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30 años de diplomacia climática, se requiere más verbo que sustantivo

Lugar Hermenéutico

Pasaron 30 años desde que se celebró la primera cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992, con el objeto de adoptar un programa de acción sobre medioambiente para el siglo XXI.  Ello, marcó un hito en la historia, un antes y un después, dado que fue en ese momento cuando se conformó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio climático, a la cual se han sumado alrededor de 200 países a la fecha.

En 1995, se celebró la primera COP en Berlín, donde se decidió preparar y aprobar por primera vez un convenio mundial conocido como el Mandato de Berlín.  El siguiente hito, tuvo lugar en la tercera COP, en 1997, en Kioto, con la aprobación del Protocolo de Kioto.  El primer gran acuerdo mundial sobre cambio climático donde se definió la reducción de gases de efecto invernadero en un 3.2% para los países desarrollados.

Pero el protocolo de Kioto clausuro, por ello la COP 15, tuvo un carácter urgente por aprobar un nuevo acuerdo entre los países miembros al que se llamó Acuerdo de Paris, el cual se adoptó por más de 196 países en 2015, en la COP 21, realizada justamente en esa ciudad europea.  Un Acuerdo que se ha ido conformado y concretando en posteriores conferencias como la COP23 realizada en 2017 en Alemania, donde se avanzó en el programa de trabajo y se definieron las directrices para su aplicación a partir de 2020, sin embargo, dada la crisis sanitaria provocada por el COVID, no se ha dado una efectiva implementación.

En función de lo anterior, merece la pena preguntarse ¿qué tan efectivos han sido los acuerdos firmados en estos más de 30 años de negociaciones globales del clima?, por llamarle de una manera, ¿que grado de efectividad ha tenido y cuál es el compromiso de las mayores economías y sectores que generan gases de efecto invernadero en el mundo?, pues hasta el día de hoy solo la aviación civil internacional por conducto de la OACI ha planteado un esquema serio de implementación para neutralizar las operaciones de carbono del sector aéreo internacional y con el cual se pretende avivar el deprimido mercado de carbono.

Ahora mismo, se celebra la edición 27 de las COP, en una nueva cita, convocada por la cada vez más decadente, Naciones Unidas.  Se espera que al evento asistan miles de personas provenientes de más de 200 países para seguir conversando, negociando y planteando las medidas que se han de tomar para poner solución a la situación de emergencia climática en la que nos encontramos hasta ahora.

Sin embargo, no sirve de mucho plantear soluciones en papel, sin un compromiso político de las grandes potencias que generan la mayor cantidad de emisiones de carbono en el mundo.  Esta contradicción hace necesariamente evocar al gran cosmólogo estadounidense Carl Sagan quien anoto en su libro Un Punto Azul Pálido.

“Las moléculas son ingenuas, los venenos industriales, los gases de invernadero y las sustancias que atacan la capa protectora de ozono, dada su abismal ignorancia, no respetan fronteras, se olvidan de la noción de la soberanía nacional. Y así, a causa de los casi míticos poderes de nuestra tecnología y de la prevalencia del pensamiento a corto plazo, estamos empezando —a escala continental y planetaria— a representar un peligro para nosotros mismos. Evidentemente, si se pretende resolver esos problemas, ello requerirá que muchas naciones actúen coordinadas durante muchos años.”,  

La variable clave en la ecuación climática, lo constituye la tecnología, mientras el mundo desarrollado no haga una transferencia adecuada al mundo en desarrollo para la necesaria transición energética, es seguir haciendo compromisos y afirmaciones que al final nadie cumple, pues como dice el paisano Arjona, necesitamos verbo, no sustantivo.