonar. Y lo hacen.

Escogemos mal, muy mal a nuestras autoridades. Nos dejamos engañar. Somos indolentes. Nuestros abuelos nos dijeron que la política era cosa de villanos. Les creímos y aquella sentencia se convirtió en realidad.

El sistema para elegir a nuestras autoridades fue diseñado por los mismos políticos que buscan ocupar los cargos públicos. Este, convierte al ladrón en custodio del Tesoro Público.

Tenemos un Tribunal Supremo Electoral –TSE— ocupado de vigilar que los partidos no gasten de más y cumplan la calendarización. Sanciona, suspende o cancela a los que no cumplen sus normas que establece. Se preocupa de la forma, pero descuida el fondo.

Unos ejemplos: Los candidatos electos deben jurar que respetarán y harán que se respete la Constitución. Empero, el TSE no examina si el candidato conoce la Constitución. La inmensa mayoría (incluyendo abogados) no conoce los derechos de los ciudadanos ni las obligaciones de los funcionarios allí establecidos.

El TSE acepta, sin disimulo, inscribir estafadores. Si un candidato ofrece regalar energía eléctrica a sus electores (ya sucedió), no lo sanciona. Si otro ofrece compensar económicamente a exsoldados por los servicios prestados a la Patria (ya sucedió), no dice nada. Un tercero podrá ofrecer dinero, de los fondos públicos a quienes voten por él y el TSE se hará el desentendido (aún no ha sucedido).

Algunos candidatos a diputado, alcalde e incluso a presidente y vicepresidente pueden ser auténticos sinvergüenzas (ya ha sucedido) y el TSE los inscribe, permitiéndoles optar a dirigir el destino de nuestro país.

El TSE ha aceptado que el futuro funcionario robe. Un diputado cobra menos de Q. 2 millones (todo incluido) en cuatro años en el cargo. Sin embargo, su aporte al partido que lo postula más sus gastos de proselitismo puede alcanzar el doble o el triple de esa suma. Ante esto, el TSE mira hacia otro lado.

Una nueva elección está próxima a suceder. Un nuevo TSE estará a cargo de supervisar el proceso electoral. ¿Se repetirá lo que hemos tenido en lo que va de este siglo? ¿O podemos abrigar la esperanza de cambios radicales con el actual TSE?

Los TSE recientes nos dejaron con un expresidente que debió guardar prisión en Estados Unidos. Uno más enfrenta juicio por peculado en un oscuro negocio de autobuses urbanos. Otro guarda prisión acusado de asociación ilícita, cohecho pasivo, lavado de dinero y enriquecimiento ilícito. El caso del libramiento de Chimaltenango podría implicar a uno más. Abundan los señalamientos populares, no judicializados, sobre el actual mandatario.

Si el TSE no introduce cambios profundos, dramáticos, en el procedimiento de elección (apegados a la Constitución) el siguiente gobierno será semejante a los anteriores.

Si nada cambia ¿cómo esperar gobernantes diferentes?

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José Fernando García Molina

Guatemalteco, 67 años, casado, dos hijos, ingeniero, economista.Tiene una licenciatura en ingeniería eléctrica de la Universidad de San Carlos, una licenciatura en ingeniería industrial de la Universidad Rafael Landívar –URL–, una maestría en economía en la Universidad Francisco Marroquín –UFM–-, estudios de especialización en ingeniería pentaconta en la ITTLS de España.

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