Mis recuerdos del 15 de septiembre
Antropos
La vida nos lleva por diversas veredas adornados por afectos, nostalgias, recuerdos, risas y alegrías. Cada paso es un enjambre de vivencias a través del hilo cariñoso, la razón y la imaginación.
Así, qué transportado en el río de las nostalgias, para mí, el quince de septiembre tiene un alto significado por las diversas cosas lindas que viví, en un recorrido que va desde la niñez, hasta convertirme en padre.
Se produce el milagro y camino como escolar a la Escuela Primaria de Quetzaltepeque, Chiquimula, en donde cada quince de septiembre, lo celebrábamos con entusiasmo. Nuestros padres encargaban al sastre un pantalón azul y en el almacén la compra de la camisa blanca manga corta y zapatos nuevos. Con el uniforme puesto, nos reuníamos en el patio para marchar por las calles empedradas. Con el cabello peinado untado de vaselina glostora, desfilábamos al son de un tamborcito que marcaba el paso. Padres, madres, tíos, primos, campesinos, trabajadores y obreros, nos miraban sonrientes parados a la orilla de la acera.
De regreso, en el salón de actos, don Nando, con su armonio nos guiaba para entonar el Himno Nacional y el de Centro América. Sentados escuchamos declamaciones de poesías, cantos y palabras del alumno abanderado, y el verbo de un maestro explicando los símbolos patrios como la bandera, escudo, el quetzal, el árbol nacional y la monja blanca. Afuera de la escuela, señoras con ventas de tostadas, tacos, chuchitos, rellenitos, helados de sorbetera que disfrutábamos después de la ceremonia. El pueblo brillaba con sus casas recién pintadas y adornos de azul y blanco con papel de china.
La fiesta era total, de contento y algarabía con cuetes y bombas que estremecían los cielos y montañas, de ese pueblito situado en el oriente del país.
Con diploma del sexto grado de primaria en mano, empezamos a labrarnos otra historia fuera del pueblo. Crecimos y nos desparramamos por diferentes lugares a fin de seguir con el estudio. Algunos consiguieron becas para los institutos públicos de la cabecera departamental, otros fueron a colegios privados con el apoyo limitado de sus padres y este fue mi caso, porque mi papá siendo carpintero, logró un trabajo en el Colegio Evangélico América Latina, en donde me apoyaron con el derecho a estudiar.
En esta institución, aprendí con la inteligencia de maestros, a leer poesía, novela y cuento. Pude discernir con más claridad el uso del lenguaje. Compartí con estudiantes de las diferentes latitudes del país. Cada uno con sus virtudes. Deportistas, matemáticos, poetas, músicos, oradores y declamadores. Se abrieron las puertas de otro mundo y supe que no sólo existía Quetzaltepeque, Se nos amplió la mente y la imaginación. Hubo pruebas para desarrollar cada aptitud individual. Integramos coros y la banda de música del colegio.
La constancia de aprender algunas piezas fue una tarea complementaria a los estudios. Una grata y feliz experiencia porque deberíamos de prepararnos con mucha disciplina, para el desfile del quince de septiembre. Nuestro uniforme fue un trajecito azul, con charreteras en los hombros y un listón que atravesaba el hombro.
El desfile arrancaba del parque Morazán pasando por la sexta avenida en la qué de lado a lado de las aceras, el público gozaba de tanto colorido y música. Impresionaba la marcha de los caballeros cadetes de la Escuela Politécnica con su traje de gala, así como el paso rítmico de las señoritas batonistas con su belleza juvenil. Nuestra banda con sus trompetas, saxofones, bajos, trombones y tambores, acompañaban la marcha de los estudiantes de nuestro colegio.
Las celebraciones del quince de septiembre en la capital eran iguales que las de mi pueblo. Una fiesta de alegría y civismo, con cuetes y marimba. La bandera ondeaba con todo su esplendor y nuestro canto del himno nacional se escuchaba por todos los rincones del país.
Años después, he vivido en otro país de la Patria Grande, como lo es Costa Rica. Allí estudié parte de mi carrera de filosofía y tuve el privilegio de acompañar en su escolaridad, a tres hijas y un hijo. Parte de los hermosos recuerdos, fue estar con ellos, la noche del catorce de septiembre en los desfiles de faroles. Con anticipación se preparan y esa tarde noche, se camina con los hijos que llevan en sus manos, un farol alumbrado por una velita. Al día siguiente, el desfile, con la niñez y juventud, con bandas y el juego de banderas.
Estas son mis vivencias que adoro con cariño. Guardo grandes y profundos recuerdos que me hacen sonreír y añoro que la gran patria centroamericana, no sea mancillada por la insensatez y la corrupción de sus gobernantes y políticos, porque este pueblo que cada quince de septiembre celebra con fervor cívico, los sacará a sombrerazos del poder.

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